La Verdad No Tiene Su Hora



La Verdad No Tiene Su Hora

Eduardo Frei Montalva acertó con el título de su libro “La Verdad Tiene Su Hora”, donde se mostró como un político “nuevo”, lo que le granjeó gran prestigio a mediados de los años ’50. Pero era un libro vago, ni capitalista ni socialista, buscando un consenso, como en el punto de que si hubiera en la región un “gran arquitecto político” los estados desunidos de América Latina podrían parecerse más a los Estados Unidos de América Anglosajona y con la tenue sugerencia de que ese gran arquitecto podría ser él.

 

Logró cinco ediciones en un año y Frei quedó posicionado como candidato seguro del centro y la derecha para la elección de 1958, sobre todo que su partido, la Falange Nacional, nombre que había tomado del partido fascista español en los años ’30, se lo cambió convenientemente a Partido Demócrata Cristiano, el mismo de las colectividades europeas occidentales que habían derrotado al nazi-fascismo, vencían a la izquierda y prosperaban bajo economías sociales de mercado. Pero Frei falló en que no quiso pedir el apoyo del Partido Conservador, por ser muy de derecha, y éste levantó la figura de Jorge Alessandri, un candidato que sí era de derecha pero de éxito electoral aparentemente muy improbable, no obstante lo cual terminó ganando la elección de ese año sobre Salvador Allende, dejando a Frei relegado al tercer lugar.

 

Fue como si este año ganara Kast, segundo fuera Guillier y tercero Piñera.

 

El país de entonces tenía en común con el de ahora que en ninguno de ellos la verdad tuvo ni tiene “su hora”. En Chile reina desde hace años una Gran Mentira Oficial, que se ha hecho más patente que nunca en estos días con la actualización del “caso quemados”. Estos, Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri, lo fueron en 1986 a raíz de que explotó accidentalmente una botella altamente combustible que ambos llevaban para perpetrar atentados en la vía pública e impedir la circulación de la locomoción colectiva en un día de “protesta” opositora contra el Gobierno Militar.

 

Un prestigiado ministro de la Corte de Apelaciones, Alberto Echavarría Lorca, conoció del caso como “ministro en visita” y dictaminó, el 23 de julio de 1986:

 

“a) Que Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Quintana Arancibia fueron detenidos, el día 8 de este mes, por una patrulla militar que aseguraba el libre tránsito de vehículos, reteniéndolos transitoriamente en el lugar de su aprehensión, uno al lado de la otra y muy próximos a elementos de fácil combustión, combustión que se produjo debido a un movimiento de la joven y la caída y rotura del envase de uno de esos elementos, causando quemaduras graves a los dos y originando posteriormente la muerte del primero”.

 

En la causa hubo finalmente sentencia condenatoria del capitán que comandaba la patrulla, pero sólo por el cuasidelito o negligencia de no haber entregado a carabineros a los detenidos o no haberlos llevado a un hospital, y no por haberlos quemado, pues se comprobó que la pareja llevaba botellas altamente explosivas y un bidón de bencina que se volcó y que un militar resultó quemado al apagarles las llamas. Éste sí fue atendido en la enfermería de su regimiento.

 

En el reciente foro presidencial un solo candidato, José Antonio Kast, dijo la verdad en el sentido de que no había ningún condenado por la justicia por haber quemado a la pareja. Piñera, en cambio, inculpó a los militares. El senador Espina, parte de su comando, ha hecho lo mismo en posterior programa de televisión.

 

Un ministro sumariante de izquierda, Mario Carroza, ha reabierto ilegalmente el proceso –en el cual ya hubo cosa juzgada— a raíz de que dos conscriptos de la patrulla cambiaron en 2015 su versión de 1986 (bajo los incentivos que es de suponer y a raíz de que el Gobierno había traído al país de vuelta a Carmen Gloria Quintana, actual agregada cultural en Canadá, para reafirmar que “fue quemada”). Pero otros nueve conscriptos no han cambiado su versión de que el incendio fue accidental, aunque uno de ellos –Leonardo Riquelme Alarcón– ha tenido el coraje de reconocer que fue él quien volcó accidentalmente la botella explosiva al tropezar con la misma en 1986. Han perdido sus trabajos a raíz del proceso, sus familias pasan penurias y han pagado las fianzas para su libertad provisional gracias a colectas entre particulares. Son chilenos modestos que, junto a oficiales inocentes, son víctimas de una persecución político-judicial por mantenerse diciendo la verdad y no someterse a la mentira oficial, lo cual les habría atraído tranquilidad y beneficios económicos. Esos nueve ex conscriptos, y particularmente Riquelme, hacen renacer la esperanza en nuestro pueblo.

 

Pero en Chile la verdad de este caso, sostenida única y valerosamente, entre todos los candidatos presidenciales, sólo por José Antonio Kast, no ha tenido su hora ni parece que la vaya a tener, avasallada por la mentira oficial ampliamente publicitada y la complicidad de los demás candidatos y, en particular, de Piñera y su gente.