El terrorismo no es broma



El terrorismo no es broma

Por Sergio Muñoz Riveros

La Fiscalía de Alta Complejidad de La Araucanía ha formalizado a Héctor Llaitul y otros siete activistas de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) como miembros de una asociación ilícita de carácter terrorista. Según los antecedentes, la organización ha dispuesto de mucho dinero, armas y municiones para efectuar los atentados del último tiempo. En estas horas, Mahmud Aleuy, subsecretario del Interior, recaba información en Argentina sobre el posible tráfico de armas hacia nuestro país.

La CAM y los otros grupos que han usurpado la representación del pueblo mapuche buscan proyectar internacionalmente la imagen de que en Chile existe un conflicto racial provocado por el intento del Estado de avasallar al pueblo mapuche y su cultura. Con ese relato han obtenido apoyo político y financiero, y Llaitul ha aparecido hasta en la televisión iraní. Por eso, el objetivo es mantener vivo “el fuego de la resistencia”.

Lo que más ha ayudado a los incendiarios es el discurso biempensante de quienes, en los partidos, los medios de comunicación y las universidades, sostienen que la violencia del presente se explica por las injusticias del pasado. El victimismo, en rigor una forma de chantaje moral, ha dado frutos envenenados. Para Llaitul y su gente nunca habrá reparación suficiente por el pasado y, por ende, no sirven la entrega de tierras, el reconocimiento constitucional, las becas de estudio y los demás beneficios: solo la autonomía territorial puede detener el fuego.

La CAM no es el eco de la historia, sino el instrumento de un plan de raíz guevarista o rodriguista, que desprecia la democracia y la ataca sin asco. Le ayuda el oportunismo de los políticos que le quitan gravedad a las tropelías, preocupados de no ser estigmatizados como fachos o aliados de la derecha, los empresarios y las fuerzas policiales. Es la actitud que ha predominado en la centroizquierda. El temor a ser increpados desde la izquierda populista, chavista o norcoreana, ha llevado a la mayoría de sus parlamentarios a callar frente a los atentados y a cerrar los ojos ante sus víctimas, entre ellos los fieles de las iglesias quemadas y los comuneros mapuches hostilizados por los activistas profesionales.

Los violentos necesitan que los vean como luchadores por la justicia y generar un clima de comprensión hacia lo que hacen. No les ha ido mal. Por ejemplo, los profesores del Colegio San Ignacio, de Alonso Ovalle, escenificaron un enfrentamiento entre “niños carabineros” y “niños mapuches”, alumnos de 3° básico, a partir de simplificaciones que, en el fondo, se traducen en una especie de pedagogía del odio.

La convivencia en libertad solo subsistirá si nos oponemos a los violentos, cualquiera que sea su raza o ideología. Para impedir que Chile sea empujado hacia una nueva catástrofe, tenemos que defender sin vacilaciones el pacto de civilización que es el régimen democrático.