Qué es más importante: ¿Las banderas o el abanderado?

Hace varios años un amigo me comentó que no le gustaba el candidato que su colectivo llevaba para las elecciones y, yo recuerdo, haberle contestado «no te fijes en el ‘abanderado’, preocúpate de las ‘banderas’”.

Por supuesto, ese consejo fue perdiendo validez ya que las banderas pasaron a segundo plano desde que a algunos intelectuales se les ocurrió, después de la caída del muro de Berlín, que las ideologías, como banderas de la política, habían desaparecido.

En consecuencia, se fue imponiendo un pragmatismo rendido a las encuestas para designar a los candidatos. Lo anterior, acompañado de un programa de promesas atractivas e ilusorias sin explicitar ni su base filosófica ni menos su financiamiento.

De esa forma, la política se fue vaciando de contenido y con ello un desfile de candidatos que llegaron a la política debido a popularidades ajenas a ella como el canto, humor, deporte y otras actividades. Había que cautivar al votante y que mejor hacerla con caras ya conocidas. Así las cosas, los nuevos personajes, muchas veces carentes de creencias e ideas solidas, ayudaron a transversalizar intereses y de paso, eclipsar la influencia del partido político.

En ese escenario, desde hace un par de años resurgieron los independientes y, cuando ellos aparecen, es porque los partidos políticos están naufragando.

Con el correr de los años, esta sentencia de la muerte de las ideologías se transformó en profecía autocumplida, ya que, entre los políticos, se entronizo la idea de que la política debía y podía ser instrumental. Una de las tendencias más instrumentales fue, precisamente, perseguir el centro político para ganar, aun desperfilando el relato y sin considerar que buscar el centro puede convertirse en recorrer una autopista llena de peajes, que le va a hacer llegar al final desgastado, débil y sin las ideas originales.  

El mejor consenso es el que se hace a partir de ideas y no de coyunturas coincidentes. Estas últimas, hacen claudicar las ideas en beneficio del populismo.

La pregunta que cabe es ¿es posible que la política se haga sin ideas?

En política, como en la vida, las creencias e ideas son el principal elemento diferenciador entre el sapiens de los animales ya que nos permiten, como lo expresara Arendt, ser libres y trascender, interrumpiendo procesos sociales y por sí mismo comenzar otros nuevos.

Históricamente, la principal actividad social que ejercen los seres humanos para integrarse, convivir, desarrollarse y defenderse es la política, requiriendo de suyo, que se plasme en creencias e ideas.

La falta de educación cívica fue imponiendo en Chile de que era posible una política sin ideologías. Esta particular falacia se apoyó en la burda confusión entre ideas, ideología e ideologización, esta ultima entendida como una exacerbación de la ideología asumida con fanatismo y sin sentido crítico. Ante este hecho anómalo, solo podemos decir que la causante no es la ideología, sino que los propios seres humanos que la distorsionan y quieren aplicarla a todos los aspectos de la vida. Pero, la sociedad en la actualidad ha cambiado mucho y es una barrera para evitar ideologizaciones absurdas.

La desideologización en la política fue dejando a los partidos políticos sin líneas de pensamiento ya que la función de la ideología es articular y transversalizar las ideas, tanto política, económica, social, cultural e internacional en un “sistema de ideas” con capacidad prospectiva y posible de jerarquizar. Ese sistema de ideas, es muy necesario, porque contendrá el anclaje antropológico, filosófico y politológico concediendo, asimismo, fundamento a los intereses que se defienden y encarnando el “por qué” y “para qué” de lo que se impulsa.

Cuando los programas políticos son meramente instrumentales, no tienen expresados el “por qué” y “para qué”. En Chile, el discurso político ha sido prometer llevar a cabo lo que la gente pide. La ideología, hoy, solo se emplea, para caricaturizar de comunista o fascista a su adversario.

En efecto, estamos inundados de una politiquería vacía que se reduce a estigmatizar al neoliberalismo. Los argumentos que se escuchan son, más bien, slogans y frases hechas, pero ideas para mejorar… muy pocas o superficiales.

Una política sin ideas hace que el votante carezca de certezas ya que, finalmente, el quehacer político queda entregado al que ganó y a su grupo. Después se irá viendo que caminos recorre.

Cuando uno analiza los partidos políticos tradicionales que tenían mayor fortaleza ideológica, se percibe que sus fundamentos de antaño han dado paso a posiciones mas bien vagas. En el Partido Comunista, por ejemplo, el marxismo aparece solo como el sustento del cual arranca la visión del partido, mencionando luego nombres como Stalin, Engels, Lenin, Recabarren y otros, no fijando posición frente a Althusser o Gramsci o el posmarxismo que emerge de la Escuela de Frankfort.  En suma, es una visión que queda corta respecto a la evolución de sus propias ideas.

El Partido Demócrata Cristiano, en su declaración de principios se basa en la doctrina social de la iglesia y en conceptos de Maritain, aunque no le nombra. No obstante, en la política diaria no se aprecian esos principios tan explícitos.

El Partido Socialista no ha resuelto hasta ahora si es socialdemócrata u otra cosa y al Radical se le perdió la clase media y no fue capaz de proponer un laicismo moderno, tolerante y creativo para una sociedad plural, optando por sobrevivir como un partido de baja intensidad.

En la derecha el panorama no es distinto. Su falta de ideología política se ha fundido en el sistema económico. No es posible diferenciar una de otra.  Además, no logra conciliar la dicotomía que se le produce en cuanto a ampliar las libertades económicas, pero restringiendo conductas en cuanto a un mayor liberalismo cultural.

La gran pregunta y autocritica que debieran hacerse los partidos políticos es ¿Por qué un ciudadano querría integrar sus filas? ¿por la historia? ¿o porque hay un sistema de ideas que le entusiasma?

Ahora bien, si nos distanciamos un poco de lo relatado, percibimos que las ideologías están latentes y no han desaparecido, solo requieren ser alineadas a los tiempos ya que, al menos, capitalismo y marxismo siempre mantendrán una disputa.  Una mostrando crecimiento económico, mientras que la otra, crítica social. Ambos son irreconciliables.

Gilles Deleuze, intelectual posmoderno francés, expresó que la axiomática del capitalismo es adaptable y es capaz de reinventarse y por eso es complejo de derrotar. Hans Enzensberger, intelectual alemán, coincide en la misma idea señalando que el capitalismo es “proteico”. Es cierto, y la axiomática marxista -dada la potencia de su ideología y su base filosófica- también es flexible y se puede, con algún esfuerzo intelectual, adaptar a la sociedad actual. Son ambas muy líquidas (en el concepto de Bauman) y si imaginamos a la sociedad como una piscina, capitalismo y marxismo son como un líquido que se vierte en ella y la llena de lado a lado. La diferencia estará en la profundidad que alcance uno u otro. Por eso, las derechas pueden perder ideológicamente, pero ganar en los económico. A su vez, las izquierdas ganar en lo ideológico, pero perder en lo económico.

Sin embargo, en el último tiempo se observa un interés por el contenido ideológico. En la izquierda, por ejemplo, se está reconstruyendo ideología en las generaciones más jóvenes. Se observan intentos en el ámbito del posmarxismo, que, distantes del pasado, buscan equivalencias con las nuevas causas emergentes tales como indigenismo, feminismo, LGTB, migrantes y otras. La socióloga belga Chantal Mouffe ha sido ideóloga de esta iniciativa en “Podemos” en España, defensora del populismo Chavista y, con influencia en sectores del Frente Amplio.

No es realista pensar que toda la fortaleza y renovación del pensamiento marxista o neomarxista va estar siempre y sólo radicado en el partido comunista tradicional. El pensamiento marxista es mucho más que el partido y lo excede largamente, pudiendo ser una metodología sociológica para entender a la sociedad y también un sistema de ideas para gobernarla. Por la primera razón, entusiasma a sectores intelectuales.

Recientemente, desde la izquierda han surgido posturas intelectuales que son muy atractivas a los jóvenes dando sustento ideológico, más de 500 años después, al indigenismo para ser usado en la actualidad. Por ejemplo, la “transmodernidad”, propuesta por el filósofo Enrique Dussel, rechaza a la modernidad y a la posmodernidad por eurocéntrica y reivindica lo nativo anterior a la colonia. Estos postulados tienen un circuito que desde el intelectual van a la universidad donde germinan y se trasladan posteriormente a la política.

Los intelectuales, finalmente, son los DJ que ponen la música a los políticos, que como dijo Isaiah Berlin, requieren más que análisis una síntesis y, ojalá puesta en una especie de canapé.

Por su parte, en la derecha ha habido un debate ideológico en algunos intelectuales jóvenes, pero aun es incipiente. En ese sentido, el nuevo partido Republicano puede, en corto tiempo, integrar en un solo referente a los votantes de los dos partidos más antiguos. Sin embargo, el obstáculo será las diferentes miradas que persisten entre conservadurismo moral y libertades económicas.

¿Al pasar de una política ideológica a una instrumental que sucedió? La anomalía de la ideología, como dijimos, es la ideologización, pero la anomalía de la política instrumental es mucho peor, porque es la corrupción. Yo te doy, tú me das…tus ganas y yo también. La corrupción y la necesidad de financiarse finalmente ha beneficiado al narcotráfico.

Tenemos que replantearnos el fundamento de la política o ésta se va a anquilosar y, por tanto, la corrupción será la tónica definitiva. Los partidos deben revitalizarse en la ideología para que puedan constituirse en una instancia politológica y republicana. El ejercicio de la política y la Republica deben reflejarse en ellos. De ese nido saldrán nuevos líderes con contenidos basado en ideas y no vanidades.

La desideologización de la política ha perjudicado, incluso, a la ciencia política convirtiendo a politólogos en comentaristas de coyunturas o encuestas sin necesidad de usar, en sus comentarios, a la disciplina como sustento. Por su lado, en los debates los periodistas son incapaces de profundizar en filosofía para incursionar en la esencia y profundidad de las ideas.

Mencionamos a algunos de los últimos políticos que, desde su sensibilidad partidaria, hicieron pedagogía ideológica en la política chilena, por supuesto para sus respectivas tendencias, como Eugenio González, Volodia, Millas, Jaime Guzman, Frei Montalva o Castillo Velasco, cuyos escritos fueron olvidados por la política instrumental.

En un futuro próximo tendremos una revalorización de las ideas en algunos sectores y, esos sin duda serán quienes se impongan. Hay riesgo de ideologización por supuesto que sí, empero, reiteramos la ideologización es menos dañina que la corrupción.

Por tanto, los ciudadanos debemos exigir abanderados que representen y cautiven por sus ideas y porten sus banderas ideológicas con fundamentos y no solo con promesas.

¡La política se comienza a perfeccionar a partir de sus actores! (Red NP)

Jaime García Covarrubias

 

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