La trampa del 73

Este 19 de octubre se cumplen 45 años del cruel asesinato de mi hermano Eugenio a manos de la tristemente recordada Caravana de la Muerte, liderada por el general Sergio Arellano Stark. El que este aniversario haya coincidido con el fallo de La Haya y los 30 años del plebiscito, con su gran profusión de análisis y variopintas reacciones, me ha llevado a cuestionar la manera en que como pueblo hemos intentado cerrar nuestras heridas.

Con cuánta propiedad sostenemos que lejos de ser la mediterraneidad la causa del retraso de Bolivia, esta se debe a que al quedarse entrampados en el conflicto de 1879, fueron incapaces de mirar a largo plazo y forjar una nueva relación de cooperación mutua con Chile que hubiese mejorado sustancialmente las condiciones de vida de su población. Cuán lamentable es entonces que nosotros, que nos damos por superiores, hayamos optado por ese mismo camino irracional de seguir entrampados en el conflicto del 73, en un pasado que nos inmoviliza e impide pensar con altura de miras en la clase de país que queremos.

Los primeros gobiernos de la Concertación nos dieron una luz de esperanza de que, tal vez, alcanzaríamos una madurez al más puro estilo de los países europeos de la posguerra. Lamentablemente, mucho de lo avanzado se repudió posteriormente, los acuerdos pasaron a ser mala palabra, y volvimos atrás manteniendo el conflicto tan vivo como antes, tal como lo han hecho nuestros vecinos.

Pareciera que aún -tras 45 años- no hemos logrado justificarnos y todavía necesitamos desesperadamente demostrar cuán intachables eran los nuestros, a la vez qué monstruosos los otros. Incapaces de aceptar las complejidades de toda agrupación humana, toleramos que los nuestros cometan horrores que nuestra lealtad ciega e inquebrantable justificará y defenderá a ultranza, mientras los malos del otro lado son, sin duda alguna, inmerecedores de toda comprensión y perdón.

Es lógico que quienes sufrimos los efectos de esta irracional violencia, de cualquier lado que esta viniese, tengamos heridas, pero en vez de canalizar ese dolor en una fuerza constructiva para que esto no vuelva a ocurrir, seguimos contaminando a nuestros hijos con ese odio que hace que tantos jóvenes que no vivieron ni se vieron afectados por ese período, se vuelquen en un fanatismo y obstruccionismo que dificulta construir una sociedad donde quepamos todos.

A estas alturas ya dejaron de preocuparme las causas y los contextos; sea como sea los definan los historiadores, ya nada podemos hacer. En cambio sí está en nuestras manos decidir si seguiremos siendo un país entrampado en un pasado que nos carcome, o luchamos por no perder esta preciosa oportunidad que nos ofrece el presente de sentar las bases para un futuro en que volvamos a ser hermanos.

Los bolivianos llevan casi 140 años entrampados. ¿Cuánto nos tomará a nosotros?

María Alicia Ruiz-Tagle Orrego 

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