Recuerdos luego de 40 años

Recuerdos luego de 40 años
Antes de que terminaran de sonar las alertas,
de noche, el sonido inconfundible de las turbinas nos indicaban que nuestros
aviones estaban ya corriendo por la pista para subir al cielo austral a
defenderlo del invasor. Ahí iban nuestros amigos, nuestros camaradas, con la
determinación total a cumplir con el deber.
Para eso nos habíamos preparado durante largos meses, en el más completo
sigilo, como debía ser. Todo sería como habíamos jurado. La verdad, nos
sentíamos afortunados de estar en lo que sería, muy probablemente, el teatro de
operaciones más complejo de una guerra que no buscamos, que no queríamos, pero
que enfrentaríamos con total resolución.
Es cierto que el material aéreo argentino era bastante superior en el frente
austral. Teníamos plena conciencia de ello. Sabíamos, también, que los números
hablaban de una proporción de fuerzas, en la Patagonia, de 11 a 1. Pero nada de
eso amilanaría el espíritu de los aviadores que tuvimos la suerte de estar en
el lugar apropiado, en el momento preciso. Incluyo a todos aquellos que
llegaron desplegados en los numerosos vuelos nocturnos, muchos que no sabían
dónde llegaban. Estoy pensando en los jóvenes reservistas, en los internos de medicina
(hoy distinguidos médicos), así como en los muchos que recibí de madrugada en
el aeropuerto C. Ibáñez del Campo.
Estoy viendo partir a mujeres y niños al norte, despidiéndose de mis camaradas
hasta un “quizás”. Estoy recorriendo las caras de amigos, todos prestos, nunca
un asomo de temor. Nuestros jefes, serenos, esperando el momento. Sabían que
ninguno fallaría.
Pero el 22 de diciembre supimos que habría Navidad y que testamentos de guerra
no eran necesarios.
Ricardo
Alvial
Subteniente
Ala Nro. 3. Punta Arenas, 1978