¿Me preguntas qué hice el 19?

La liturgia del 19 de Septiembre para un soldado retirado indicaba prender el televisor para ver la tradicional Parada Militar, y ver el desfile de nuestras Fuerzas Armadas y Carabineros que anualmente nos llena de emoción y nos lleva a nuestros tiempos de penachos blancos y rojos, a la elipse del Parque.

Confieso que – curiosamente – como nunca, vi esta celebración desde su inicio hasta el final, sin perderme detalle. Los viejos militares ya no buscamos observaciones sino que disfrutamos del paso de nuestros soldados a compás de viejas marchas e himnos. Hacemos desfilar por nuestras mentes tantos momentos y escenas que solo nosotros entendemos. Recordar viejos camaradas, antiguos formadores e instructores. Disimular en fin, con un trago, la lágrima que no cae y pasar ese nudo que se nos pone en la garganta. Los militares somos hombres buenos, y los hombres buenos lloran.

Me sucedió una cosa extraña. Lamentablemente, y a los primeros acordes de las bandas, tuve la sensación de sentirme extraño, desarraigado, exiliado y ajeno a todo lo que en el parque sucedía. “Sentía que quería sin ser correspondido, y que a mi ‘viejo amor sí le decía adiós’ “. Raro, muy raro.

Experimenté, a lo mejor, lo mismo que aquellos detenidos “eternos e interminables” de Peñalolén, que pululan esperanzados “en que mañana sí”; o aquellos que – cruelmente -, condenados a la muerte en vida y con la emoción palpable, vieron el desfile en torno a un televisor en Punta Peuco. Me sentí un extraño de lo que veía. Sentí un sabor amargo.

 

Observé en silencio un simbólico salto en paracaídas en homenaje al 50 Aniversario de los Paracaidistas; nuestra tropa de elite, nuestro orgullo, nuestros admirados “Boinas Negras”.
Pero con el ceño fruncido advierto un extraño galvano o plato de reconocimiento; cuando al mismo tiempo, uno de los más notables fundadores de la especialidad, el General Eduardo Iturriaga Newmann, está encarcelado por años. No creo que nadie no haya pensado en él.

Reconozco que me alentó su posterior y renacido desfile con sus tradicionales boinas, cantando a voz en cuello y con fuerte paso de fuerzas especiales, el Himno del Ejército de Chile; quizás, como un homenaje a la eternidad.

Retrocedo en mi estado de ánimo, y mientras un ministro chatea en su celular, sin importarle lo que pasa en su frente, el Gral. Hernán Ramírez Coydan ,en un homenaje postrero a su padre, el Gral. Hernán Ramírez Rurange (Q.E.P.D.), desfila ante las autoridades entre quienes están los que lo condenaron y lo que lo llevó a tomar una drástica determinación antes de ser encerrado de por vida en un penal. Me imagino los dientes apretados y los pensamientos que pasaron por la mente de ese General, hijo de un prisionero militar. Y así como él o tras de él – hermanados en el drama – iban cientos de oficiales y suboficiales cuyos padres, hermanos, abuelos sufren la tragedia de una masacre jurídica por haber cumplido con su deber hace casi medio siglo; también “con los dientes apretados, llorando en silencio sin que les ruede una lágrima y sonriendo a todo aquel que disfrute viéndolos sufrir”. Toda una máxima.

Se fue la Parada Militar 2015. Se apresuraron las felicitaciones, los golpeteos cortesanos en la espalda de nuestro CJE, “palabras de zorro y mundo de lobos”. Mañana, en el primer punto de prensa, frente a una cámara encendida o ante la luz verde de una grabadora, volverán a lo mismo: Supuestos pactos de silencio, posibles funcionarios de la CNI empleados por la institución, documentos escondidos por el Ejército y el permanente apetito por borrar o regular nuestras tradiciones, o degradarnos. Volverán sus caras hurañas, inmutables, vengativas y llenas de odio. Ese odio que, como indispensable vitamina, les proporciona vida…de mala calidad.

Una sensación de distancia, lejanía y soledad me embarga. Tristeza por lo que estamos viviendo los que desde afuera, vemos que también en esos estandartes que ayer desfilaron, van nuestros nombres. Que también mi Ejército me pertenece desde los 14 años.

Siento, en fin, muy penosamente, que estamos abandonados a nuestra suerte, porque tú, Ejercito mío, que me ordenaste jurar y dar todo por Chile, durante 17 años de mi vida y la vida de miles de camaradas, lamentablemente, con la influencia del odio foráneo, has reparado en todos los errores que cometimos, pero no en todo lo que hicimos por tí y por Chile.

Carta emitida por General Hernán Núñez Manríquez

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