GOBIERNO Y POLÍTICA:
GOBIERNO Y POLÍTICA:
Actividad imperdible:
Ojalá los políticos escuchen a los jóvenes inteligentes y a los empresarios esforzados:
PAÍS DE SINVERGÜENZAS AL MANDO DE AUTORIDADES DÉBILES, INEPTAS, IGNORANTES Y PERMISIVAS:
https://patriotaslater.blogspot.com/2024/08/pais-de-sinverguenzas-al-mando-de.html
Crea odio y cosecha resignación
Por Pilar Molina
El próximo viernes 18 es el quinto aniversario del estallido social o delictual, como lo denominan desde distintas veredas. Ante la proximidad de las elecciones municipales, el Gobierno no lo conmemorará diciendo lo que le gustaría expresar, porque la seguridad se ha convertido en la prioridad una, dos y tres de todos los ciudadanos.
Pero no es necesario que lo haga, porque varias veces el Presidente Boric ha advertido que tienen que apoderarse del relato del 18-O para que no se recuerde como una explosión delictual, advirtiendo, además, que las demandas sociales siguen vigentes. Y una y otra vez vuelve al discurso del odio y divisorio que le es cómodo y que alimentó la revolución destructora hace cinco años. Como esta semana, al anunciar el reemplazo del CAE (Crédito con Aval del Estado), si bien recoge la idea del ex Presidente Piñera de sacar a los bancos, lo hace argumento que “no participarán (…) porque no habrá espacio para la especulación, el abuso, ni para lucrar”.
Después dice que cree en el sector privado y que debe liderar el lánguido crecimiento económico, pero está en su ADN la negación del mercado, heredado de Bachelet 2. Ella fue la primera Mandataria en justificar las reformas profundas al neoliberalismo con el discurso anti élite, anti abusos y denunciando la desigualdad intolerable que consagra el sistema neoliberal.
Es el discurso del “malestar ciudadano” que tomó del informe del PNUD y que le dio relato a su segundo gobierno, de la mano con Pedro Güell, quien fue el coordinador ejecutivo de ese informe de 1998 y asesor principal en su segunda administración. El ideólogo también participó activamente en el reciente informe del organismo cuyo tono denunciante de las élites sigue siendo el mismo, sosteniendo que se mantiene la rabia y las demandas expresadas en el estallido de 2019. Boric aprovechó la ocasión en que le entregaron el informe para rescatar el estallido y advertir que “se pierde de vista justamente ese malestar que llevó en un momento a parte importante de la sociedad chilena a apoyar las diferentes formas de manifestación que estaban habiendo, incluso las violentas”. Aprovechando esta reedición del relato del PNUD, el Presidente también enfrentó el caso Audio no como un hecho delictual, sino que como uno de la éilte “que cree que a los poderosos no se les puede tocar”.
El octubrismo no fue sino la cristalización del masivo apoyo a las manifestaciones, “incluso las violentas”, como justificó Boric, con toda la fuerza desestabilizadora que trajo consigo después. Cuando el ex Presidente Piñera tenía el combate al narcotráfico y al crimen organizado como primera prioridad de su agenda, la oposición de entonces buscaba instrumentalizar a su favor la violencia de las barras bravas y grupos marginalizados que se tomaron la plaza Baquedano y desataron un tsunami destructor en todo Chile. Celebraban los fuegos artificiales en las manifestaciones y callaban frente a los ataques a las comisarías de carabineros por parte de bandas de microtráfico o delictuales que llevaban años asolando zonas segregadas y se potenciaron, como plantea Iván Poduje en su libro Siete Kabezas.
No sólo legitimaron la violencia, sino que transformaron a quienes por ley deben contenerla en “represores” y “violadores de los DD.HH.”, lo que no pudo sino convertir los territorios marginalizados en reinos de delincuentes comunes que luego se sumaban a la aplaudida “Primera Línea”, homenajeada en el Congreso Nacional.
La izquierda jineteó el descontento masivo discursivamente (abusos, lucro, fin AFP), pero también a través de mesas sociales y movilizaciones masivas que fueron subiendo de tono hasta explotar. Ahí llegó su momento de exigir una nueva Constitución, como “única forma de detener la violencia”, pero ésta se camufló durante la pandemia y adquirió otra forma, de la mano de las bandas de migrantes ilegales que inundaron a Chile con la política de que todos eran bienvenidos.
Y ¿qué tenemos hoy? Se consolidó la situación de inseguridad y no hay un aspecto en que Chile esté en mejores condiciones que aquellas que supuestamente legitimaron la revuelta del 18 de octubre hace cinco años.
Con un Gobierno incapaz de hacer un plan de largo plazo (si existe lo desconocemos) y que se contenta con darle un chupete a un niño hambriento y asigna militares a actuar por presencia en el norte y la macrozona sur. En las fronteras el control biométrico no detiene el flujo ilegal y en el sur hay menos ataques, pero con mayor violencia.
¿Qué tenemos? Resignación. A ver mausoleos narcos en las calles y sus bullados funerales que clausuran los colegios por el peligro de sus armas disparadas con impunidad. Nos resignamos a encerrarnos cuando cae el sol porque en las poblaciones el control es de los narcos, no del Estado. Las autoridades sanitarias se resignaron a apostar guardias armados en los centros de salud, convertidos en objetivos para los pandilleros que exigen ser atendidos por sus heridas o que no le presten servicios a quienes les disputan el control territorial. Nos resignamos a ocho homicidios por fin de semana y saber de cadáveres mutilados o personas enterradas vivas, amén de portonazos y turbazos, por doquier.
La situación actual es la normal después de haber derrocado el estado de derecho y sin que se cambie el mismo discurso que alimentó la insurrección.
¿Qué falta? Nada, que la peste siga penetrando todo el tejido institucional. Que si de violencia se trata, los narcos y el crimen organizado todavía tienen harto más que enseñar.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 12 de octubre de 2024.
No dejemos que Chile se pierda
Por Joaquín García-Huidobro Correa
Estamos regalando el país al narco y a otras formas de la criminalidad. El asesinato en Bajos de Mena y las recientes Fiestas Patrias, que fueron particularmente sangrientas, son una muestra más de un fenómeno que adquiere preocupantes visos de normalidad. Ya hay una marca de automóviles que ofrece autos blindados. Para algunas personas no son un lujo, sino un seguro como cualquier otro. No faltará mucho para que tengamos, como en Centroamérica, guardias con metralleta. Hoy parece impensable esa fatídica situación, pero cuando maten o secuestren a algunas personas adineradas, lo aceptaremos sin grandes dudas. Será la consecuencia necesaria de tener un Estado impotente. En todo caso, no habrá tales guardias para los millones de personas honradas que no pueden pagarlos. Ellas tendrán que acostumbrarse a vivir con el miedo en el cuerpo. Ya está sucediendo.
¿Qué hacer? No lo sé. Sin embargo, al menos hay algo imprescindible: es necesario legitimar ampliamente la fuerza estatal, esa que se ejerce de acuerdo con la ley y no según el capricho de algunos. Ya antes del 18 de octubre, la nueva izquierda se dedicó sistemáticamente a desacreditar la actividad de la Fuerza Pública y las FF.AA. Ahora ha dado unos pasos atrás, pero nada garantiza que si llega a estar en la oposición, no vuelva a sus malos hábitos anteriores. No hay que olvidar la estrategia común a buena parte de la izquierda latinoamericana: “Si no dejas que gobierne yo, te haré la vida imposible”.
Como nada es gratis en política, pienso que la oposición debe dar un claro apoyo a la ministra Tohá (por lo demás, dudo que haya muchas personas en la izquierda capaces de cumplir bien esa función); a cambio de ese apoyo tendría una pequeña posibilidad de obtener del Frente Amplio algunos compromisos públicos en la materia. No hablo del PC, porque no me hago mayores ilusiones acerca de su comportamiento.
Con todo, la violencia no ha cundido solo porque no ha sido atajada a tiempo por el Estado, que es quien tiene el monopolio de la fuerza en una sociedad democrática. Su difusión ha sido favorecida por un amplio deterioro político en todos los niveles. Para mejorar un poco el panorama, tanto el oficialismo como la oposición tienen mucho trabajo por delante.
Recuerdo que, en tiempos de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, había un rayado en una pared madrileña que decía: “¡El gobierno al poder!”. Esto valdría para el Chile de hoy. Gobernar no es proponer iniciativas de leyes progresistas y hacer gestos a la hinchada. Exige preocuparse de cosas tan básicas como las listas de espera en la salud pública o facilitar la aprobación de proyectos económicos que traerán consigo nuevas fuentes de trabajo, especialmente en las regiones (este es un gobierno patológicamente santiaguino).
Oscar Landerretche lamentaba hace unos días el hecho de que hace diez años el país carece de una estrategia de desarrollo. Me niego a pensar que sea imposible que izquierdas y derechas nos pongamos de acuerdo en algunas cosas básicas, que no dependan de las mezquindades parlamentarias de cada mes. ¿Cómo podremos mirar a la cara a los desempleados, a la gente que vive en los campamentos o a los niños, mientras nos dejamos llevar por la frivolidad, la improvisación y la pequeñez? En Chile todavía existe —en las izquierdas y las derechas— el patriotismo que se requiere para determinar algunos puntos que sirvan de base a esa estrategia que añora Landerretche.
También la oposición tiene tareas importantes. De partida, parece claro que debe hablarle al país con la verdad y decirle que vienen tiempos difíciles. Ninguno de los graves problemas que nos aquejan se arreglará con el solo traspaso de la banda presidencial.
Un mínimo de sentido de realidad hace imperioso terminar con el festival de la división. Es muy positivo que haya distintas sensibilidades en el mundo de la derecha, siempre que estén acompañadas de ánimo patriótico y generosidad. El bien de Chile no es lo mismo que la satisfacción de los intereses de Chile Vamos o del Partido Republicano. Las rencillas son un camino seguro al fracaso: no inspiran confianza en los electores.
Por último, parece necesario ser capaces de ofrecer un proyecto al país. Y hasta ahora, cuando falta poco más de un año para las elecciones presidenciales y parlamentarias, seguimos sin saber qué proyecto le ofrece la derecha al país. No basta con querer sacar de La Moneda a unos gobernantes poco capacitados. Ciertamente necesitamos un cambio; sin embargo, eso no significa que los chilenos vayamos a apoyar cualquier propuesta de reemplazo del gobierno actual sin que alguien se tome la molestia de decirnos para qué. El combate a la violencia supone el uso de la fuerza estatal, pero también exige mostrar que la política tiene algo que ofrecer al país. Para esto, los ciudadanos deben notar que los dirigentes de su sector están dispuestos a cuidar el país y que harán los sacrificios necesarios para entenderse con otros que busquen hacer lo mismo.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 29 de septiembre de 2024.