Cristián Labbé Galilea
Comentario obligado de esta semana fue el que la aceptación
de Trump en el electorado americano aumenta cada día, y que, al margen de todo
lo que de él se decía, ha seguido subiendo en las encuestas, por lo que su
reelección parece algo inminente. La comparación con nuestra realidad resultaba
inevitable: el Presidente, a pesar de figurar todos los días en algún evento
mediático, aumentaba su desaprobación, y su aceptación no superaba el 30 por
ciento.
La paradoja resultaba curiosa: cómo un personaje que aparecía
extravagante, chocante, extraño, impredecible… muestra tales niveles de
aprobación mientras, por el contrario, alguien que parece calculador, “full
planificado” y de una inteligencia “aparentemente” superior, está generando
tanto rechazo.
La primera reacción nos lleva a pensar que ambas realidades
son diferentes; obvio que sí, por donde se mire no hay punto de comparación
pero, descartado lo anterior, debemos considerar que: cuando de Política (con
mayúscula) se trata, los efectos de las decisiones y de las acciones de
gobierno suelen ser muy similares, al menos en las democracias occidentales.
En toda realidad política, económica, social o cultural,
existen factores que pasan por sobre cualquier otra consideración; es el caso
del cumplimiento de la palabra empeñada por parte de los gobernantes y de su
equipo político… ¡Es sabido que nada genera tanto daño como incumplir lo
ofrecido!
Coincidimos en que, en el país de norte, marca la tónica
política un presidente que realiza, ni más ni menos, lo propuesto en su
campaña, conducta muy diferente a nuestra realidad donde predomina “lo
políticamente correcto”, aunque eso signifique faltar a los compromisos
asumidos.
Ejemplos hay muchos, pero la evidencia más contundente es la
adhesión de uno y otro mandatario.
En nuestro caso el gobierno fue elegido por una mayoría que,
si bien no muy convencida, creyó en que lograría pacificar al país, que los
problemas sociales (educación y salud) serían prioridad, que se restablecería
el orden y la seguridad, que se impondría la “justicia justa” y la
meritocracia, que se acabarían los “pitutos”, en suma, que se generaría un
nivel de crecimiento y desarrollo que traería bienestar para todos… Pero, que
pasó… /Parole, parole, parole… soltanto parole/.
De hecho, no sólo las palabras se las llevó el viento, sino
que si algún adherente -con la mejor de las intenciones- reclama que el
gobierno no está cumpliendo con la palabra empeñada, rápidamente éste exige
lealtad o se victimiza acusando “fuego amigo”. Resultados, a la vista: …el que
fue su elector hoy, sin más, se resta, mientras los políticos afines, con una
pereza intelectual abismante, prefieren callar…
Un locuaz contertulio concluyó : “el gobierno está convencido
que todavía estamos en los tiempos del musical “La Pérgola de las Flores”,
cuando el Alcalde Alcibíades confesaba su estilo de hacer política…” Al final,
todos terminamos tarareando burlonamente: /En política y amores… digo siempre
SÍ/ y después hago… lo que me conviene a MÍ/.
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