A la espera de otra victoria póstuma del gran ministro

Por Joaquín Muñoz L.

Fiel a la desastrosa costumbre de no conocernos como país, el mes de enero no está internalizado como un gran mes. Debe haber unas diez gestas relevantes y triunfales, considerando las guerras de la Independencia, contra La Confederación Perú-Boliviana y del Pacífico. De todos estos acontecimientos, el más importante es la Batalla de Yungay (20-01-1839), pues, ahí nació la conciencia de ser chileno, además de terminar con el peligro que significaba la Confederación Perú-Boliviana, un proyecto expansionista que amenazaba nuestra existencia como un país soberano. Esta gesta dio origen al “Día del Roto Chileno”, efeméride que hoy pasa sin pena ni gloria, sin duda, sería políticamente incorrecta. Ensalzar la nacionalidad puede ser considerado un acto “fascista heteropatriarcal” que no es inclusivo y, por ello, ofendería a los “nuevos chilenos” (léase “ciertos inmigrantes”).

En primera instancia, había pensado en escribir sobre nuestros orígenes. Partiendo de la premisa de que, si el territorio mapuche empezaba en el Maule y el proceso de formación del pueblo chileno ocurrió principalmente al norte de este río, los mapuches no serían “nuestras raíces”, sino una de las muchas raíces y, además, secundaria. Sin embargo, cambié de opinión porque el mejor homenaje a los héroes de aquellas gestas que han dado forma a nuestro Chile, no es recordarlos, sino proyectarlos. Para esta tarea, lo primero es hablar con la verdad. Es demasiado difícil lograr la proyección de lo que ellos representan. Estamos en la peor crisis desde el Desastre de Rancagua (1814). Esta derrota dio paso a la Reconquista, una breve restauración monárquica, una breve desaparición del Chile independiente.

Hoy en día, estamos sufriendo una crisis que nos puede llevar a la desaparición como Estado independiente. Es cierto que nuestra impecable vida republicana es un mito -nunca hemos tenido más de 41 años ininterrumpidos de normalidad-, pero también es cierto que las crisis anteriores eran político-institucionales solamente y que ahora nos enfrentamos a una crisis político-social. De ahí la paradoja de que nunca antes habíamos tenido tanto bienestar material y nunca antes habíamos enfrentado una deconstrucción tan poderosa. ¿Qué nos pasó? Es simple: la izquierda gobernó demasiado tiempo sin contrapeso.

¿Desde cuándo empezó a gobernar la izquierda? En lo personal, creo desde los 80, al menos, en el ámbito cultural. En esos años, comenzó la deconstrucción de la autoridad con la indisciplina en los colegios. Los profesores ya no podían castigar a los alumnos a la “antigua”. Se cambió el “señor” o “señorita” por el “profe”. Luego, con la llegada al Gobierno de la Concertación por la Democracia, la situación empeoró a pasos agigantados; los izquierdistas se apropiaron del Estado y, desde éste, fueron volcando a su favor a la sociedad civil. Mayoritariamente, las artes estuvieron y están al servicio de la causa y los medios de comunicación, también. La mayoría lleva décadas emitiendo mensajes políticos malsanos, a veces explícitamente, otras implícitamente, por ejemplo, muchos medios informaron que, en la última marcha del rechazo, había cerca de 200 personas, pero eran unas 25.000. Las casas editoriales y librerías paulatinamente se han puesto a “tono”, censuran a ciertos autores. Décadas “martillándoles” la cabeza a las personas desde la cuna, obviamente, genera consecuencias. Sólo se explica así el odio con que muchos jóvenes han marchado, por supuesto en calidad de tontos útiles diría Lenin. Ellos han tenido cosas que sus padres o abuelos ni siquiera las podían soñar y, así y todo, piden empezar de cero. Es cierto que el modelo económico tiene fallas, pero éstas se pueden corregir, no es necesario ni conveniente empezar de cero. Pareciera ser la norma que cuanto más parásito de sus padres es ese joven, más comprometido con la causa está. En todas las crisis anteriores, teníamos a jóvenes respetuosos de ciertos códigos comunes, hoy, no. En este punto, hay algo peor: después de más de 30 años, muchos de esos jóvenes, en realidad, no son jóvenes, sino sus hijos, que están en la misma postura. También se da que muchos hijos de padres tradicionales o incluso de derecha se han sumado a esta corriente, ¿en qué fallaron esos padres?

Las autoridades de izquierda profundizaron sus propias medidas, cada vez más deconstructivistas. Empezaron quitándoles a los padres el derecho a castigar a sus hijos y hoy están tratando de implantar la autonomía progresiva de los menores, o sea, los niños se van a mandar solos, patrocinados por el Estado. Con todo esto, no se puede esperar que respeten a alguien. Además, muchas autoridades de los tres poderes del Estado siempre los han acompañado en sus manifestaciones aun ilegalmente. Las nuevas generaciones no representan a ese chileno aperrado, capaz de acometer cualquier empresa, de morir peleando de ser necesario. No se puede estar optimista.

La economía tiene sus bases sólidas, que harán que la recuperación sea rápida, pero el proceso político en curso amenaza con minarlas. Considerando los últimos resultados electorales, nada hace pensar que esto no pueda ocurrir, es más, probablemente ocurra en alguna medida.

La institucionalidad hace aguas por todas partes. Los tribunales y fiscalías actúan más como activistas que como lo que son. Incluso interpretando las leyes, “sentando presente”. Siempre se equivocan para un mismo lado. El Tribunal Constitucional cede a las presiones de la izquierda con demasiada frecuencia. Los ciudadanos reciben tratos distintos dependiendo de si son civiles o uniformados, actores políticos de gobierno u oposición, delincuentes o ciudadanos probos.

El Congreso ha implantado un parlamentarismo de facto y está compuesto por una fauna política que uno jamás se hubiera imaginado que estaría legislando. Además de sufrir gran atracción por las acusaciones constitucionales.

El Presidente de La República tiene miedo de cumplir con su deber y cada día desprestigia más la investidura de su cargo. Algo sumamente grave porque nuestra cultura política es fuertemente presidencial. Con esto arrastra a todo el Gobierno.

Todo esto se ha traducido en un sinfín de consecuencias negativas que sería imposible analizar en un artículo, pero sí se pueden mencionar algunas. Aquí nos encontramos con una corrupción generalizada; una delincuencia galopante, con vastas zonas tomadas por bandas de narcotraficantes, actuando impunemente; el Instituto Nacional de Derechos Humanos cogobernando en favor de cualquiera que infrinja la ley; la prensa temerosa de decir la verdad, si no fuera por los youtuber, estaríamos ciegos, sordos y mudos; la ONU cogobernando para imponer su “agenda progre”; las Fuerzas Armadas y las policías maniatadas; hay numerosos tratados que nos quitan soberanía; hemos perdido territorio y nada nos garantiza que no vuelva a ocurrir; estamos llenos de inmigrantes, al punto que se superó la capacidad de absorberlos, y muchos de ellos son delincuentes o agentes subversivos, además, la nueva ley de inmigración es abiertamente antichilena; conceptos fundamentales de la sociedad, tales como la familia y la patria, reciben incesantes ataques propagandísticos y legislativos; nunca antes el odio había llegado al extremo de derribar incontables monumentos y quemar decenas de iglesias y templos; la sensación de desgobierno es tal que el apoyo a los tres poderes del Estado no supera el 10%; en las universidades, muchos grandes académicos son perseguidos por pensar distinto. El listado es larguísimo y la descomposición social y política es tal que no se vislumbra una pronta solución.

Hay tres pruebas irrefutables de que esta crisis es la peor desde la Reconquista. La primera es que la izquierda, el sector deconstructivista, no tiene al frente a un rival digno, es más, la supuesta derecha siempre o casi siempre ha aportado votos a la causa izquierdista y nunca se ha sancionado a un congresista díscolo, inclusive se le salvó la corrupción al presidente Lagos, evitando así que cayera su gobierno. La segunda es que las otras crisis fueron breves y los bandos en disputa luchaban por imponer una forma de gobierno y no una refundación total de la sociedad, por ejemplo, los deconstructivistas usan otras banderas, ha llegado incluso a quemar la bandera oficial y a tener otro himno nacional. Y la tercera es la guerrilla en La Araucanía y zonas aledañas, pues, nunca había habido un sector tan grande ni por tanto tiempo fuera de la soberanía del Estado, lleva años y no se sabe cuándo terminará. Los integrantes de la CAM tienen armas de guerra y entrenamiento militar. Se trata de una guerra civil a pequeña escala que va en aumento.

Salvar Chile sería el mejor homenaje al roto chileno, cuyo día está por celebrarse. Se puede con su coraje y patriotismo. Sin embargo, la hazaña de Yungay no es sólo suya, también es del genio político del ministro don Diego Portales. Sin la solidez del Estado portaliano, hubiese sido imposible ganar una guerra frente a un adversario superior. Resucitar al Gran Ministro es imposible, pero aún subsisten los cimientos de su obra. Esperemos que nos puedan salvar. Sería otra victoria póstuma de don Diego.

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