Prisión del General Orozco

Por Esteban Tomic Errázuriz, cientista político y consultor chileno, ex embajador de su país ante la OEA

El encarcelamiento del general (r) Héctor Orozco, de 91 años y en mal estado de salud, visado favorablemente por la Corte Suprema, ofende las conciencias El inminente cierre del Penal Punta Peuco y el envío de esos internos a cárceles comunes, pone en peligro la unidad de la nación.
Tengo credenciales para afirmar ambas cosas: siendo funcionario diplomático en Alemania, fui destituido el 19 de septiembre de 1973 por medio de un decreto firmado por el general Pinochet. Permanecí once años en el exilio y colaboré activamente con la lucha por la vuelta de la democracia. En una palabra, fui un declarado opositor a la dictadura militar. Las tengo también porque fui educado en la Escuela Militar.

Durante tres años, siendo muy joven, conocí tanto los rigores de la enseñanza militar como sus virtudes. En la Escuela Militar, que entonces quedaba en la Avenida Blanco Encalada, conocí a oficiales cuyos nombres quedarían posteriormente registrados en los libros de historia. Dos de ellos, los generales René Schneider Chereau y Joaquín Lagos Osorio, rindieron, el primero su vida y el segundo su carrera profesional, en defensa de los valores de la democracia. También hubo oficiales, como el capitán Orozco Sepúlveda, comandante de mi compañía, que creyeron su deber luchar por valores contrarios a aquellos.
Ninguno de los oficiales nombrados siguió la carrera militar con la intención de jugar un día un rol en la política. ¿Qué sucedió, entonces? El historiador Gonzalo Vial lo explica así: “Cuando la política se vuelve incandescente, inevitablemente se desliza por debajo de la puerta de los cuarteles”.

Entre 1970 y 1973, la política se deslizó efectivamente “por debajo de la puerta de los cuarteles”. Los responsables de que esto ocurriese fueron los políticos de entonces. En 2017, 47 años más tarde, esto no se menciona.
No se trata de negar la responsabilidad por crímenes cometidos por militares. Se trata de alegar una atenuante que, en palabras de Goethe, “está a la vista, pero nadie repara en ella”.
Se trata, también, de preservar la unidad de la nación, que pasa, como dijo Aylwin en su discurso inaugural en el Estadio Nacional, por entender que “civiles y militares, ¡Chile es uno solo!”.
Así se actuó después de la Revolución del 91. Así deberíamos actuar hoy, aunque sea tarde.

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