El amargo triunfo de la traición

Por Cristián Labbé Galilea

No hay quien no se haya sorprendido al enterarse que el tribunal de Temuco había absuelto a los imputados en la causa Luchsinger Mackay. De la sorpresa se pasó rápidamente al estupor al saber que el juez J.I. Rau Atria  –el de la chaqueta roja-  fundó su resolución en que la fiscalía no había podido acreditar el carácter terrorista de los hechos, ni la participación de los acusados.  ¡Increíble! Cuatro años de investigación, tirados por la borda.

Pocos días antes, la opinión pública había sido sorprendida con el fallo de la Corte Suprema que ordenó la liberación de los ocho detenidos en el marco de la “Operación Huracán”, porque no se podía acreditar su participación en los atentados incendiarios de la Araucanía… ¡Increíble! Un gigantesco trabajo de inteligencia, tirado al tarro de la basura.

Una interminable lista de ejemplos como los mencionados, da cuenta de la impunidad con que “la violencia y el terror” actúan en nuestro país, y de la “asimetría jurídica” que impera en nuestros tribunales.

Sin embargo, como siempre queremos ver la parte “medio llena del vaso”, podemos pensar que esta asombrosa realidad presenta una pequeña “arista positiva”…: Ya nadie (o casi nadie), tiene dudas de que en nuestro país, el actual sistema judicial adolece de fallas profundas que dan pábulo a monstruosas injusticias e inequidades.

Por un lado tenemos al terrorismo mapuche que queda en la total impunidad, producto del nuevo  sistema judicial, absolutamente “garantista”; mientras tanto, los militares (sólo ellos) son procesados por el antiguo sistema judicial -lo que ya es injusto- cuyo carácter es esencialmente inquisidor y arbitrario, lo que permite que sean condenados y encarcelados producto de “frágiles presunciones e ilegales ficciones jurídicas”.

Asumiendo que es válido el viejo aforismo… “El que calla una injusticia es parte de ella” me cuesta creer que una inequidad tan obvia ocurra a vista y paciencia de la comunidad nacional y ante la lenidad de las autoridades, políticas, religiosas, educacionales (facultades de derecho) etc…

Advertido por mis años de que la desesperanza puede llegar a ser uno de nuestros peores enemigos, porque nos va quitando las fuerzas y las ganas, me niego a pensar que el camino sea la resignación. Muy por el contrario, creo que es ahora -al elegir a las próximas autoridades políticas- cuando tenemos la oportunidad de defender nuestros valores, nuestros principios y el tipo de sociedad en la que queremos que vivan nuestros hijos y nietos…

Que..: “las encuestas dicen”; “que el voto útil”; “que hay que llegar al gobierno”, y mil otros argumentos… ¡pamplinas! ¡No nos perdamos! -estamos hablando de la primera vuelta-. En estas circunstancias, lo importante es tener claro que…:   El sabor de actuar movidos por los valores que se profesan y por la sociedad que se quiere construir, es más dulce que el amargo triunfo de traicionar lo que uno piensa por mera utilidad.

Por último, mi optimista lector, le transmito estos versos que leí hace algún tiempo: No te des por vencido/ No te sientas esclavo/ piénsate bravo/ avanza aun mal herido/… que “solo la voluntad de vencer, conquista la victoria”.

 

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