La derecha cobarde

La derecha cobarde
Cristián Valenzuela
Hundiéndose como el Titanic, el Ejecutivo y sus parlamentarios apelan una y otra vez a los diálogos con una oposición que no tiene dirección, rumbo ni interés de pactar con ellos. Los acuerdos duran menos de 24 horas, y son una oportunidad para que nuevamente el gobierno siga entregándose sin pudor a las exigencias cada vez mayores de la izquierda y a renunciar a cualquier convicción o principio que le pertenezca.
El triste espectáculo que brindaron los dirigentes de Chile Vamos en la ceremonia de promulgación de la Reforma Constitucional, es el corolario de una serie de acciones y omisiones que están llevando a la derecha al punto más crítico en su historia reciente. Miradas furtivas, desaires y congelamientos, comportamientos todos más propios de un kindergarten, son la tónica entre los dirigentes de la antigua Unión por Chile, que no saben cómo reaccionar frente a la contingencia y parecen añorar aquellos tiempos en que apenas superaban el tercio de los votantes y subsistían en el Congreso ayudados por el binominal y los senadores designados.
¿A qué le tiene miedo la derecha? ¿Qué los hace volver a sus sentidos más primitivos de autodestrucción y confinamiento electoral?
Se ha repetido hasta el cansancio que Sebastián Piñera es por lejos el Presidente más exitoso que ha tenido la derecha. No sólo logró ser elegido en dos oportunidades, sino que en la última elección ganó con un 55%, aplastando a Alejandro Guillier con un programa claro de contrarreformas para recuperar el enorme daño que había hecho Michelle Bachelet. Lamentablemente, el estreno de un nuevo sistema electoral impidió que esa popularidad se traspasara a los candidatos al Parlamento, por lo que desde el principio se sabía que Piñera no tendría mayoría ni en la Cámara ni en el Senado para concretar su agenda.
Lejos de enfocarse en lo que sí podía hacer (uso de la potestad administrativa, reducción del tamaño del Estado, agenda comunicacional para exponer al gobierno saliente); la administración Piñera se enfocó en convencer a otros, y no a los propios, mediante proyectos de ley y acuerdos en diversas materias legislativas. Las reformas más importantes -tributaria y pensiones- siguen pendientes y los pocos y escasos avances, no abordan nudos fundamentales como la salud, la seguridad y la recuperación del estado de Derecho en Chile. Buscando el consenso, a toda costa, se terminó cediendo la iniciativa, acomodando posiciones y finalmente renunciando a una oposición que siempre quiso obstruir y jamás colaborar con el gobierno.
El estallido de violencia de octubre, sólo vino a refrendar esta pésima estrategia del gobierno. Hundiéndose como el Titanic, el Ejecutivo y sus parlamentarios apelan una y otra vez a los diálogos con una oposición que no tiene dirección, rumbo ni interés de pactar con ellos. Los acuerdos duran menos de 24 horas, y son una oportunidad para que nuevamente el gobierno siga entregándose sin pudor a las exigencias cada vez mayores de la izquierda y a renunciar a cualquier convicción o principio que le pertenezca.
Con un gobierno bajo el 10%, ahora le tocó a la coalición asumir la posta de los consensos y liderados por el presidente de RN, han ido tomando las banderas de la izquierda buscando “anticiparse” al tsunami político que creen que se avecina, tratando de aparentar una preocupación por lo social más allá de las etiquetas que algunos cuelgan sobre la derecha. Precisamente, ese es el error que muchos dirigentes cometen: como se alejaron de las calles, sus decisiones se basan en encuestas truchas yreclamos de redes sociales, que van moldeando sus opiniones, influenciando sus decisiones, y horadando sus febles convicciones. Creen que el electorado es unívoco y asumen que la derrota cultural es total, que más vale acomodarse.
¿Quién va a querer votar por un transformista político que toda la vida nos ha dicho que piensa A, pero que ahora que Chile “despertó”, nos quiere hacer creer que cree B? La gente no es tonta: los que apoyan ideas socialistas, van a votar por un socialista, no por un transformista. Y los de derecha, seguirán buscando alguien que los interprete de verdad, decepcionados de haber confiado en un Presidente y una coalición que no cumplió con sus compromisos de campaña.
Por eso, lo que se define el 26 de abril es mucho más que una nueva Constitución para Chile. No solo es una oportunidad tremenda para legitimar nuestra Carta Fundamental vigente (a ojos de aquellos que aún la creen ilegítima), sino que puede ser el inicio de una nueva etapa en la derecha. Una victoria del rechazo en el plebiscito es la antesala de un buen performance en la elección municipal de octubre y un anticipo indispensable para ganar las parlamentarias del año siguiente. Un gobierno de derecha, con una mayoría en el Parlamento, es la única vía para derrotar a las ideas de izquierda y eso no se va a lograr nunca con la lógica transaccional que sigue imponiéndose desde los ’90.
La derecha tiene que dejar sus miedos de lado y asumir valientemente que millones de chilenos creen en sus ideas y comparten sus valores y convicciones. Por ejemplo, comparten que los últimos 40 años han permitido un progreso excepcional en Chile y que eso es fruto de un sistema político, económico y social instaurado por nuestra actual Constitución. Si, por el contrario, volvemos a la lógica de la derecha cobarde, que tiene miedo de defender lo que cree y de hacer lo que piensa, la izquierda seguirá avanzando, impúdica, imponiendo su visión totalitaria e ideologizada que tanto daño ha hecho en otras partes del mundo.