LA CAIDA DEL DIRECTOR DE LA BBC. ¿Y EN CHILE CUÁNDO?
LA CAIDA DEL DIRECTOR DE LA BBC. ¿Y EN CHILE CUÁNDO?
El mainstream se desnuda: la caída del director de la BBC confirma lo que, en agosto, se denuncio en este Blog.
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Que renuncie el director de la BBC por un montaje informativo no es un “escándalo aislado”: es una confirmación pública de algo que ya veníamos advirtiendo en este blog. La corriente principal de los medios no es neutra; selecciona, edita y decide qué relato se impone. Y cuando tropiezan, se protegen entre iguales hasta que la presión obliga a una purga simbólica.
El caso BBC: manipulación global.
El episodio reciente —un documental de la BBC cuya edición de un discurso de Donald Trump fue criticada como engañosa— dejó en evidencia la forma en que opera el poder mediático. La edición importa: un fragmento fuera de contexto puede cambiar la verdad. Y cuando el error se vuelve público, los medios hablan de “fallas” técnicas o “errores editoriales”, pero nunca de manipulación ideológica.
Un error que le costará muy caro a la BBC y sus integrantes. Algo que algún día será realidad en Chile.

En Chile también: el caso Francisco Vidal y TVN.
Y uno podría también hacerse la pregunta: ¿y en Chile, cuándo? Porque aquí también existen casos que, aunque distintos en magnitud y forma, muestran síntomas similares. La salida de Francisco Vidal del directorio de TVN no fue un detalle menor. Si bien su renuncia no obedeció a un montaje informativo como el de la BBC, sí se dio en un contexto de acusaciones por falta de pluralidad y manipulación editorial en un medio estatal que debería ser de todos los chilenos. Cuando un medio público pierde la confianza del ciudadano por sus sesgos, se transforma en un actor político más, amparado en la excusa de la “libertad de expresión” para imponer una libertad de distorsión.
Caso Quemados: la denuncia que se derrumbó.
En 2022, un exconscripto declaró haber mentido en el “Caso Quemados” y aseguró que un equipo periodístico de Chilevisión le habría ofrecido dinero y beneficios para inculpar a inocentes. El testimonio, acompañado de una declaración jurada ante notario, nunca fue refutado ni investigado a fondo. Si aquello llegara a confirmarse, estaríamos ante uno de los episodios más graves de manipulación mediática en democracia. Mientras en otros países los responsables de montajes enfrentan sanciones, en Chile solo reina el silencio.
El caso Kioto de Megavisión.
Otro episodio emblemático de manipulación mediática ocurrió en 1991 con el llamado “caso Radio Kioto”, transmitido por Megavisión. El canal emitió una grabación privada e ilegal del entonces senador Sebastián Piñera, lo que desató una crisis política y ética sin precedentes. El escándalo terminó con la salida del director de prensa Jorge Claro y del periodista Claudio Sánchez, ambos acusados de vulnerar la ética profesional y de usar un medio de comunicación como arma política. Aquella grabación fue un ejemplo claro de cómo el poder mediático puede torcer los hechos, violar la privacidad y manipular la opinión pública.
Caso Baquedano: la mentira del “centro de tortura”
Durante el estallido social de 2019, se difundió masivamente la denuncia de un supuesto “centro de tortura” en la estación Baquedano. Líderes políticos y parlamentarios de izquierda repitieron la acusación como un hecho consumado. Sin embargo, la Brigada de Derechos Humanos de la PDI concluyó que “no se encontraron indicios criminalísticos para acreditar la efectividad del delito denunciado” y que “no se logró establecer la veracidad de los hechos”. El relato fue falso, pero ya había cumplido su cometido: encender la calle, destruir reputaciones y reforzar la narrativa del abuso estatal. Nadie pidió disculpas. Ningún medio asumió responsabilidad.
Caso Pío Nono: cuando la verdad llega tarde.
El ex carabinero Sebastián Zamora fue acusado de homicidio frustrado tras la caída de un joven al Mapocho en 2020. La noticia fue presentada de inmediato como una prueba del “uso excesivo de la fuerza” por parte de Carabineros. Tres años después, el Tribunal Oral en lo Penal lo absolvió por unanimidad y la Corte de Apelaciones confirmó la sentencia. Zamora fue reincorporado a la institución, pero el daño mediático ya estaba hecho: una imagen pública destruida por una narrativa apresurada.
La colusión entre el periodismo “woke” (*) y la izquierda radical.
Los ejemplos sobran. En Chile y en el mundo hemos visto cómo el periodismo militante —ese que se disfraza de imparcialidad mientras sirve a una agenda ideológica— se colude con la izquierda radical para manipular la opinión pública. Desde el montaje de la BBC, pasando por TVN, Chilevisión, Megavisión, el caso Baquedano y el caso Pío Nono, todos comparten el mismo patrón: se lanza una acusación, se instala una historia, se destruye una reputación, y cuando la verdad aparece, nadie pide disculpas. Eso no es periodismo: es activismo disfrazado de prensa. Y lo más grave es que muchos de esos medios siguen operando con fondos públicos o con el silencio cómplice de quienes deberían fiscalizarlos.
¿Y en Chile, cuándo?
Porque el problema no es solo la mentira, sino la impunidad. Cuando los medios pueden manipular, acusar y fabricar sin consecuencias, la democracia se convierte en rehén de sus relatos. Y la pregunta sigue resonando, más vigente que nunca: ¿Y en Chile, cuándo habrá consecuencias para los que manipulan la verdad?

(*) NOTA:
¿Qué es el “Periodismo Woke”?
El llamado periodismo woke —o “periodismo despierto”— es una corriente ideológica que, en lugar de buscar la verdad, intenta imponer una moral política bajo la apariencia de justicia social.
No informa: adoctrina.
No contrasta hechos: elige relatos que refuercen su visión “correcta” del mundo.
Principales características:
- Militancia disfrazada de objetividad:defiende causas, no hechos.
- Cultura de cancelación:silencia o ridiculiza al disidente.
- Control del lenguaje:redefine palabras para condicionar la opinión.
- Victimismo selectivo:solo algunas víctimas son “válidas”.
- Manipulación emocional:prioriza la emoción sobre la evidencia.
- Alineamiento globalista:replica consignas ideológicas internacionales.
En síntesis, el periodismo woke reemplaza la verdad por corrección política, transformando la prensa en un instrumento de poder y no de información.
DENUNCIA DE AGOSTO DE 2026:
El “Mainstream” y la realidad que no quieren ver.

La palabra mainstream significa literalmente “corriente principal”. En política y comunicación, describe a la red de medios de comunicación dominantes, organismos internacionales, centros de pensamiento y élites económicas que imponen una narrativa única y moldean la opinión pública. No lo hacen necesariamente a través de mentiras directas, sino seleccionando qué se dice, cómo se dice y quién tiene derecho a ser escuchado. Es una forma de poder blando: silenciosa, sofisticada y extremadamente efectiva.
Esa corriente dominante no es neutra. Está fuertemente alineada con una visión progresista y globalista, representada por medios internacionales como The New York Times, BBC, El País o CNN, y reforzada por organismos como la ONU, la OCDE o la Unión Europea. Desde allí se emiten juicios, se instalan conceptos y se definen marcos de interpretación que luego la inteligencia artificial reproduce automáticamente, porque se alimenta de esas fuentes masivas y “prestigiadas”.
Sin embargo, el mainstream no actúa solo desde el extranjero. En Chile, también tiene rostro propio. Parte de la centroderecha tradicional —especialmente quienes orbitan alrededor de Chile Vamos— ha contribuido activamente a construir esta narrativa dominante. Muchos de sus voceros tienen acceso privilegiado a los medios, a espacios de opinión y a plataformas de análisis político. Aunque no usen el lenguaje de la izquierda, han contribuido a instalar una visión que desacredita cualquier liderazgo que desafíe al establishment, incluso si proviene de su propio sector.
El mainstream en nuestro país no es una sola voz, sino una red bien articulada que reúne a grandes medios de comunicación, universidades tradicionales, centros de estudios, poder económico y actores políticos que comparten un mismo marco narrativo. No siempre piensan igual, pero protegen el mismo ecosistema de poder, administrando el debate público y excluyendo a quienes desafían ese orden. Un rol central en esta construcción lo cumplen los llamados “líderes de opinión”, rostros recurrentes en columnas, editoriales y paneles que presentan sus posturas como verdades técnicas o razonables, pero que en la práctica refuerzan el mismo marco ideológico dominante.
Es desde esa estructura —y no desde la neutralidad— que se construye buena parte del relato que la IA termina amplificando.
En este escenario, José Antonio Kast y Johannes Kaiser se han convertido en una piedra en el zapato para ese sistema instalado. A pesar de la maquinaria política, mediática y económica en su contra, han logrado consolidar un electorado firme, con presencia territorial y una propuesta política coherente. Los resultados de las últimas mediciones reflejan esa fuerza creciente: Kast y Kaiser han desplazado a Evelyn Matthei al cuarto lugar, un golpe directo a quienes daban por hecho que la derecha tradicional controlaría la escena política de cara al 2025. Este avance no se debe a encuestas infladas ni a maniobras comunicacionales, sino a un trabajo político real, sostenido y en contacto con la ciudadanía, algo que el mainstream ha ignorado deliberadamente.
En Argentina acaba de ocurrir algo muy parecido —y aún más revelador. Durante semanas, la prensa internacional y analistas “expertos” aseguraban que Javier Milei enfrentaba un escenario adverso, que su apoyo se debilitaba y que su coalición difícilmente lograría un triunfo contundente. La IA, alimentada por esa misma matriz informativa, repitió el diagnóstico como si fuera verdad revelada. La realidad fue muy distinta: Milei obtuvo una victoria aplastante en las elecciones legislativas, con un resultado histórico en la provincia de Buenos Aires, el bastión político más poderoso del país. Ese triunfo no solo reafirma su liderazgo, sino que desnuda a toda una maquinaria de relato que intentó instalar su derrota como una “certeza técnica”.
Lo mismo ocurrió antes con Donald Trump en 2016, cuando prácticamente todos los analistas daban por ganada la elección a Hillary Clinton, y con el fenómeno de Vox en España, o con el avance de la derecha en Europa Central. No son hechos aislados. Son expresiones de una realidad que el mainstream no quiere ver ni admitir: que amplios sectores de la ciudadanía están hartos de un modelo político que ha servido a minorías instaladas en el poder, mientras desatiende la seguridad, la soberanía, el desarrollo real y la libertad individual.
En Chile, además, este relato dominante no solo es sostenido por la izquierda, sino también por un sector de la derecha económica que ha preferido proteger sus privilegios antes que defender ideas. Son ellos quienes financian, ocupan espacios de influencia y moldean la discusión pública desde los medios tradicionales. Y es esa misma voz la que termina siendo amplificada por la IA, porque es la que más se oye, la que más se publica y la que más circula.
Cuando uno busca información sobre Kast, Kaiser o Milei en medios convencionales o mediante IA, lo primero que aparece no son sus programas de gobierno, sus logros o su respaldo ciudadano. Lo que surge son etiquetas ideológicas cuidadosamente repetidas: “ultraderecha”, “populismo conservador”, “pinochetismo”, “amenaza autoritaria”. En cambio, cuando se habla de líderes progresistas, la narrativa cambia: se resaltan sus propuestas, sus ideales y su supuesta vocación democrática. Esto no es casualidad: es ingeniería narrativa.
La IA no es la causante de este fenómeno. Es simplemente un reflejo de la hegemonía comunicacional existente. Absorbe lo que domina el espacio público, y eso significa amplificar a quienes ya tienen el control de los grandes medios, de los organismos multilaterales y de las redes de influencia política y económica. En este sentido, la IA actúa como un espejo, no como un actor ideológico independiente. Pero es un espejo que amplifica, y por lo tanto potencia los sesgos existentes.
Por eso, cuando la realidad política da un giro —como ocurrió hoy en Argentina, como viene ocurriendo en Chile—, los analistas mainstream hablan de “sorpresa”. Pero no es sorpresa: es la evidencia de que su relato no coincide con lo que está pasando realmente en la calle, en los barrios, en las regiones, en las urnas.
El problema no está en que existan medios progresistas o agendas globalistas. El problema está en la concentración del relato en pocas manos y en una derecha tradicional que, en vez de ofrecer resistencia, ha sido cómplice silenciosa de ese dominio. La verdadera batalla política no se libra solo en los votos: se libra en quién controla la conversación antes de que se vote.
Y cuando esa conversación está secuestrada, la democracia se vuelve predecible solo para los que la controlan… hasta que llega el pueblo y los desmiente.