Sergio Muñoz Riveros: “Este es el plebiscito del miedo”

El analista político fue el  encargado de presentar el libro del presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo, Luis Larraín, “El otro golpe: 18 de octubre de 2019”. Durante su intervención, Muñoz sostuvo que el referéndum de este domingo es “casi una penitencia que debemos cumplir para que no nos castiguen. Solo queda desear que la votación se desarrolle sin incidentes, con garantías de seguridad para los electores”.

Desde el llamado “estallido” del año pasado, 18 libros se han publicado sobre esos acontecimiento y el día de ayer, el presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo y economista, Luis Larraín Arroyo, presentó su obra titulada “El otro golpe: 18 de octubre de 2019” (Ediciones LyD en conjunto con Ediciones El Líbero).

El encargado de presentar esta nueva publicación fue el analista político Sergio Muñoz Riveros, autor de “La democracia necesita defensores” (Ediciones El Líbero).

Muñoz comenzó su intervención haciendo referencia a lo ocurrido el reciente domingo, afirmando que “las imágenes de las iglesias quemadas de ayer han dado vuelta al mundo”. Y señaló: “Allí se sintetiza el duro dilema que tenemos como comunidad. Ceder ante la irracionalidad, u oponernos firmemente a ella; callar o levantar la voz; aceptar el chantaje de los violentos o defender a pie firme la paz, la libertad y el derecho”.

También tuvo palabras para reconocer los avances del país durante los últimos 30 años, lo que según él, es la causa de una clase media emergente más exigente y con más necesidades.

El también columnista -quien militó en el Partido Comunista hasta mediados de los 80, fue prisionero político y exiliado- fue enfático en afirmar que lo que aconteció el año pasado en el país tenía como finalidad evitar que el Presidente Sebastián Piñera continuara gobernando. En otras palabras, sostuvo que fue “violencia política contra un gobierno de derecha”.

En esta línea, Muñoz Riveros se mostró convencido de que “hubo intervención extranjera”. Planteó: “A la vieja izquierda rencorosa y sus amigos en la región necesitaban invalidar la experiencia chilena de 1990 en adelante, que permitió, con gobiernos de centroizquierda y de centroderecha, que Chile diera un enorme salto de progreso que obtuvo reconocimiento internacional. Los logros chilenos incomodaban a los populistas de la región”.

Abordó en este contexto el referéndum de este domingo que se realizará “con amplios sectores de la población en cuarentena total o parcial, y comprensible temor a la violencia, hay motivos para decir que este es el plebiscito del miedo, casi una penitencia que debemos cumplir  para que no nos castiguen. Solo queda desear que la votación se desarrolle sin incidentes, con garantías de seguridad para los electores”. Y agregó: “Será una votación con alternativas interpretables, en la que algunos depositan una especie de fe refundacional, como si fuera la entrada a un estado de armonía, en el que quedarán satisfechas todas las necesidades. Pensamiento mágico, sin duda. Y fuente de frustraciones por cierto”.

Por último, el autor hizo un llamado a fortalecer el estado de derecho, y “a sostener la democracia con pie firme, contra viento y marea”. Finalizó su discurso diciendo que “no podemos volver a perder la democracia”.

Por su parte, Luis Larraín explicó que su libro “El otro golpe”, a través de sus siete capítulos, busca entender el proceso desencadenado a partir de octubre del año pasado en Chile tomando en cuenta que no existe una única explicación para él. La actividad fue transmitida a través de Zoom y contó con la presencia, además de Muñoz, de la directora ejecutiva de Libertad y Desarrollo, Marcela Cubillos y el director de El Líbero, Eduardo Sepúlveda.

En su exposición, el economista señaló que el estallido del 18-O “no le hubiera ocurrido al gobierno de la ex Presidenta Michelle Bachelet”. Fue enfático en explicar que las páginas denuncian que lo ocurrido fue un golpe, pero de “liberación prolongada como algunos fármacos, pero un golpe al fin, que despoja del poder a la autoridad legítima”.

Por último, Larraín hizo un llamado a la izquierda democrática que hoy está “pasmada”: “Necesitamos que se reconstruya”.

Antes de las intervenciones, Marcela Cubillos, afirmó que el libro de Larraín es un “buen ejercicio de anticipación”. Y respecto a la centro derecha dijo que “debemos cambiar nuestra manera de hacer política pero no nuestras convicciones. Convertir en populares nuestras ideas propias”.

 

Discurso completo de Sergio Muñoz Riveros:

Presentación del libro “El OTRO GOLPE”, de Luis Larraín. 19 de octubre de 2020
Instituto Libertad y Desarrollo

Las imágenes de las iglesias quemadas ayer han dado la vuelta al mundo. Allí se sintetiza el duro dilema que tenemos como comunidad. Ceder ante la irracionalidad, u oponernos firmemente a ella; callar o levantar la voz; aceptar el chantaje de los violentos o defender a pie firme la paz, la libertad y el derecho.

El libro de Luis Larraín es una gran contribución al esfuerzo por comprender lo que empezó el 18 de octubre del año pasado y aún no termina. “El otro golpe” se atreve a navegar en las aguas revueltas de un fenómeno que está en desarrollo y cuyo examen exige incorporar múltiples variables, entre ellas las referidas al sustrato de malestar y descontento que existe en nuestro país, en particular por las expectativas de la clase media emergente que empezaron a chocar con la realidad en los años recientes. El libro examina las circunstancias económicas, sociales, culturales y políticas que existían en octubre, cuando no faltaban los problemas que debían atenderse con urgencia, por ejemplo las bajas pensiones, pero cuando nada hacía pensar que estábamos a las puertas de una ofensiva de violencia, destrucción y pillaje de características jamás vistas en Chile.

Tienen valor didáctico las páginas dedicadas a describir los cambios producidos en la estructura social por efecto de los logros de los últimos 30 años en el mejoramiento de las condiciones materiales de existencia de la mayoría. Ese mismo avance, explica el libro, creó nuevas necesidades que los gobiernos se demoraron en percibir. Numerosas familias que salieron de la pobreza no habían consolidado su nueva posición y temían recaer en la precariedad. Por desgracia, la crisis combinada de la violencia y la recesión causada por la pandemia, ha hecho realidad esos temores.

Larraín desafía la interpretación bien pensante de que en octubre estallaron los anhelos de justicia, que fue avalada por académicos que se las arreglaron para esquivar la parte más turbia de lo ocurrido, la barbarie y las motivaciones crudamente políticas que hubo detrás. La agresión a nuestra convivencia fue mostrada como una catarsis, como un acto de purificación en medio del pecado, o como la vía necesaria para eliminar la desigualdad. Entre quienes se emocionaron con lo que consideraban el despertar del pueblo y justificaron la metodología, hubo no pocas personas que vieron las llamas desde muy lejos, seguros de que no les alcanzarían. Estaban, hay que decirlo, en La Reina o en Las Condes, desde donde expresaban simpatía por los actos supuestamente justicieros que tenían lugar en Maipú, Puente Alto o La Pintana, donde las familias vulnerables, los pequeños comerciantes y muchas personas modestas sufrieron los efectos de los actos vandálicos.

Larraín hace referencia a una frase dicha por el ex Presidente Ricardo Lagos en un libro colectivo publicado hace poco: “El estallido social –dijo Lagos- le tocó al Presidente Piñera, pero le pudo haber tocado a cualquiera”. Larraín discrepa de eso. No cree que la revuelta le pudo haber tocado a cualquier presidente, y específicamente a Michelle Bachelet, cuyo segundo gobierno gozó de la condescendencia de la calle, pese a que durante su gestión bajó el crecimiento y aumentaron las deudas de la gente. Lo que aquí hubo, sostiene Larraín, fue un intento de evitar que Sebastián Piñera siguiera gobernando, utilizando para ello la violencia política.

Allí está el foco de la perspectiva del libro. Violencia política contra un gobierno de derecha. Sobran las evidencias de que una parte significativa de la oposición actuó según el principio de que contra Piñera todo estaba permitido, lo cual, paradójicamente, contradecía el empeño por mostrar el estallido como expresión espontánea del pueblo. Es verdad que la asonada concentró las viejas furias de todos los grupos y grupúsculos izquierdistas contra la derecha, para lo cual era necesario mostrar a Piñera como nuevo dictador, pero hubo algo más, que reafirma la raíz política y no propiamente social, de la revuelta. Lo sintetizó la consigna “No son 30 pesos, sino 30 años”. Lo repitieron actores y figuras del espectáculo a los que, curiosamente, les ha ido muy bien en estos 30 años, y lo proclamó también Nicolás Maduro desde Caracas.

La vieja izquierda rencorosa y sus amigos en la región necesitaban invalidar la experiencia chilena de 1990 en adelante, que permitió, con gobiernos de centroizquierda y de centroderecha, que permitió que Chile diera un enorme salto de progreso que obtuvo reconocimiento internacional. Los logros chilenos incomodaban a los populistas de la región. Eso explica que, en los días de la asonada, el presidente argentino aprovechara para darnos una patadita.

La violencia requirió planificación, coordinación y recursos. Los cabecillas necesitaban “arropar” el vandalismo, levantar un escudo humano para validar todo lo que vimos. Para ello buscaron integrar, con diversas modalidades, a todos lo que estuvieran enojados por algo, frustrados por lo que fuera, listos para culpar a la sociedad por sus carencias de todo tipo. Ese fue un factor movilizador muy potente, y que arrastró a las calles a muchos jóvenes extraviados, sin brújula familiar ni conciencia de los límites. Con los incentivos correspondientes, hubo muchachos que se dedicaron al vandalismo en jornada completa.

La concentración del 25 de 0ctubre en Plaza Italia, sin lema central, sin oradores, en la que confluyeron las causas más heterogéneas, atemorizó a mucha gente por su masividad. Fue una especie de maremagnum, pero con enorme poder intimidante. El propio Presidente de la República escribió en Twitter: “La multitudinaria, alegre y pacífica marcha de hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario, abre grandes caminos de futuro y esperanza. Todos hemos escuchado el mensaje”. Fue un intento de cabalgar sobre la tormenta, pero no resultó. Y el apresuramiento en echar mano a la billetera fiscal para apoyar a los grupos vulnerables no solo no detuvo los desmanes, sino que se interpretó del peor modo: ESA era la forma de conseguir beneficios.

En agosto de este año, la revista mexicana Nexos publicó un ensayo de Joaquín Villalobos, salvadoreño, 69 años, uno de los comandantes del Frente Farabundo Martí, el movimiento guerrillero que participó en la guerra civil de El Salvador desde fines de los 70 hasta 1992. Villalobos se graduó luego en Oxford y hoy es analista internacional, experto en la resolución de conflictos. En el ensayo mencionado, que se concentra en la influencia del castrismo en América Latina, se refirió al octubre chileno.

Dice Villalobos que las protestas de 2019 en Colombia, Ecuador y Chile tenían causas internas legítimas, y que la mayoría de las personas se movilizó pacíficamente, pero que la violencia estuvo a cargo de minorías movidas por factores externos: “El vandalismo fue premeditado, organizado, artificial, movido por intereses externos y no encaja con la forma en que evoluciona una protesta de calle”.
La violencia en la calle, dice Villalobos, puede ser espontánea, básicamente reactiva ante los excesos policiales, u organizada, con una planificación de combate para enfrentar una represión letal. Afirma que ni en Ecuador, ni en Colombia ni en Chile había en 2019 una represión del Estado que justificara la violencia. Esta no fue reactiva, sino organizada, premeditada y dirigida. Y sostiene: “No hay explicación política racional al nivel de vandalismo en Chile. (…) Ni durante la insurrección contra Somoza en Managua ni cuando los guerrilleros salvadoreños combatimos durante quince días en la capital hubo un nivel de destrucción siquiera cercano a lo que ocurrió en Chile”.

La pregunta es insoslayable. ¿Hubo intervención extranjera? Estoy convencido de ello, y en el año transcurrido solo he reafirmado tal percepción. Como es sabido, en febrero del año pasado el Presidente Piñera viajó a Cúcuta, en la frontera de Colombia y Venezuela, para apoyar a Juan Guaidó. Visto desde hoy, ese viaje fue temerario y no tuvo en cuenta lo que significaba desafiar a un régimen despótico y sin escrúpulos. El 16 de octubre del año pasado, la Secretaría General de la OEA había advertido: “Las actuales corrientes de los sistemas políticos del continente tienen su origen en la estrategia de las dictaduras bolivariana y cubana, que buscan nuevamente reposicionarse, no a través de un proceso de reinstitucionalización y redemocratización, sino a través de su vieja metodología de exportar polarización y malas prácticas, pero esencialmente financiar, apoyar y promover conflicto político y social”. Imposible más claro.

Todo indica que el régimen de Nicolás Maduro se tomó revancha de la demostración que hicieron los mandatarios Piñera y Duque en la frontera. Hace un mes, fue detenida en Barranquilla, Colombia, Yacsy Álvarez Mirabal, ingeniera, directora de empresas, con un estilo de vida que incluía viajes a diversos países. Se trata de una agente de la inteligencia venezolana, conocida como Alex. Hay base para pensar que en Chile han actuado también agentes chavistas, algunos de los cuales es probable que se hayan mimetizado con los miles de venezolanos inmigrantes. La llamada “teoría de la conspiración” es una forma de reduccionismo que no sirve para analizar los fenómenos sociales y políticos, pero las conspiraciones existen. ¿Ha pecado de ingenuidad nuestra democracia, que en el momento de la revuelta tenía una Agencia Nacional de Inteligencia completamente inútil? ¿Cuán alerta están las FFAA en este campo? Una cosa es clara: en el terreno de la seguridad del Estado, la ingenuidad y la imprevisión son imperdonables.

La violencia dejó una herencia envenenada en las formas de hacer política. Los partidos opositores descubrieron que su capacidad de presionar creció gracias al recurso de amenazar con nuevos desmanes. El argumento retorcido ha sido este: “nosotros somos violentos, pero si no nos hacen caso, vendrán los violentos”. O sea, extorsión con todas sus letras.

Larraín cuenta que antes de la firma del acuerdo del 15 de noviembre conversó con varios diputados y senadores que concurrieron a él. Cuenta del efecto intimidante que tuvo la declaración de tono rupturista firmada por todos los partidos opositores el 12 de noviembre, que llevó a fijar una negociación con un plazo de 48 horas para evitar que continuara la violencia. “Parecía –dice Larraín-, que desde La Moneda se alentaba esta salida y de hecho, el ministro del Interior en esos momentos, Gonzalo Blumel, mantuvo permanente contacto con parlamentarios de gobierno y oposición durante la frenética negociación de esos días”. El acuerdo dio un respiro al país, pero el libro recuerda que 5 días después, el PC y el Frente Amplio, que no lo firmaron, presentaron una acusación constitucional contra Piñera, y más tarde, todos los partidos que sí firmaron el acuerdo, votaron en la Cámara a favor de la acusación. Si no hubiera sido porque 8 diputados opositores se dieron cuenta de que el país caminaba al borde del barranco y votaron en contra, la crisis institucional habría sido inevitable.
Así partió el proceso constituyente que nos conduce al plebiscito del próximo domingo. Con amplios sectores de la población en cuarentena total o parcial, y comprensible temor a la violencia, hay motivos para decir que este es el plebiscito del miedo. Casi una penitencia que debemos cumplir para que no nos castiguen. Solo queda desear que la votación se desarrolle sin incidentes, con garantías de seguridad para los electores. Será una votación con alternativas interpretables, en la que algunos depositan una especie de fe refundacional, como si fuera la entrada a un estado de armonía, en el que quedarán satisfechas todas las necesidades. Pensamiento mágico, sin duda. Y fuente de frustraciones por cierto.

Larraín fundamenta su voto por el Rechazo y manifiesta preocupación por lo que viene, sin ocultar su crítica al gobierno de Piñera por haber aceptado un cambio constitucional que no estaba en su programa. “Ya no estamos –dice- frente a aquel período virtuoso de nuestra historia política, en que ideas básicamente socialdemócratas representadas por la centroizquierda se enfrentaban a ideas liberales y conservadoras agrupadas en la centroderecha, haciendo posible una alternancia en el poder y una discusión civilizada y legítima acerca de cuáles son las mejores políticas para el progreso de los chilenos. Ese balance de poder, que dio origen al período más fructífero de nuestra vida independiente, en que los chilenos de todas las condiciones mejoraron su calidad de vida de una manera nunca antes vista en nuestra tierra, como este libro y muchas otras evidencias lo confirman, se rompió. Y se rompió mediante un golpe de Estado que, valiéndose de la violencia, ha dañado gravemente nuestra institucionalidad”.

Comprendo la naturaleza de las preocupaciones de Larraín, pero en Chile, afortunadamente, no hubo un golpe de Estado. Ello habría supuesto la captura del poder por la fuerza. Tampoco hubo una insurrección, aunque ciertos grupos afiebrados pensaron en eso. He escuchado también la expresión “guerra civil de baja intensidad”. ¡Dios nos libre de algo que siquiera se le parezca! Las FF.AA. se mantuvieron entonces y se mantienen hoy junto al poder legítimo. Hubo sin duda fue un intento de quebrar la continuidad institucional y, como consecuencia de ello, ha quedado en entredicho la lealtad de algunas fuerzas opositoras con el régimen democrático. En este contexto, es deplorable que los partidos de centroizquierda que gobernaron con sentido nacional desde 1990, se hayan prosternado ante el fundamentalismo de izquierda. Se trata de un extravío por el que pagarán un alto precio.

Respecto del desempeño del Presidente Piñera, lo mínimo que puede decirse es que los disociadores efectos de la agresión sufrida por nuestra convivencia habrían puesto en dificultades a cualquier gobernante. Piñera ha cometido errores y merece críticas por supuesto, pero qué difícil ha sido este período, en el que su gobierno ha sido zaherido por reprimir y, al mismo tiempo, por no reprimir lo suficiente, y todo ello en un cuadro saturado de oportunismo. No ha costado mucho culparlo por esto y lo otro, pero lo cierto es que, desde 1990, ningún gobernante enfrentó adversarios tan dispuestos a saltarse las reglas. Cuando comenzaba el gobierno del Presidente Frei Montalva en 1964, el PS dijo que le negaría la sal y el agua. Frente a Piñera, ha actuado mucho peor.

Pese a todo, y luego de enfrentar tantas calamidades, el país va recuperando el aliento y la economía empieza a levantar cabeza. Sería injusto no reconocer lo hecho por el gobierno en el orden sanitario y respecto de los ingresos de emergencia para amplios sectores. En el tiempo que le resta de mandato, Piñera tiene la oportunidad de liderar la recuperación del país. Ojalá no la desaproveche.
El libro se hace cargo de la necesidad de tener una sociedad más justa. Es el horizonte hacia el que debemos avanzar. Una sociedad con menos inequidades, con mayor cohesión, que sea capaz de articular el crecimiento económico y las políticas públicas que aseguren que los frutos del crecimiento lleguen a todos. Una sociedad a la vez más próspera y más solidaria, que aprenda de lo que hemos hecho bien y de lo que hemos hecho mal.

Estamos a solo 6 días del plebiscito. ¿Qué va quedar de todo esto? No lo sabemos. Pero cualquiera que sea el resultado de la votación del domingo, es vital el reforzamiento del Estado de Derecho. No estamos en tierra de nadie. La Constitución que está vigente ES la Constitución, y hay que hacerla cumplir. La estabilidad institucional es definitoria. Por ello, es indispensable erradicar la violencia y hacer respetar la ley en todo el territorio. Chile tiene tareas gigantescas por delante, y para enfrentarlas necesitamos hacer retroceder la incertidumbre y generar un clima de confianza, cooperación y búsqueda de acuerdos.

Larraín dice al final: “Los tiempos que vienen en Chile son difíciles para los partidarios de la libertad. El país es más pobre y las expectativas de la población son muy grandes”. Tiene mucha razón. Vienen tiempos difíciles, pero el país pude salir adelante. Entiendo su llamado al rearme político de su sector para enfrentar lo que viene, pero creo que necesitamos unir, más allá de las filiaciones, a todos los que estén dispuestos a defender el régimen de libertades y que, por lo tanto, se oponen al golpismo y al autoritarismo. Tenemos que sostener la democracia a pie firme, contra viento y marea. Esa es la definición que separa las aguas.

Por venir de dónde vengo, he hecho un esfuerzo largo por distinguir los valores a los que concedo primacía. He tratado de aprender de las terribles heridas que le quedaron a Chile cuando se hundió el régimen democrático. Precisamente por eso, las coincidencias que me importan en primer lugar son las que se relacionan con la defensa de las garantías individuales, que son la base de la cultura de los DDHH, el compromiso con las libertades, la adhesión sin flaquezas al pacto de civilización que es la democracia representativa. Por lo tanto, estoy junto a los demócratas consecuentes, ya sea que ellos se definan de derecha, de centro o de izquierda, ya sea que se identifiquen como conservadores, liberales o socialistas. Y lo digo porque no he olvidado 1973, porque considero que mi deber ciudadano es contribuir, en la medida de mis modestas fuerzas, a impedir que la ceguera política, el fanatismo, los odios y los cálculos mezquinos empujen a nuestro país a una nueva tragedia. No podemos volver a perder la democracia. Por eso estoy aquí esta tarde junto a Luis Larraín.
Muchas gracias.

 

COMENTARIO:

Si bien se concuerda con la mayor parte de este artículo, lamentablemente al final el autor refleja que hay experiencias de su vida que no ha logrado superar. Lo hará cuando reconozca que las FF.AA. y de Orden del 73 no tuvieron otra posibilidad ese año y que lograron recuperar a Chile del caos total, entregando después de 16 años, el poder en paz, con un país estable políticamente y creciendo económicamente a un ritmo nunca antes visto, cosa que no lograron mantener los políticos en estos últimos 30 años, lo que desembocó en la situación actual.

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