Los derechos humanos en la encrucijada



Los derechos humanos en la encrucijada

Desde hace ya algún tiempo se han escuchado voces que nos invitan a reflexionar respecto de los beneficios que por razones humanitarias pudiesen extenderse a aquellos grandes violadores de los derechos humanos durante la dictadura.

Los derechos humanos son un tema que siempre ha influido en mis decisiones políticas. Quizás porque desde muy temprano en mi vida vi cómo mi padre, desde la Iglesia de aquella época, luchaba por ellos y formaba una institución en Iquique para promoverlos y protegerlos.

Me tocó lanzar, como presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile, una publicación (con la asesoría de un grande en estas ligas: Francisco Olea, ya fallecido) sobre todos los estudiantes asesinados por la dictadura.

El año 1996 recibí la distinción Carlos Lorca Tobar de parte de mi partido por mi defensa de los derechos humanos como dirigente estudiantil (creamos la primera vocalía de derechos humanos en la UC).

Debo reconocer que en medio de este debate suscitado principalmente por el padre Fernando Montes me he sentido algo incómodo. El padre Montes nos invita a hacer justicia y a sancionar a los culpables sin perder nuestra civilización.

Hasta el minuto, me he inhibido de participar en este debate, principalmente por la reticencia que ha existido en el mundo de la izquierda a participar de esta reflexión.

Pero uno no puede renunciar a lo que es ni abdicar de lo que cree. Eso sería una tremenda inconsistencia moral. A los políticos hoy más que nunca se nos exige consistencia. Es decir, expresar lo que se piensa y actuar de acuerdo con lo que se cree.

Por estos motivos, debo decir que no le hace bien a Chile negar beneficios humanitarios a quienes, aun cuando cometieron los crímenes más atroces, hoy viven y sufren una enfermedad terminal o progresivamente letal. La principal razón de aquello es porque somos distintos a ellos.

Esto no tiene que ver con el perdón, que es un acto personal que se los dejo a las víctimas y que responde al arrepentimiento verdadero de los victimarios. Mi posición se funda en que como Estado y como sociedad no podemos perder de vista que cualquier ser humano, independiente de lo que haya hecho, merece consideración y misericordia, especialmente en los casos que describo.

No creo que tenga que ver con la justicia mantener encerrado a un enfermo de cáncer con metástasis o a una demente por alzhéimer.

El asumir una postura benevolente nos hace más humanos y no significa en modo alguno renunciar a nuestras creencias.

Espero, de corazón, que estas palabras aporten un grano de arena a esta reflexión tan necesaria para el alma de chile.

Fulvio Rossi
Senador