El lado correcto de la historia

Por Alfredo Jocelyn-Holt, Historiador

Me he quedado pensando cuál será “el lado correcto de la historia”. Sócrates haciendo preguntas incómodas y corrompiendo a jovencitos significó que lo condenaran a beber la cicuta; hoy, lo acusarían de ser pederasta (aunque feísimo, ejercía mucho poder sobre imberbes impresionables). Colón yendo a Asia vía occidente no pudo estar más desubicado, apenas sospechó lo que había descubierto, incluso devino en “genocida”; de haberse quedado en la Península y exterminado a cuanto beato seguidor de la Inquisición y de reyes católicos, en cambio, se le tendría en los cuernos de la luna. Haberle dado la razón a Newton sobre la ley de gravedad fue probablemente un error. Postergó avances en aeronáutica; ya Leonardo concebía máquinas voladoras (sir Isaac dio por tierra la idea).

Obviamente que cuadrarse con los bolcheviques en 1917 en Rusia habría significado alcanzar el clímax perfecto, pero ¿también comulgar con los comunistas en los años 80 y vivir feliz en ese paraíso amurallado de la RDA? El Reino Unido definitivamente se equivocó durante las dos guerras mundiales del siglo XX. Se farreó una tremenda chance para acertar con el bando conveniente. Si se hubiese sumado al Tercer Reich y al Imperio del Sol Naciente, EE.UU. lo habría resucitado durante la postguerra; el Brexit tendría más razón de ser en ese caso.

Y cómo olvidar a Atila, el “Azote de Dios”. A él sí que habría que levantarle un monumento. Fue inmigrante, lideró hordas de gente que le amargó la vida a esos romanos paganos enmascarados de cristianos, amén que imperialistas decadentes. Godos y vándalos también huyeron ante su presencia. Vale, pues, lo del monumento, pero de esos que tiempo después nadie sabe qué homenajean y se convierten en húmedo pedestal, donde perros vagos paran la pata en medio de tanto asfalto. “Sic transit gloria mundi”. Qué cuento que hay un lado correcto de la historia.

Con todo, Obama se cree el cuento y lo esgrime en contra de Putin por Crimea y su apoyo a Bashar al-Ásad (también en contra de este último); John Kerry, otro tanto. Es decir, cada vez que les va más o menos, según Jonah Goldberg, saltan con la perorata. Bernie Sanders lo ha aplicado a Trump, claro que también así no más le ha ido. Bachelet es de la misma idea, aunque aún no lo refiere a Venezuela. Tratándose de un posible reflejo rotuliano (“knee-jerk reaction”), puede que requiera de cuidado neurológico; no quisiera pensar que se trata de mera soberbia. Goebbels, en cambio, no tuvo que recurrir al trillado argumento, pero habría estado de acuerdo. Calza con todas sus lógicas propagandísticas, y lo de buenos y malos hubiese llevado a Carl Schmitt a éxtasis.

Quintiliano explica tan tosca grandilocuencia. Dice que a la gente le encanta escuchar lo que no se atreve a decir. Se fascinan con el sentencioso con licencia.

 

 

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