MILITARES EN LA CALLE
MILITARES EN LA CALLE
04/01/2025
Por Humberto Julio Reyes
El título de esta columna corresponde al que encabeza una carta, publicada por El Mercurio, el 2 del presente mes.
En ella, su autor, “ante las permanentes amenazas a la seguridad que viven los países en el mundo”, expone la forma en que, en el caso de Italia, “sin complejos ni restricciones, los militares asumen un rol protagónico en la seguridad pública”.
También detalla aquellas fuerzas policiales desplegadas nacionalmente, tres, frente al caso chileno donde la contrapartida, según el autor, sería solamente Carabineros de Chile “como oferta preventiva”.
Termina formulando tres preguntas, comenzando por “¿Por qué no es posible en Chile desplegar militares?”, la que intentaré responder desde mi particular punto de vista, aunque asumo que es improbable que el aludido autor llegue a leerla.
Lo primero que facilita una respuesta es señalar que, en nuestro país, a diferencia de Italia, sí que existen complejos y restricciones.
Los complejos provienen, fundamentalmente, de la coalición gobernante. Para ella es anatema cualquier cosa que les recuerde “la dictadura” y, actúa, en consecuencia, imponiendo restricciones que terminan reduciendo esa eventual presencia a una disuasión no creíble.
¿En qué baso esta afirmación que puede parecer temeraria?
En los fríos hechos, ya que cada vez que un uniformado ha hecho uso de sus armas, para cumplir con el deber que se la ha impuesto, ha terminado procesado como un simple particular, ya que, así están las cosas.
En el mejor de los casos arriesgan largo proceso, con todo lo que ello implica, hasta ser finalmente absueltos si el ministerio público no logra probar su acusación, como la absurda y recurrida de “apremios ilegítimos” cuando se ha hecho uso de un arma.
Más frecuentemente, el uniformado pierde de inmediato su carrera, lo que es mucho peor que perder un trabajo. Si no termina en prisión deberá “reinventarse”.
Finalmente están los que terminan con penas de prisión efectivas y que no son pocos, a consecuencia de habernos defendido de la violencia octubrista y la insurgencia mapuche.
Bien hacen, en consecuencia, los militares en no salir “a la calle”.
Recuerdo cuando, siendo alumno de liceo en Santiago, veíamos a menudo en cada vehículo de la locomoción colectiva, un uniformado armado sentado en el primer asiento.
No faltaba quien reclamara por querer ocupar ese asiento, pero, en última instancia, su presencia y su silencio eran respetados y no era cosa de llegar y quemar un bus como ocurre hoy en día cuando se practica ese “deporte nacional”.
Resumo:
Actualmente temo que la sola presencia de uniformados en la calle, aunque estén armados, no basta para disuadir al potencial delincuente, en particular al que se pretende pacífico manifestante, mientras agrede con todo lo que tiene a mano a las fuerzas de orden.
Por lo demás, tenemos desde hace tiempo militares desplegados, en particular en la macrozona Sur, y aunque pareciera que su presencia es apreciada positivamente por nuestros sufridos connacionales que intentan vivir en paz, su efectividad es puesta en duda cada vez que se produce un nuevo atentado impune.
Claro, son las restricciones impuestas, producto justamente de esos complejos que terminan imponiéndose sobre las buenas razones.
3 de ene. de 25
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