80 DÍAS EN EL HOSPITAL MILITAR

Escribe: Fernando Martínez Collins
80 días enfermo, además de preso, está cumpliendo en el Hospital Militar de Santiago el general Fernando Torres Silva. No es el más antiguo en ese recinto, un brigadier de su institución, también preso, cumple hoy tres meses allí. Eso hoy no es no noticia, no aparece en parte alguna. Ambos, próximos a los 90 años, con problemas cardíacos, cáncer y otras dolencias viven un proceso irreversible. Su fin debe de estar cerca. Ya a la prensa y a los periodistas de izquierda, no les interesa.
Hace 15, 20, 25 ó 30 años, Torres Silva era portada casi obligada. La orden del comunismo era destruirlo a cualquier precio, y así hicieron periodistas mal nacidos, llenos de odios. No me siento colega de ellos. Me formaron en la escuela de la verdad, del periodismo decente, respetuoso de la honra de las personas. Dirán que tenemos el mismo oficio, pero no. Nada tengo que ver con estas hienas. Y lo digo de frente, firmando la crónica con nombre y apellido.
Fernando Torres Silva no era a los 18 años, un militar, él no había postulado ni ingresado como alumno cadete a la Escuela Militar. Egresado de la enseñanza media, rendido entonces su bachillerato, postuló e ingresó a la Escuela de Derecho. Años después de estudio, sacrificios y esfuerzos era un egresado. En ceremonia realizada ante el pleno de la Corte Suprema juró como abogado. Poco después el Ejército, como también lo hace la Armada, la Fuerza Aérea o Carabineros, convocó a un concurso para reclutar civiles en su planta de profesionales. De ellos recogen los institutos armados los mejores. Él lo hizo como abogado, otros como médicos, dentistas o periodistas. Pasó a un estamento que no es el de Armas, recibió instrucción militar y recibió un grado. Su rol en la Justicia Militar. Muy pronto destacó en la rama castrense del Ejército.
Era un verdadero obrero de presa para perseguir, amparado en el derecho, a los terroristas, violentistas, asesinos marxistas que ejercían la violencia y la destrucción durante el gobierno de las Fuerzas Armadas.
En 1986, el frente terrorista Manuel Rodríguez, obediente a los dictados de Moscú, y entre los cuales estaba el asesino y hoy presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, organizó, planificó y ejecutó el asesinato del Presidente de la Republica en la llamada Cuesta Achupallas. El no murió, pero sí varios de sus leales escoltas y otros más quedaron heridos, con secuela de por vida. Torres Silva hizo lo suyo, investigó, fue alcanzando la verdad y encarcelando a los criminales. Era entonces Fiscal Militar. Poco después, y entre otros tantos casos, le tocó investigar el secuestro del comandante Fernando Carreño, a quien los frentistas secuestraron desde la puerta de su casa, encerraron en mazmorras por semanas y luego llevaron en un camión de doble fondo a Brasil, donde lo soltaron con gran publicidad en un diario carioca dirigido por un periodista chileno, zurdo.
Fue Torres Silva, quien, como Auditor General del Ejército, le tocó investigar y encarcelar a varios de los delincuentes de la mayor operación conocida contra Chile y su gente. Nuevamente comunistas, coludidos con el castrismo, planificaron y ejecutaron el mayor envío clandestino por mar de armas, municiones, explosivos para causar en Chile una Guerra Civil, seguramente con más de un millón de muertos como había vaticinado antes el socialista Carlos Altamirano, para imponer el comunismo por la vía armada.
Viera Gallo, el amigo del “Chele’’ De esa operación aún se ignoran muchos nombres y “personalidades’’ de hoy. Ellos estuvieron metidos hasta el tuétano. No olvidemos que el “Chele’’, el terrorista cubano que tanto daño hizo en Chile, era casado con una hija de los Castro. Asistía a las recepciones oficiales en La Habana.
El Chele era amigo de muchos parlamentarios chilenos. El Chele y su amigo Viera Gallo Uno de sus amigos y camarada en esas fiestas era el presidente de la Cámara de Diputados, el PPD José Antonio Viera Gallo. Cuando se lo dije de frente, cara a cara, ante más de una decena de periodistas en el Congreso de Valparaíso, trató de negarlo y dejarme de mentiroso, pero era tal el cúmulo de antecedentes que poseía y me fui con todo el hilo, que tuvo que reconocerlo.
El atentado contra el Presidente Pinochet en 1986 estaba en conocimiento de antes del Cardenal Juan Francisco Fresno.
Tiempo después, nos encontramos en la inauguración de la Clínica del Cáncer de la Universidad Católica, en Diagonal Paraguay en Santiago. Respondía el prelado consultas anodinas, cuando le lancé: Cardenal, tengo informes fundados que Ud. sabía con anticipación que iban a atentar contra el presidente Pinochet y que la intención era asesinarlo. ¿Es así o no? El silencio fue rotundo. Pasaron unos segundos y, al menos tuvo la decencia de no negarlo. Recuerdo su respuesta. “No lo recuerdo’’. No tuvo el menor reparó de incurrir en el pecado de mentir. Otro de mis compañeros de la U participó en el asalto al supermercado Portofino, en la Av. Irarrázaval. Fue detenido y poco después Allende lo indultó por pertenecer al grupo de “jóvenes idealistas’’. Nunca se recibió. Le tenía aprecio, pero hoy dicen de él que era periodista. Nunca lo fue. Era asaltante delincuente. Otra compañera viajó con otros a Concepción. Ella fue la que le tendió una celada al director del vespertino “La Hora” (odiaban al tabloide por ser de derecha y combatir al Mir, poderoso entonces en la Universidad de Concepción. Mi compañera fue una de las que participó en su secuestro, lo desnudaron, pegaron plumas a su cuerpo para indicar que era gallina. Luego lo llevaron al interior de esa Universidad y lo pasearon desnudos. Para estos violadores de derechos humanos soy momio, de la dictadura.
Sabía Usted que en mayo de 1988 en un atentado en avenida Eliodoro Yáñez esquina de Manuel Montt, en Santiago intentaron asesinar al general Fernando Torres Silva, adosando una plancha con explosivos en el techo del vehículo que ocupaba. Sus escoltas, que reaccionaron con gran rapidez le salvaron. Los asaltantes se apostaron a su lado en un semáforo. Ellos iban en una moto. Uno de los asesinos, el que conducía la moto, era hijo de una compañera mía de la Escuela de Periodismo. El tipo que colocó la bomba, el asesino potencial, era conocido dentro del movimiento Manuel Rodríguez como “Bigote’’.
A “Bigote’’ le tengo lástima, era un hombre pobre, con poca preparación, pero nada de tonto de Valparaíso. Era amigo y correligionario desde la niñez de otro asesino: El “Comandante Ramiro’’, Mauricio Hernández Norambuena, el mismo sujeto que ordenó el asesinato del Senador Jaime Guzmán; del Coronel de Carabineros Luis Fontaine Manríquez, ultimado a tiros un 9 de mayo de 1990; del comandante de la FACH, Roberto Fuentes Morrison y de varios más.
“Bigote’’’ era pobre, no muy preparado, pero nada de tonto. A él le tocó ser una de los participantes en una acción cobarde y canallesca. Con un número muy superior de hombres y armamentos, la noche del 21 de octubre de 1988 asaltó y se quisieron apropiar del modesto retén de Los Queñes, en la cordillera, al interior de San Fernando. Los pocos carabineros combatieron denodadamente, todo un día, hasta sus mujeres le apoyaron cargando las armas. En esa acción asesinaron al cabo segundo Juvenal Vargas Sepúlveda, un mártir del más del millar que tiene la institución. Luego destruyeron la radio y el equipo de comunicaciones de la Unidad, su medio de contacto con el resto del país, y de paso quemaron el poblado, y luego huyeron.
Bigote era marxista, pero no tonto. Empezó a experimentar dudas de su actuación. Expresó en voz alta sus discrepancias, planteó que podían estar equivocados, que debían revisar sus métodos de acción. Le empezaron a colgar que podía ser traidor y luego soplón. Días después su amigo de la infancia, el comandante Ramiro le pide conversar y que se junten un domingo al mediodía en la plaza de Viña del Mar. Mauricio Hernández Norambuena, Ramiro “Bigote” que ya algo sospechaba, no quiso ir solo, se hizo acompañar de una mujer, nada menos que su mujer, quien también era frentista y quien conocía perfectamente a Ramiro, Conversaron brevemente. Ella le pidió con insistencia: devuélvemelo pronto. No te preocupes, hoy mismo lo tendrás. Desde ese día y de esa cita en el corazón de Viña, Bigote está desaparecido. Ella presentó una denuncia por presunta desgracia. Nada se ha avanzado. Han pasado más de 30 años Bigote es un detenido- desaparecido. Se tiene clara certeza quién lo detuvo. Los ágiles de la PDI, quienes recibieron orden de investigar, nada han avanzado. La justicia nada dice. La prensa de izquierda menos. Dentro de frente nadie quiere hablar con nombre y apellido, pero en sordina uno escucha que fue sometido a un “juicio popular’’, que encabezó “Ramiro’’, que fue encontrado culpable, y el “tribunal’’ dispuso su muerte, lo que se cumplió. De esto, nuestros jueces no dicen ni pío. O Ud., ha escuchado que el tema ha sido debatido en el pleno, que hay algún ministro con dedicación exclusiva investigando.
El año 2015, un juez, ministro de Corte llamado Alejandro Madrid, un personaje que años más adelante, cuando en las Escuelas de Derecho se imparta qué es realmente un país con Estado de Derecho, Madrid será mencionado como lo que no se debe hacer.
El 2015, hace seis años, el juez Madrid mandó preso al general Fernando Torres Silva. Lo encarceló junto al general Eugenio Covarrubias Valenzuela (quien sigue en Punta Peuco) y al general Hernán Ramírez Rurangue. De los tres, Hernán consideró que no podía soportar esa humillación y ese cargo injusto. El mismo día que personal de la PDI llegó a su departamento en Las Condes, les pidió que le esperasen un instante, y se pegó un balazo. Son muchos los uniformados a quienes la justicia prevaricadora ha mandado al suicidio.
En esa ocasión, Madrid se dio el gusto de procesar a 19 y encarcelar a 14. Los acusó de pertenecer a una “asociación ilícita’’. En su fallo les insultó además diciendo que el Ejército de Chile, nuestro glorioso Ejército, es una asociación delictual. Me he excedido en esta crónica y le pido comprensión, pero ningún “colega’’ rojo le dirá lo que le he explicado.

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