La misericordia y el perdón



La misericordia y el perdón

La reciente Carta Apostólica del Papa Francisco, “Misericordia et misera”, ha estado en la discusión pública debido a la autorización que se da a todos los sacerdotes a perdonar a quienes se realicen un aborto. Esto ya estaba en vigencia desde el inicio del Año de la Misericordia, y, de hecho, ya muchos obispos habían dado la autorización en sus respectivas diócesis. Esta decisión es coherente con lo expresado por el Papa en la Carta: “…debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre”. Tal como ha quedado establecido en el debate en estas páginas, esta decisión tiene que ver con la misericordia y el perdón, con acoger a quien está arrepentida por haber atentado contra la vida de un inocente, quedando muy en claro que el aborto no puede estar permitido, ya que pone fin a la vida de un ser humano inocente.

Sin embargo, la profundidad del mensaje del Papa va más allá de lo que ha generado el debate público, ya que tiene que ver fundamentalmente con la mirada y acogida de los postergados, de los excluidos de nuestra sociedad. Es así como se refiere a los pobres, a los enfermos, a los que están en la cárcel, a los migrantes que buscan una nueva vida para desarrollarse junto a sus familias, a todos quienes sufren y que no reciben apoyo y acogida en nuestra sociedad. La atención y la misericordia deben enfocarse hacia estos grupos postergados de nuestra sociedad. Y el mensaje tiene que ver también con una mirada de esperanza, de futuro, de cambio y renovación personal, a la que todos estamos llamados.

Ya en las primeras páginas de la Carta se presentan las primeras frases de esta invitación: “La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida”. Así dice, “la misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva”. Esta transformación, esta vida nueva, que viene con la misericordia y el perdón, nos llena de alegría y de reconciliación, tanto al que perdona, como al que es perdonado. Posterior al acto mismo, se presenta el gran desafío del perdón interior, del que tenemos que lograr con nosotros mismos. Este es un paso necesario y quizás el más importante para poder avanzar hacia una vida nueva.

Este mensaje de misericordia llega en un momento muy especial para el país. Se ha presentado la discusión sobre nuestra acogida a los migrantes, a los que son diferentes, a los que están en la cárcel condenados por graves delitos y que hoy están muy enfermos. Todas estas situaciones llaman a la misericordia. Sin embargo, estos valores los debemos encontrar en nosotros mismos, antes de pensar en entregárselos a los demás. Así, nos debemos perdonar al conocernos cada uno, en nuestras virtudes y grandes debilidades. Esta carta es también una llamada y voz de esperanza, a desarrollar nuestras virtudes, pero también a ser muy sencillos en entender nuestras debilidades, nuestras sombras. Esto será crucial para entender y aceptar las sombras del prójimo que nos rodea.

En esta Carta, el Papa Francisco nos llama a “hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos”. En realidad, nos llama a encontrar la verdad y a valorar la dignidad de todo ser humano, encontrando en su diversidad, en sus diferencias y en su estado de vulnerabilidad, la riqueza de la vida. Esto nos enseña a ser más justos, comprensivos y a crecer como seres humanos. Esto también nos ayuda en la búsqueda común de la verdadera felicidad. La que se basa en reconocernos diferentes y, por lo mismo, dignos de respeto y cuidado. Esta es la invitación a creyentes y no creyentes, a vivir el tiempo de la misericordia y a reconocer lo que es fundamental en la vida.

Ignacio Sánchez D.
Rector Pontificia Universidad