Por Cristian Labbé Galilea

Estamos a días de una de las elecciones más importante, las elecciones de las autoridades locales, alcaldes y concejales. En ellas se definirá quienes administrarán la comuna, la ciudad, el barrio, por los próximos cuatro años. Por lo tanto, no es menor lo que pase en las municipales: la salud básica y preventiva, la educación pública, los proyectos sociales, el tránsito, las áreas verdes (plazas y parques) el deporte, la cultura y la recreación, dependen entre otras cosas de los municipios y, sea grande, mediana o pequeña la comuna, nuestra calidad de vida estará en manos de los alcalde y concejales que salgan elegidos ese domingo.

Con todo lo importante que son estas elecciones, no se respira un aire electoral muy emocionante, apenas se siente una ligera brisa que agita un par de banderas y unas pocas pero muy variadas  “palomas” con propaganda insustancial. Decenas de candidatos, que no señalan el partido político al cual pertenecen, ni cuál es su propuesta, excepto las típicas y mágicas frases… “González… Tu alcalde”, “Carrasco… un concejal de primera”, nadie entiende nada.

Así las cosas, uno podría honradamente pensar que este ambiente es síntoma de que a nivel vecinal todo está bien, que no hay grandes problemas y que en general vivimos en “Macondo”. Pero lamentablemente la lectura que hay que hacer es exactamente la contraria. La percepción que hay es  que todo está “cocinado” a nivel de las cúpulas partidistas, por lo que  participar e ir a votar no es más que cohonestar una política cupular que se hace a espaldas del ciudadano común y corriente.

Cómo no pensar así, si todos los cambios que, paso a paso, se han ido dando, han cambiado la esencia de nuestra republicana democracia, donde el deber cívico de votar era intransable, por un sistema político anodino que favorece solo a las estructuras partidistas y sus “cocinerías electorales”. Piense usted: fin al binominal, voto voluntario, inscripción automática, restricciones a la publicidad, aportar a las campañas es “pecado” y por último, le cambian el registro electoral y lo mandan a votar a la Isla Riesco (por culpa del sistema y de nadie más).

Frente a esta realidad y a las próximas elecciones, no puedo dejar de imaginarme a los señores políticos cantando a coro… “Porque somos los buenos muchachos… porque somos los buenos muchachos… ¡nadie nos puede ganar”. Después de las municipales y por efecto del aumento de cupos en el congreso, también me imagino a los diputados y senadores gritando… “un, dos, tres, por mí y por todos mis compañeros”. Y si pensamos en las presidenciales, al ministro del interior se le salió… “la cosa esta entre Piñera y Lagos, lo demás es pura imaginación…”

¡Electrizante, apasionante, delirante, “de miedo”! (¿) Así están las cosas en nuestro país y la posibilidad de que cambien es poco probable: seguiremos por la senda de EL GATOPARDO,  Novela de Giuseppi Tomasi de Lampedusa(1958), que sugería que… “tenemos que cambiar para seguir siendo los mismos”. Dicho más simplemente, es algo así como: “démonos una lavada de cara, para aparentar que nos actualizamos, así retenemos el poder, y disimulemos nuestro sentir, así no se nos escapan los privilegios” (sic).