General después de la batalla

En esto de Bolivia me voy a comportar como habitualmente lo hace el chileno medio y voy a ser “general después de la batalla”. El exponente más distinguido de esa especie tan autóctona es Patricio Aylwin, que “gatilló” el pronunciamiento del ‘73 y le dio todos los fundamentos legales y morales, como co-redactor del Acuerdo de la Cámara, y después crucificó a los militares por haberle hecho caso.

Por mi parte, en lo de la demanda boliviana confieso que nunca me interioricé, de modo que carezco de toda “autoridad moral” para criticar, pero ahora, después de la derrota del recurso, descubro que dicha demanda estaba muy hábilmente confeccionada, sin rozar siquiera la majestad del Tratado de 1904 y fundándose en que la aceptación de Chile a negociar sobre una posible salida al mar había construido un derecho boliviano a seguir negociando, lo que Evo llamó “un derecho expectaticio”.

Y el hecho fue que casi todos nuestros gobernantes han negociado con ellos. Durante el gobierno de González Videla, en la segunda mitad de los ’40, se habló mucho del “corredor boliviano” hacia el mar. Después el Presidente Ibáñez se fue a abrazar con Siles Suazo y cuando iban en un auto descapotable por La Paz mientras las masas los aclamaban gritando insistente y rítmicamente “¡puer-to, puer-to!”, dicen que Ibáñez le preguntó a Siles con toda candidez, “¿para qué piden puerto, si no tienen barcos?”. Después de eso el mayor hito fue el “abrazo de Charaña”, entre Pinochet y Banzer, que no fructificó por variadas razones, la principal de las cuales la constituyó la “mascada” que quiso dar el Perú en Arica.

De modo que, de haber precedentes, los hay. Además, obviamente, que el país con menor PIB per cápita de América Latina sólo pidiera sentarse a conversar al que ostenta el mayor de todos (gracias al modelo de Pinochet) tenía que impresionar a un tribunal con muchos jueces de países con un PIB per cápita parecido al de Bolivia. Sobre todo si la demanda de ésta no tenía relación con el Tratado de 1904 sino sólo con la noción de que Chile, al haber estado dispuesto a negociar, había dado origen a un derecho boliviano a seguir negociando.

Incluso la sentencia que desechó el recurso dejó establecido que ese rechazo no implicaba reconocer que exista una obligación chilena de negociar. Precisamente dijo que el juicio se refiere a determinar si esa obligación existe o no, y para resolver eso se declaró competente. Como las masas bolivianas entienden tan poco como las chilenas acerca de la realidad de las cosas, han celebrado como un triunfo el rechazo al recurso; y la masa chilena lo ha estimado una derrota. Pero en lo que se refiere al tema principal, no es ninguna de las dos cosas. Es sólo el desenlace desfavorable de un incidente mal planteado por una de las partes.

 

Pues yo, como general después de la batalla, creo que nos debimos haber dado cuenta de que el recurso de incompetencia era débil desde un principio, porque la demanda boliviana no tocaba el Tratado sino que se limitaba a pedir que se declarara la obligación chilena de negociar, un asunto muy distinto y ciertamente de la competencia de la Corte; pero, al mismo tiempo, creo que este juicio le abre a Chile una gran oportunidad. Por ejemplo, de conseguir como fruto de la negociación un gasoducto boliviano como los que van a Argentina y Brasil con gas barato. A Bolivia le sobra el gas y a nosotros nos sobra el litoral. Sin siquiera un curso introductorio de economía cualquiera debería saber que ambas partes pueden salir ganando de un intercambio, como propongo en mi blog anterior. Un amigo me objeta y dice que el gas se termina. Pero la plata no. Si Bolivia corta el gas, tiene que pagar el precio de lo que dejó de suministrar.

La ubicación del puerto, en lo posible en territorio que fue boliviano, para no tener enredos con los peruanos; y la construcción del camino que conduzca a él y otros temas anexos serían materia de la negociación. Y los chilenos seríamos mucho más felices, porque ni nos daríamos cuenta de haber cedido unos kilómetros de costa, pero sí nos daríamos cuenta de las cuentas de la luz y del gas más baratas.

Que, por cierto, Bolivia continuaría sempiternamente molestando con quejumbres y recriminaciones, porque quería un puerto gratis y tuvo que pagarlo, indudablemente seguiría siendo así. Bolivia es para Chile, per se, “a pain in the neck”, como dicen los anglosajones distinguidos, o “a pain in the ass”, como dicen los no tan distinguidos.

En conclusión, deberíamos sentarnos a negociar con Bolivia ya, ahorrándonos el resto del juicio; deberíamos ofrecerle un puerto en territorio que fue boliviano y pedir a cambio un gasoducto hacia Chile. Y si se acaba el gas, pedir petróleo o dinero, porque para eso fue creado este último, reemplazando al poco práctico trueque. Y prepararnos para vivir el resto de nuestras vidas soportando nuevas quejas bolivianas, porque siempre las habrá, pero convenientemente resignados en vista de que las cuentas de la luz y del gas nos habrán bajado, seremos más competitivos y continuaremos a la cabeza del ranking de América Latina, si es que el programa del gobierno actual no dispone otra cosa..

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