El “respeto” político a las FF.AA.

Por Carpóforo

Las Fuerzas Armadas chilenas cuentan con un prestigio internacional innegable, llenándonos de orgullo, junto con brindarnos la seguridad y el resguardo necesario para nuestras actividades diarias. Un par de situaciones desgraciadas no logra hacer daño en la arraigada confianza y admiración que sentimos hacia los herederos de centenarias tradiciones, donde el honor, la virtud y el patriotismo de los profesionales de las armas dejara puesto en tan alto sitial el nombre de la Patria. La mantención de una relación franca y directa con ellas, sin embargo, parece no interesar a la clase política, la que – en la misma medida que su propio prestigio se derrumba – cae en la liviandad de relegarla a un tercer o cuarto plano, privando a la sociedad de los significativos aportes que ellas podrían brindar, en muchas de las áreas del desarrollo nacional.

Lo que más llama la atención es que sea justamente aquel sector político que – erróneamente – cree detentar su absoluta simpatía y lealtad, quien mayor desprecio muestra hacia su conducta silenciosa y no deliberante, sin considerar el riesgo que ello implica por la apertura natural de vías de acceso a una izquierda ávida de oportunidades para recuperar o ganar posiciones perdidas. Justamente, es esa izquierda quien manejó con habilidad la relación cívico militar, a partir del momento en que se produjo la entrega del gobierno militar.

Recordemos que el mayor y mejor equipamiento de las fuerzas armadas chilenas no se produjo exactamente en el período en que ellas detentaron el poder político, sino que cuando gobernaban quienes,durante largos 17 años, habían sido sus adversarios. Fue en plenos gobiernos de izquierda cuando la profunda renovación de los obsoletos medios de combate, acompañada de una modernización general de las doctrinas y procedimientos de empleo, dotó a la nación de una capacidad de disuasión que no teníamos, probablemente, desde el término de la Guerra del Pacífico.

De acuerdo a la opinión de diversos analistas, de carácter ideológicamente transversal, es justamente la derecha política quien menos interés y respeto muestra por las fuerzas armadas nacionales y por los valores y principios que éstas promueven, representan o sustentan. Dicha opinión coincide con la escasa participación de los grupos sociales que con ella se identifican en las tareas de defensa de la Patria, lo que va desde la nula presencia de ésta en el Servicio Militar Obligatorio – hoy de carácter voluntario – hasta la concurrencia o integración a las actividades de preparación de la movilización nacional, como sucediera en el año 1978.

Por cierto que hubo algunos empresarios que aportaron medios y recursos para apoyar la preparación de la defensa de nuestro territorio, pero quienes debieron resistir por meses el inhóspito clima de las pampas australes, islas y heladas montañas, fueron casi exclusivamente quienes provenían de familias humildes y sencillas, cuyo sentido patriótico, junto a la honesta entrega de sus oficiales y suboficiales, permitió que se ganara finalmente la paz.

Ante la irrefrenable ambición de poder mostrada por la mayor parte de una clase política que no trepida en aprovechar cada oportunidad para cosechar votos, influencia o figuración, es imposible no lamentar que sea justamente el sector que representa una ideología internacionalista y antipatriótica quien explote en su favor el desamparo en que hoy se mantiene a los militares.

Confirma las apreciaciones anteriores, el hecho de que sea la derecha política actualmente en el poder quien ha dado las más fuertes señales de menosprecio hacia el mundo militar, tal vez creyendo que la venganza desatada por la izquierda en contra de los viejos soldados en retiro bastará por sí sola para que los uniformados se acerquen a sus filas y los apoyen a ojos cerrados. La falta de realismo y la ignorancia soberbia que muestran muchos de los líderes de la derecha no les permite ver lo que realmente puede estar produciéndose en las filas de las instituciones armadas.

Mientras mayor es la crisis que vive una organización, mayor es importancia del liderazgo, lo que hoy, en medio de los problemas que aquejan a algunas de las instituciones armadas, simplemente no es posible esperar de parte del gobierno. Especialmente, cuando observamos la actuación de quien ostenta el honor de ser el Generalísimo de dichas fuerzas, erigido en tal cargo con la salvadora contribución de los votos de la familia militar.

Ya en su primer gobierno, el actual mandatario dio muestras de su distanciamiento con el mundo de los uniformados, al dejar de asistir a la ceremonia del mayor simbolismo patriótico: el Juramento ante la Bandera Nacional, en aquella oportunidad canjeado – como si se tratara de puntos de Lan Pass – por un partido de fútbol en Méjico. En su segundo mandato, junto dejar de cumplir – por segunda vez – su promesa de solucionar la injusticia que afecta al mundo militar en retiro, la máxima autoridad nacional vuelve a malentender los protocolos, ritos y tradiciones militares, al comunicar a última hora su decisión de no asistir a la graduación de los oficiales de las Academias de Guerra, actividad que históricamente ha encabezado el Presidente de la República.

A buen entendedor, pocas palabras. No basta con explicaciones torpes y desatinadas, como se acostumbra en el ambiente de palacio, para justificar la ausencia del presidente a esta actividad, programada con meses de anticipación, al igual que el Juramento a la Bandera de Chillán del año 2010. La torpeza demostrada por sus asesores consiste en no comprender que de este grupo de oficiales graduados es desde donde saldrán los futuros mandos superiores de las instituciones, generando con su inasistencia la reciprocidad correspondiente al desprecio recibido.

El respeto a los valores republicanos constituye una responsabilidad general, para todos los chilenos, pero – sin duda alguna – representa un obligación ineludible para quien sea ungido con la máxima autoridad del país, recibida a través del voto con el que el pueblo le ha delegado el poder. La República de Chile ha forjado su existencia independiente, en gran parte, gracias a la capacidad de imponer sus términos por la razón o la fuerza, rol último en que las armas nacionales han jugado un papel preponderante. La razón, entretanto, no le habría servido de nada si no hubiera sido sostenida por la fuerza de las armas, elemento clave para disuadir revanchismos o ambiciones dañinas.

No es posible entonces que tengamos autoridades que muestren este grado de alejamiento de los valores esenciales de nuestra nacionalidad, sin que ello provoque el rechazo de quienes sentimos a la Patria como un factor de unión, de progreso y en ningún caso como una inversión de la cual obtener beneficios. Si la primera autoridad nacional pretende menospreciar el rol de las FF.AA., estará restando valor a uno de nuestros baluartes republicanos más preciados, justamente en contraposición a los sentimientos de quienes lo han puesto en el alto cargo.

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