La Izquierda Siempre Hace Trampas

Hermógenes Pérez de Arce

La última que ha empezado a hacer se llama “proceso constituyente”. Como un hombre de izquierda, el columnista de “El Mercurio” y rector de la Universidad Diego Portales (cuyo consejo directivo es de mayoría de derecha, por supuesto), Carlos Peña lo ha reconocido paladinamente en su columna de ayer, el anuncio “se reduce… a una disminución del quórum de reforma constitucional de dos tercios existente hoy día a tres quintos. Ése es el único objetivo de este enrevesado diseño”.

Los lectores de este blog saben que lo anticipé desde un principio, cuando sostuve que la única finalidad de la reforma constitucional iba a ser facilitar las expropiaciones a particulares. El socialismo funciona mientras le dura la plata de los demás, y ahora que se le está haciendo insuficiente, con un déficit fiscal de 7.500 millones de dólares anuales que se hará crónico, necesita apropiarse de las cosas de los demás: inmuebles, empresas, fundos. Como la Constitución actual establece requisitos exigentes para expropiar (precio justo y pago al contado), y eso sólo puede ser modificado por los dos tercios de los senadores y diputados en ejercicio, necesita reformar la Constitución para rebajar el quórum y dar el zarpazo.

La izquierda siempre ha hecho trampas. En los años 60 Allende se presentaba como un demócrata pero usaba su cargo de presidente del Senado para encubrir contrabandos de armas para la guerrilla boliviana, como lo ha reconocido el destacado ex guerrillero autor de “El Furor y el Delirio”, Jorge Masetti. Y no tenía inconvenientes en recibir pagos del KGB en su carácter de agente con la chapa de “Líder”, como lo ha revelado el ex agente ruso Vasilii Mitrokhin en sus memorias. Y su partido proclamó la necesidad de la lucha armada durante toda la segunda parte de la década del 60, una trampa flagrante en el juego democrático.

Después, para la elección de 1970, la izquierda hizo trampa en conjunto con la DC, pues Allende y Tomic suscribieron un pacto secreto para impedir el ascenso al poder de Jorge Alessandri si éste ganaba la elección. Como la ganó Allende (yo siempre he impugnado la validez de esos comicios), hicieron otra trampa y amenazaron con un derramamiento de sangre si Alessandri era elegido por el Congreso, como tenía derecho a serlo. Se anuló así, bajo amenaza, un mecanismo constitucional.

Después, en su gobierno, hizo toda clase de trampas: no promulgó el proyecto de las tres áreas de la economía despachado por el Congreso; no prestó la fuerza pública para cumplir fallos judiciales; cuando el Congreso destituía a algún ministro, se limitaba a cambiarlo de cartera; discurrió los “resquicios legales” para burlar las leyes. En realidad, desde un principio reconoció que iba a hacer trampas, cuando le dijo a Regis Debray, en célebre entrevista, que había aceptado el Estatuto de Garantías Constitucionales pedido por la DC como ”una necesidad táctica” y que pretendía establecer un socialismo marxista-leninista “total”.

Los gobiernos de izquierda posteriores a 1990 también han hecho constantemente trampas, y no estoy hablando sólo de “las aulas tecnológicas” de Lagos ni de los “sobres con billetes” que se empezaron a llevar para la casa desde el gobierno hasta ser públicamente sorprendidos, sino a cosas como la captura izquierdista del Poder Judicial, que ha dejado de aplicar las leyes y abandonado el debido proceso para condenar a los militares, incurriendo en trampas tan burdas como llegar a un “acuerdo de caballeros” con la derecha para designar a un juez de izquierda primero y después a uno que no lo era y respetaba las leyes y, una vez nombrado el primero, vetar al segundo (Pfeiffer) que sigue apareciendo en las quinas hasta hoy, pero el régimen sigue sin cumplir el “acuerdo de caballeros” (tal vez piense que él no obliga a una señorita, pues acaba de omitir una vez más a Pfeiffer en la última designación).

El “proceso constituyente” es, pues, sólo la última trampa izquierdista, presentada con una encantadora sonrisa por Michelle Bachelet en el CEP con el argumento de que “garantizará el derecho de propiedad”, lo cual naturalmente, no es verdad, pues lo debilitará, pero fue acogido con amplias sonrisas por sus anfitriones.

Porque el primer requisito para que una trampa fructifique es que exista una contraparte dispuesta a dejarse engañar. Y en el Chile del último medio siglo, desgraciadamente, esa contraparte nunca ha faltado.

Hermógenes Pérez de Arce

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