La difícil Profesión Militar en la Posmodernidad

Por Roberto Hernández Maturana

La profesión militar supone la obediencia al mando superior sin ningún cuestionamiento. Siendo las Fuerzas Armadas organizaciones de carácter permanente, que según lo disponga el poder político podrían ser empeñadas en combate, donde sus integrantes exponen sus vidas y su integridad física, es imprescindible crear una férrea relación de confianza entre sus integrantes, y especialmente en sus mandos de modo que el soldado pueda sentir que irá al combate junto a sus camaradas, porque confía en ellos y ellos en él, y confíe en su comandante, porque sabe que aquél adoptará las mejores decisiones para él y sus camaradas.

La profesión militar no puede entenderse entonces como otras profesiones, que se desarrollan en un marco burocrático que tiende al ideal de la racionalidad, de la discusión, sino uno de construcción de confianza, donde se deberá seguir órdenes, aun en casos en que la razón haga dudar y en donde sus integrantes eventualmente enfrentan la posibilidad de la muerte en medio de una lucha, obligando a adoptar decisiones rápidas y en un ambiente de gran tensión emocional.

Es por ello que la justificación para la existencia de una condición especial protegida jurídicamente es antigua por lo que la condición de militar está definida por un instrumento jurídico distinto al resto de la sociedad, como lo es el Código de Justicia Militar, además de una serie de condiciones que se supone deben compartir, en diversa medida, todos los integrantes de una fuerza armada, así como en otras instituciones “totales” (como el caso de las Iglesias), se exige una serie de condiciones específicas a sus integrantes, reguladas y que llevan a cuerpos o fueros jurídicos ad hoc para mejor servir al fin trascendente de la institución a la que pertenecen. Necesario  es considerar que a los integrantes de las Fuerzas Armadas se les impone además por reglamentos internos una rutina burocrática que supone el cumplimiento estricto de horarios, rutinas y normas exteriores (uniforme reglamentario, zapatos lustrados, etc.).

Estas complejas características suponen que quien sigue esa profesión debe encarnar la subordinación, la lealtad, la eficiencia, el coraje, la templanza y la sobriedad.

Sin embargo, las contradicciones siempre surgen, porque el combate requiere iniciativa, y el cumplimiento de órdenes en entornos confusos, con órdenes a veces impartidas en forma imprecisa, o en ocasiones sin un adecuado entrenamiento, o el empleo no adecuado de la fuerza militar para fines distintos a su naturaleza, como labores policiales, lleva a graves situaciones de las que normalmente, pasada la crisis, se hará responsable a los eslabones más subalternos de la cadena, soslayándose las responsabilidades de los mandos políticos y los mandos militares de las más altas jerarquías.

De allí que siempre en situaciones extremas haya excesos, y que sea difícil poner en vigor todas las normas de derecho humanitario de guerra que se han establecido desde hace tiempo atrás. Y, sin duda, el marco más difícil para imponer esas normas son las guerras civiles, conflictos internos, o conflictos internacionales donde participan organizaciones armadas no estatales.

Podríamos decir que la sociedad en su conjunto en los últimos años ha avanzado en un sentido distinto de lo que espera del “mundo militar”, a mi juicio en forma bastante hipócrita.

Por una parte, plantea como un dogma el respeto irrestricto a los “Derechos Humanos”, pero no avanza un ápice en buscar la forma de resolver los conflictos, tanto internos como entre estados. Estos últimos continúan resolviéndose en última instancia con el uso de la fuerza armada. Las ideologías se apoderan del conjunto social, muchos políticos lejos de buscar la resolución armónica de los conflictos atizan las controversias, agudizan los conflictos fomentan el disenso, presentan la historia unilateralmente y empujan la violencia intelectual y física. Por otra parte, la sociedad en forma creciente presenta rasgos de violenta intolerancia y clama por sus derechos, pero desconoce sus deberes.

“Cuando hay peligro hombre clama a Dios y al soldado, cuando el peligro pasa, Dios es olvidado y el soldado despreciado”, dice un antiguo aforismo. Todos los estados mantienen un estamento al cual a última hora echarán mano para la resolución extrema de sus conflictos, ellas son las Fuerzas Armadas, para ello plantearán la amenaza del uso de la fuerza, solución que siempre será mejor que el siguiente paso que es el uso de esa fuerza, pues lo que se esperara del empleo de esa fuerza armada es que solucione el conflicto con el mínimo costo propio y con la mayor rapidez, lo que implica el uso letal de la fuerza armada. Sin embargo, resuelto el conflicto, comienzan a evaluarse los daños producidos, en un contexto absolutamente diferente a aquél que se vivía durante el conflicto y cínicamente “lava sus heridas” condenando a quienes “hicieron el trabajo sucio”, olvidando que las FF.AA. han sido entrenadas y preparadas para el uso de la fuerza, y todos los estados y todos los gobiernos, desde aquellos de extrema izquierda a los de extrema derecha necesitan un sistema de defensa ya sea propio o entregado a un tercero para asegurar su existencia y la defensa de sus intereses.

La experiencia actual cada vez nos hace más evidente, que después del empleo coercitivo de las fuerzas armadas, los ideologismos han terminado culpando a estas por los “excesos” cometidos en la aplicación del uso de la fuerza, y no importando que se hayan cumplido los objetivos de neutralizar la amenaza a la existencia del estado, se está haciendo cada vez más frecuente que los militares son tratados como vencidos y finalmente terminen pagando la cuenta de la irresponsabilidad de quienes gobiernan o hacen las leyes.

“Vae Victis” (¡Hay de los vencidos!) Habría dicho el jefe galo Breno en el 390 a. C. a los senadores romanos que negociaban el levantamiento del sitio de Roma por los galos, arrojando su espada en la balanza alterada por los galos, donde debía ser pesado el botín de 327 kilos en oro cuando los romanos protestaban al darse cuenta de la argucia.

Hasta tiempo reciente, la victoria era el recurso final para justificar excesos y borrar responsabilidades, y aunque hoy se sigue practicando este principio, siempre será relativizado por una comunidad internacional que ha avanzado fuertemente en la introducción de las normas de derecho humanitario, de rechazo de los crímenes de guerra y de respecto de los derechos humanos.

 

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