Lento, largo y mal

Lento, largo y mal
Luego de una semana feroz para el oficialismo, la Presidenta Bachelet hizo finalmente el viernes el ajuste ministerial que estuvo retrasando hasta el último momento. El balance es muy discreto y nada sustantivo cambió. Salieron los ministros que quieren competir en las próximas parlamentarias y nadie diría que eso sea una gran pérdida para el gobierno. Y entraron tres figuras llamadas a apuntalar a este gabinete en la vocería y en las carteras de Trabajo y Deportes hasta el final del mandato. Nadie diría, tampoco, que con estos nombramientos el actual gobierno gana mucho. En realidad, las cosas quedan donde mismo, porque ni La Moneda mejora un ápice la relación política con su coalición y tampoco entrega la más mínima señal de rectificación que la ciudadanía desde hace tiempo está esperando.
Las únicas clarificaciones que aporta este ajuste son marginales. Es posible que el gobierno se sienta más cómodo con Alejandra Krauss que con Ximena Rincón en Trabajo, no solo porque la nueva ministra sea más responsable políticamente y la anterior haya tenido varios desencuentros con Hacienda y seguía creyendo que este gabinete era el mismo de Peñailillo y Arenas. También es probable que se le haya querido dar un coscorrón al PC al quitarle el Ministerio del Deporte por la deslealtad de sus diputados en el despacho del reajuste del sector público.
Como quiera que sea, está terminando mal la experiencia gubernativa de la Nueva Mayoría. Mal para la izquierda, que quemó en esta pasada sus banderas de desmontar el esquema de desarrollo de los últimos 30 años y que ahora está definitivamente quebrada, y mal también para la proyección del oficialismo, comprometido en una coalición imposible que recién ahora sus socios reconocen como un proyecto que nunca tuvo bases sólidas, más allá del fervor que inspiró el arrastre electoral de Bachelet como candidata.
No obstante estar políticamente acabado, el final de este gobierno va a ser lento, tal como en esos melodramas góticos de agonías interminables. Quedan 15 meses soporíferos y la Presidenta va a tener que encontrar muchas cumbres, giras y conferencias internacionales para llenar su agenda y mantener la ilusión del poder. A pesar del verano, vienen días grises para esta administración. Los triunfos a los cuales pueda apostar serán pírricos en su mayoría, como lo fue esta semana haber logrado la aprobación parlamentaria del reajuste.Es cierto que el desenlace fue mejor que el anticipado en distintos momentos del proceso, puesto que no tuvo que renunciar el ministro de Hacienda y tampoco desertó el PC de la coalición, disyuntiva que la cátedra veía como inevitable. Bueno, se equivocó la cátedra. Este gobierno aguanta todo y los hilos nunca se cortan. Aguanta, por ejemplo, que los partidos no se entiendan entre sí, que el oficialismo no se sienta representado por el equipo político del gabinete, que la Presidenta no hable con la Nueva Mayoría, que la DC ladre pero no muerda, que el PC muerda pero no ladre, que en las votaciones críticas los parlamentarios oficialistas se desordenen y cada cual termine tirando para su lado. Lejos de cristalizar la gobernabilidad -que fue la gran promesa con la que la Nueva Mayoría se instaló en el poder hace tres años- en realidad esto es una zafacoca.
Posiblemente, la lectura más pertinente del ajuste ministerial realizado sea que la Presidenta no está disponible para compartir con su coalición el resto de su gobierno. La verdad es que nunca lo hizo en su segundo gobierno y el viernes volvió a dejar en claro que los ministros los pone y los saca ella cuando y como quiere. Aunque nunca estuvo más a tope la presión de la Nueva Mayoría para reformular el equipo político, la Presidenta no cedió: los dirigentes de los partidos de la coalición volvieron a casa tras el juramento del viernes con la sensación de haber estado hablando contra un muro y a estas alturas -un poco tarde, es cierto- deben estar pensando que fue un error haber entregado tantos cheques en blanco a una candidata que -dueña de los votos y reina del programa- los obligó a bailar la música que quiso.
En principio, una experiencia así de traumática debería servirle a la coalición para no volver a repetirla. Fue irresponsable no haber suscrito un contrato con la candidata. También lo fue no haber leído su programa de gobierno y hay algo muy impresentable o patético en haberse pasado dos años aplaudiendo, aprobando y celebrando cuando disparate a este gobierno se le ocurrió. Ya se sabe en qué terminó ese festival. Aunque nada de eso ya se pueda cambiar, sí podría servir de lección. Sin embargo es dudoso que en política las experiencias enseñen. Los partidos son organizaciones capturadas por pulsiones recurrentes -siempre las mismas- que vuelven una y otra vez a sus reflejos condicionados, independientes de lo bien, regular o mal que hayan cerrado sus ciclos. De hecho, la posibilidad de que el oficialismo -a pesar del corcoveo DC- vuelva a repetir con Alejandro Guillier la misma escena que vivió con Bachelet es muy alta. Otra vez la trampa está no en las ideas, pero sí en los votos.