Héroes

Por Gonzalo Cordero

Los seres humanos siempre hemos admirado a los que dan testimonio de un valor superior expresado a través del sacrificio en beneficio de otros. En la Ilíada, Héctor desoye las súplicas de su mujer y va al combate con los griegos, para salvar la libertad de los troyanos, expuesta por la conducta de su hermano. Finalmente, en combate con Aquiles, Héctor muere y aunque su cuerpo es exhibido para que experimente públicamente los rigores de la descomposición, los dioses lo protegen y lo mantienen incorrupto.

Es que los héroes vencen al tiempo, el olvido es incapaz de cubrirlos con su manto, pues ellos nos recuerdan que la sociedad es mucho más que una mera relación transaccional de beneficios recíprocos; más allá de eso hay ciertos valores que imprimen un sello, una forma de concebir al ser humano y su existencia, por la que vale la pena vivir e incluso, como testimonian los héroes, morir.

En los últimos días hemos visto entre nosotros una dualidad más. A las divisiones y la polarización que venimos sufriendo, se agregó el contraste entre la noción que estos “dos Chile” tienen del heroísmo. Un grupo de vándalos fue a profanar la tumba de Prat y los héroes de Iquique, ante lo cual el Comandante en Jefe de la Armada contrajo un compromiso a través de un video con los miembros de su institución: ello no volvería a ocurrir. Es que en la vida hay cosas sagradas, hay símbolos que las representan y si no somos capaces de defenderlos es que no estamos a la altura de nuestros héroes, su sacrificio habría sido vano.

Pero también hemos visto a artistas, periodistas y políticos que reivindican eso que llaman “la primera línea”, como ejemplo de virtud. Son sus héroes, ellos están ahí para defender a los manifestantes de los carabineros, dijo un conocido periodista. La galería del festival los aplaude, entran al edificio del Congreso entre vítores; en la representación simbólica entre el bien y el mal, son ellos, los encapuchados con la piedra o la bomba molotov en la mano, la expresión de la virtud y el “paco” la encarnación del mal a destruir.

La explicación más plausible probablemente sea que en una parte de nuestro país se ha incubado la percepción de que nuestra sociedad es tan intrínsecamente injusta y los valores sobre los que se asienta son tan falsos, que hay heroísmo en violar la ley, destruir sus símbolos, renegar de su historia y sus instituciones. Pero la frivolidad de creer que hay irreverencia creativa en el delito o la cobardía de mendigar aplausos, también explican buena parte de esto.

Por mi parte, no tengo dudas que, como con Héctor, los dioses conservarán el cuerpo incorrupto de Prat, mientras el delincuente encapuchado se pierde en el pantano de la vergüenza y el olvido.

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