Chile: un alma enferma

Por Álvaro Pezoa Bissières 

El alma de Chile está enferma. Se han ido disolviendo en el tiempo los denominados “valores morales” de la población –particularmente aquellos vividos: las virtudes–, sobre los que se asienta la vida en común; concluía la anterior columna en este medio. El severo deterioro del principio de autoridad, un marcado individualismo, la exigencia de derechos sin el correspondiente cumplimiento de deberes y el olvido de la primacía del bien común sobre los intereses particulares, son algunos de los rasgos que fueron esgrimidos como ejemplos relevantes.

Con todo, la lista de deterioros culturales no termina ahí. Otro mal evidente que aqueja a nuestra sociedad es la violencia injustificada. Esta se ha desplegado, por una parte, como consecuencia del aumento constante de la delincuencia narco que, por cierto, denota falta de reacción en el cuerpo social. Pero, más importante resulta aquella que se ha alentado como instrumento de acción político-ideológica, que alcanza su clímax el 18-O y meses siguientes, pero viene siendo utilizada por años en el escenario público y también en el privado (tomas, marchas callejeras, destrucción de mobiliario, apedreo de locales comerciales, agresiones a puestos policiales, destrucción de maquinarias, incendios de casas, graneros y capillas, etc.). Ha habido sectores políticos (principales hoy en el gobierno) que han hecho de ésta una táctica usual, una herramienta esencial de “lucha”. La han promovido, ejecutado, defendido e idealizado. La Araucanía y zonas de la Región del Biobío han conocido una versión abiertamente terrorista de la misma, con secuela de desolación y muerte, escondida bajo la bandera de “causa mapuche”. La violencia, en fin, ha llegado a ser una manifestación ciudadana comprensible, y hasta aceptada, para alcanzar objetivos de poder e influencia.

El recurso a la violencia en este caso no es una lacra que venga sola. Se encuentra acompañada por otro vicio, todavía más profundo y pernicioso, que la detona: el odio. Durante largas décadas en Chile se ha cultivado sistemáticamente la inquina, como expresión social concreta de la “lucha de clases” pregonada por las facciones políticas de raigambre marxista. En los últimos quince años su propagación ha sido intensificada, de la mano de la emergencia de una nueva izquierda con ínfulas mesiánico-moralistas. El impulso del encono es patente. Se utilizan para provecho sectario las insatisfacciones que generan en la población las carencias y el padecimiento de injusticias. Más que buscar auténticas soluciones a los problemas, a partir de estos es atizado el rencor que corroe las almas. Una vez despiertas las pasiones, se les da cauce, sustentando –“justificando”– en ellas la violencia, el reclamo amargo, el blog insultante, el slogan “facilista”: ¡la desunión, la enemistad!

Dolencias que resulta tan obvio mitigar, como difíciles de erradicar. Una tarea nacional pendiente ineludible.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera el domingo 24 de abril de 2023.

 

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