Guillier, el castigo

Por Carlos Peña González
“Guillier es un castigo a nosotros mismos” -acaba de declarar el senador Guido Girardi.
Y por esta vez tiene toda la razón.
Pero ¿cómo podría entenderse que una coalición se infligiera una pena: se mirara al espejo y decidiera castigarse?
La respuesta se encuentra en la culpa.
Para el sentido común, la gente siente culpa cuando incurre en una falta, cuando incumple una regla o un deber. La gente sentiría culpa porque incurrió en una transgresión. Pero, en uno de sus escritos, Freud sugiere que la relación entre la culpa y el quebrantamiento es muchísimo más compleja: la gente ejecutaría una transgresión o un acto irracional (el ejemplo que pone Freud es el asesinato del padre por la horda primitiva) porque siente culpa, una culpa inconsciente, irreflexiva, que produce angustia. La cosa sería entonces al revés. Primero usted se siente culpable y luego ejecuta la transgresión; de esa forma logra que la culpa inconsciente se fije en un objeto preciso, y así usted se alivia. La búsqueda del castigo sería una forma posterior y ligera de aliviar esta culpa segunda que quedó fijada en un objeto. Usted transgrede porque se siente culpable. Así logra que la culpa se fije en algo y luego busca un castigo que finalmente lo alivie.

De ser cierta esa conjetura de Freud (una conjetura que él hace en sus escritos más bien tardíos, cuando especuló cómo aplicar el análisis a cuestiones sociales), la pregunta que cabría hacer es cuál es el origen de esa culpa inconsciente de la Concertación que la llevó a cometer una transgresión (la transgresión fue, claro, el asesinato de la figura de Lagos).
La culpa inconsciente de la Concertación fue su propio éxito.
En efecto, la Concertación ha sido la coalición política más exitosa de la historia de Chile, y ello no solo porque ha logrado gobernar casi un cuarto de siglo -con un breve interregno-, sino porque logró modernizar la sociedad chilena llevando los frutos del bienestar a las grandes mayorías históricamente excluidas. Logró así crear las nuevas clases medias que hoy se empinan, aunque resulte increíble, sobre el cincuenta por ciento de la población. ¿Cuál es el problema entonces que creó esa culpa inconsciente? El problema, la semilla de la culpa inconsciente, fueron los frutos que la Concertación puso al alcance de los millones de personas que hoy pueblan los malls , consumen y aspiran a bienes estatutarios y posicionales. Esos frutos, a la luz de la memoria de sus miembros, entre ellos la Presidenta Bachelet, están envenenados, porque se trata de frutos del árbol prohibido del capitalismo, un resultado del consumo, del fetichismo de las mercancías, una enajenación.
Para comprender cuán pecaminoso es ese fruto para muchos miembros de la Concertación, basta advertir que los sueños, que para muchos de ellos quedaron cruelmente interrumpidos con la dictadura, eran justamente sustituir el capitalismo, no promoverlo. Pero como la historia se escribe con letras torcidas -o, como se habría preferido decir en los sesenta, dialécticamente- acabaron promoviendo y realizando lo que alguna vez quisieron terminar.
Si hay un malestar que entrecruza y explica la reciente historia política, no es el malestar de las masas, sino ese malestar sordo, inconsciente, ese malestar agudo que acabó tomando la forma angustiosa de la culpa y que acabó habitando el alma de las élites de la Concertación. Y para librarse de esa angustia, nada mejor que ejecutar la transgresión máxima y desplazar esa culpa inconsciente y soterrada hacia un objeto único: Lagos.

Lo que vino después, y de lo que ahora el senador Girardi se queja, no tiene la dignidad casi épica de esa culpa inconsciente que llevó a arrojar a Lagos, sino la forma más doméstica y vulgar de la simple neurosis: la candidatura de Alejandro Guillier es como el rito del neurótico obsesivo que, agobiado por una culpa segunda, se pone como desafío no pisar las rayas del pavimento para que no sobrevenga la catástrofe.
Un gesto que se sabe irrelevante pero que a pesar de eso se ejecuta.
O, como acaba de decir Girardi, un castigo.

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