LA HIPOCRESIA COMO ARTE

LA HIPOCRESIA COMO ARTE
“La Hipocresía es la actitud de fingir determinadas ideas, situaciones o cualidades que son absolutamente contrarias a lo que en realidad se siente, se tiene o se piensa”.
Desde el punto de vista de esta definición de enciclopedia, se podría concluir que nunca, en toda la historia de Chile, ha existido un gobierno más hipócrita que el que felizmente está terminando. Para alcanzar esa terminante conclusión basta con contrastar sus más reiteradas afirmaciones con la realidad de lo que ha obrado.
En los cuatro últimos años hemos oído innumerables veces, en boca de ministros, subsecretarios, jefes de servicios y de la propia mandataria, frases aludiendo a “institucionalidad que funciona”, “poderes objetivos e independientes”, “progreso con equidad”, “inclusión sin idiologismos”, “verdad y justicia”, “paz social y reconciliación”, “voces de las mayorías”, etc.. Y, con igual frecuencia, hemos visto que los actos del gobierno solo contradicen esas afirmaciones o declaraciones de propósitos.
Tomemos, por ejemplo, la manida afirmación de que las instituciones funcionan, radicalmente desmentida por las experiencias diarias de todos los chilenos. Si las instituciones funcionaran no tendríamos guerrillas en la Araucanía, miles de probados delincuentes sueltos en la calle, decenas de desarrollos paralizados por conflictos de competencias, desfalcos graves en icónicas instituciones, etc., para no hablar de paralizaciones ilegales de servicios básicos, desordenes y daños impunes a la propiedad pública y privada.
No cesan de repetirse las afirmaciones de la total objetividad e independencia de poderes judiciales y fiscalizadores supuestamente respetados por el poder ejecutivo. Y esas afirmaciones con dificultad se abren paso entre el cúmulo de evidencias de cómo la Moneda y sus partidarios presionan a todas esas instituciones para que actúen, mediante odiosas discriminaciones, como armas políticas que castigan o exoneran a quienes el régimen califica como enemigos o amigos. Nunca en nuestra historia republicana habíamos tenido un poder ejecutivo más palmariamente instrumentalizador de las instituciones del estado destinadas a fiscalizar o impartir justicia. Por cierto que la “opus magna” en esa materia es su contubernio con la supuesta Justicia para montar el trágico sainete que se venga de las Fuerzas Armadas metiendo a la cárcel a subalternos de hace medio siglo, farsa en que el maestro de ceremonias es el marxismo.
Pero la cumbre de la hipocresía oficial es el continuo llamado a la concordia y la reconciliación al mismo tiempo que se atiza la lucha de clases y se multiplican las oportunidades para ampliar la caza de brujas con el pretexto de defensa de los derechos humanos. En esa cumbre, el acto en que la hipocresía alcanzó la altura de un arte exquisito fue la ceremonia de homenaje al Presidente Allende en el cuadragésimo cuarto aniversario de su suicidio. En dicho acto, y en medio de un discurso que podría haber pasado por homilía en un templo, se anunciaron iniciativas tan conducentes a la concordia y la reconciliación como la publicación de las actas confidenciales del trabajo de la Comisión Rettig.
¿Es posible creer que esa publicación, que viola un compromiso suscrito por el estado, puede ser factor de concordia y reconciliación?. Si el gobierno cree en verdad eso, bastaría para explicarnos a todos los muchísimos errores de su gestión. Pero, en verdad, la simultaneidad de estos propósitos no es fruto de la tontería si no que es la sublimación de la hipocresía al rango de proeza intelectual.
Orlando Sáenz R.