La ley de la jungla

Columna de Joe Black

Después de los acontecimientos de las últimas semanas, el término #comandojungla pasó a ser una “malapalabra”, igual que #Transantiago o #NuevaMayoría. Nadie quiere reconocer su paternidad y algunos prefieren pensar que solo se trata de un nombre de fantasía caído en desgracia.

Más allá de la discusión semántica, lo que sí pasó en este lapso es que la convivencia política se volvió salvaje. Como en la selva. Afloraron los instintos animales de unos y otros (también los de unes y otres) y pudimos ver de todo.

Transcurridos varios días, llegó el momento de revisar quién fue quién -en código fauna-, en el caso que derivó en batalla campal y cuyo epicentro se situó en La Araucanía.

Por orden de aparición, la primera especie que entró en acción fueron las hienas, seres cobardes que solo atacan en manada a animales indefensos. En la selva real, las hienas uscan comida. Acá buscan robar autos, madera, ganado.

La acción de las hienas provocó la entrada en acción de las tortugas del tipo ninja, entre las cuales había una de gatillo fácil que se creía con la habilidad de Rambo cuando tenía el coeficiente intelectual de Rocky. Hizo todo mal y convirtió un thriller policial en tragedia.

Y entonces aparecieron las serpientes. Primero lanzaron veneno en el ambiente y luego trataron de extrangular a todo el Gobierno, cuando solo habían pasado un par de horas desde el comienzo de la crisis y nadie -ni el Gobierno- sabía con certeza qué había ocurrido.

Tomó la palabra la jirafa macho. Desde la altura de su cargo intentó poner las cosas en su lugar, calmar los ánimos y hacerse cargo. Pero no se dio cuenta de que, precisamente, su altura de miras le impedía observar bajo el follaje y enterarse de las cosas feas que pasan en la sombra.

Ahí aparecieron los linces. Saben que son un felino de rango menor, más cercano al gato andino o de campo que al tigre de Bengala. Entienden que son una especie amenazada (no me atrevo a decir en peligro de extinción) y que necesitan cazar presas propias para sobrevivir. Lo bueno es que tienen buena vista. Ojo de lince, de hecho. Entonces vieron la oportunidad de saltar al largo cogote de la jirafa y sin previo aviso le lanzaron una acusación constitucional. En cinco horas le habían cortado el pescuezo a la pobre jirafa.

No pocos habitantes de la jungla sintieron que la muerte de la jirafa daba por cumplido el ritual milenario de que un sacrificio humano exige otro sacrificio humano.

Pero todavía faltaba que entraran en acción los que querían provocar una estampida que ojalá arrasara con todo, incluido el león (como si fuese Mufasa) o, al menos, con su ministro del Interior. Algún barullo se alcanzó a armar. La incipiente estampida -que es un movimiento masivo, emocional, que casi nunca tiene un propósito claro- mezcló a búfalos rabiosos con tipos acaballados, burros, rinocerontes, vacas, lauchas y hasta unos camellos que fueron a puro hacer bulto.

 

Ciertamente, hubo avestruces, que prefirieron esconder la cabeza; hubo murciélagos, que solo se aparecieron en las noches para hacer tuiteos maleteros; y, como siempre, no faltaron los koalas, que tiraron licencia de puro flojos.

Yo ya me formé una imagen de todas las bestias. Supongo que ustedes también.

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