El mal



El mal

En una columna publicada en “El Mercurio” el 24 de marzo del año recién pasado, el sociólogo don Eugenio Tironi expresa que los chilenos desconoceríamos el concepto del mal y eso se debería a que habríamos abandonado la realidad del pecado original, que acompañaría a la naturaleza humana desde el pecado cometido por Adán y Eva en el paraíso. Se pregunta don Eugenio Tironi: ¿En qué momento los chilenos pasamos a olvidar la realidad del pecado original?, o mejor dicho, ¿en qué momento pasamos a estimar que nosotros estaríamos libres de pecado?

Tratando de buscar la respuesta a su pregunta, Tironi recurre a una explicación política sosteniendo que la centroizquierda, al estar dominada por el laicismo, rechaza la noción de pecado original y con ello rechaza el concepto de culpa . La matriz marxista imputa todo mal a un agente que denomina la burguesía y deposita en el proletariado todos los bienes imaginables, incluyendo el de emancipar la burguesía de sus demonios.

Dejando el análisis puramente político, se ocupa del sector conservador católico, el que en el pasado nunca osó negar la culpa generada por la riqueza, lo que cambió cuando corrientes católicas, tomando prestadas ciertas nociones propias del protestantismo, presentaron el éxito económico como signo de santidad, lo que desmoronó la culpa y el recato, incluso la vergüenza, ya que para alcanzar la riqueza, todo estaba permitido, incluso la aceptación del mal. A lo cual contribuyó la llamada ideología neoliberal que, según palabras que le atribuye al Papa Benedicto XVI, estableció que la economía, y de su mano la empresa, no está sujeta a injerencia de carácter moral. De todo lo cual parece concluir que la ideología neoliberal, y la empresa como concepto, es enteramente ajena a la moral.

Ciertamente el análisis de don Eugenio resulta extremadamente reduccionista y se basa en algunas premisas que son excesivas. Ni el laicismo carece de todo concepto ético y moral, ni el mundo católico sostiene que la riqueza sea un signo de santidad, ni la ideología neoliberal carece de conceptos morales, ni Benedicto XVI ha sostenido que la economía y la empresa no están sujetas a injerencias de carácter moral. He conocido laicos, católicos y no católicos con un profundo sentido ético, como también personas que tienen importantes patrimonios que no se sienten santos; muy por el contrario, agradecen a Dios los bienes recibidos y están profundamente conscientes de las obligaciones que la administración de sus bienes les impone.

En cuanto a la relación entre la moral y la economía, existen innumerables publicaciones que establecen que el comportamiento ético y moral de los distintos agentes económicos es esencial para el buen funcionamiento del sistema de economía libre. Más que el olvido del pecado original, lo grave que ha ocurrido es la entronización del mal en nuestra sociedad a través de la paulatina destrucción de la verdadera conciencia acerca del mal y del bien.

Para comprender exactamente lo que está pasando, basta revisar someramente algunas conductas que ocurren diariamente y que han pasado a ser como casi normales o parte del diario vivir. Así, hay miles de personas que utilizan el Transantiago, pero eluden el pago de pasaje; recurren a médicos que les otorgan licencias en enfermedades inexistentes; el Gobierno envía un proyecto que denomina despenalización del aborto en determinados casos, pero que en definitiva implica la legalización de un aborto prácticamente libre; estamos en presencia de un crecimiento de la delincuencia a través de robos violentos que significa que nadie puede sentirse seguro en su propia casa o departamento; un enorme crecimiento de los hurtos, robos hormiga de que son víctimas supermercados y las grandes tiendas; un alarmante crecimiento del bullying y robos en los colegios a todo nivel; insultos y maltrato a los profesores de educación básica y media; utilización de marchas de protesta e incluso celebraciones de victorias deportivas para producir saqueos o asaltos a establecimientos comerciales y la destrucción de mobiliario urbano existente en nuestras calles, plazas y parques; emisión de boletas y facturas de servicios que jamás se prestaron; aceptación generalizada de conductas como la homosexualidad y el lesbianismo, que incluso pretenden homologarse al matrimonio, hasta con la posibilidad de adoptar hijos, etcétera.

Si alguien pretende establecer la verdad y el bien y rechazar el mal y el error, se le dirá que es un intolerante que atenta contra la no discriminación.

Una de las principales causas de lo que está ocurriendo en nuestro país es la destrucción de la familia, cuyo pilar fundamental es el matrimonio entre un hombre y una mujer. Es en la familia bien constituida donde se inculcan al niño o niña los valores morales; recientes encuestas demuestran que prácticamente más del 70% de los niños que nacen en este país son concebidos y nacidos fuera del matrimonio. Se me dirá que soy un retrógrado, puesto que no reconozco las distintas familias que hoy día existen, como ser la que nace y se desarrolla fuera del matrimonio, las familias monoparentales, las familias homosexuales. Al desconocerlas sería un discriminador e intolerante.

Para responder la pregunta que nos hace don Eugenio Tironi en su artículo sobre el mal, ¿en qué momento los chilenos pasamos a olvidar la realidad del pecado original?, no es que los chilenos hayamos olvidado el pecado original, todos los seres humanos nacen con él grabado en su conciencia, pero dicha conciencia hay que educarla y alimentarla mediante la enseñanza de la verdad y del bien. Pero los chilenos estamos siendo bombardeados con el error y el mal. Ello ya ha traído nefastas consecuencias, pero traerá aún consecuencias mucho más graves.
José María Eyzaguire García de la Huerta