Cocidos a fuego lento

Los sesgados reportajes que he visto estos días sobre nuestro septiembre chileno, especialmente sobre el 11, donde todo es examinado desde una sola perspectiva, donde no existe causalidad para lo ocurrido hace cuarenta y dos años, donde la historia es mañosamente manipulada para infligir una estocada mortal en nuestras fuerzas armadas, me han dejado una amarga sensación y me han hecho recordar una historia vivida en la universidad donde ejercía la docencia y que da cuenta de cómo nos van cambiando las apreciaciones.

Teníamos con otros profesores la vieja práctica de darnos un tiempo para tomar un café con los alumnos. Normalmente cada uno llegaba a la cafetería con dos o tres discípulos que arrastraba después de la clase. Era la oportunidad para hablar de lo humano y lo divino. Para mí era el momento donde más vivía la academia, donde el mensaje calaba más profundo en los alumnos y donde uno recibía una franca retroalimentación de qué era lo que pensaban estos imperturbables personajes que con su mirada perdida lo dejaban a uno sin saber si dormían o si filosofaban con lo que uno les decía en clase.

Era un septiembre como ahora cuando el profesor Román nos recordó que, siendo niño, jugaba con soldaditos de plomo, a los que hacia desfilar al son de imaginarias bandas militares, los organizaba en invencibles batallones que seguían a bravos generales y gloriosos estandartes…

Eran otros tiempos, sentenció: hoy juegan con consolas virtuales donde la violencia y los efectos especiales anulan toda magia y superan la más fértil imaginación. Otro maestro que entendió una suerte de crítica en esas palabras, señaló: Ese es el mundo de hoy, la realidad es, ni más ni menos, lo que uno percibe a través de los medios.

Dos mundos diametralmente distintos, uno real y otro virtual. En uno las románticas batallas eran con “bolitas” que derribaban a aplomados soldados ocultos detrás de viejas piezas de dominó y donde la imaginación se debatía entre el honor y el valor de emblemas reales. El otro, dominado por consolas programadas a distancia por invisibles personajes que alienan a fanáticos “players” con tecnologías donde la realidad es superada por la ficción. Es cierto, el mundo ha cambiado, no se puede negar, pero con ello han cambiado nuestras costumbres, las fiestas patrias ya no son las fiestas patrias, son un corto feriado, la bachata prima ante el baile nacional, poner bandera… es “pintar monos”, la unidad es superada por la intolerancia. Pareciera que todo da lo mismo… menos el “patriótico bono”.

Frente a esta realidad no es de extrañar que a muchos le hayan ido cambiando lentamente la mentalidad, los han ido cociendo como a la rana… a fuego lento, sin que se dieran cuenta de que “los cocinaban”. Quienes vivieron esas épocas y quienes mantienen los ojos abiertos saben que la historia no es como se la han contado estos días. Cuando los otros, los que se ha dormido cándidamente como la rana, quieran despertar, será tarde: ya estarán cocidos…

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