Los Chicos populares

Los Chicos populares
Viven de su popularidad y de sus pequeños caprichos de cada día los paga el Estado. No son malas personas. Es sólo que se acostumbraron a una vida que no serían capaces de solventar por si mismos: chofer a la puerta; gastos de representación cubiertos por algo que se llama “dieta” (aunque de rigor no tenga un pelo); amigos que los adulan o de los que reciben favores, pagados después con cargo al fisco.
En fin, me refiero a los políticos, a los que tienen cargos de elección popular a los que son de las preferencias del gobierno de turno.
Pienso en esa clase o casta de privilegiados que cada mañana, y mientras toma café, lee los diarios y revisa las redes sociales solo para saber cómo va la cosa. A esos que deciden conforme a la presión de sus amigos o la opinión de un ente abstracto que en realidad no conocen (porque no existe) llamado mayoría ciudadana. Y no me refiero solo a la Presidenta, a los ministros, a los diputados y senadores, a los alcaldes o intendentes, porque incluyo también dentro de esa clase de personas a los jueces; y en general a todos los que de manera directa e indirecta dependen de los electores.
Viven de la popularidad, y su identidad la han forjado a través de gustos que no son necesariamente los propios. Quizás por eso sus discursos suenan artificiales y monótonos. Siempre la misma canción y el mismo tono. Canción que – no se dan cuentan – ya nadie oye. Un poco frívolos, un poco veleidosos, con modales aprendidos en una escuela obsoleta. Ese es el perfil psicológico de quienes gobiernan nuestras vidas, de los que toman decisiones y definen prioridades. No se puede esperar de ellos, por tanto, algo de coraje.
Lo tuvo Alemania para conceder indulto a Hoenecker, el mismo que se atrevió ordenar que se disparara a cualquiera que se atreviera a escapar de la RDA por el Muro de Berlín. Lo tuvo Amnistía Internacional cuando pidió en los años 60, cuando pidió clemencia por razones de salud para Hess (secretario personal y ministro nada menos que de Hitler).
Lo tuvo hace no tanto Pepe Mujica, cuando dijo que no había peleado para tener a viejos en la cárcel, refiriéndose a los mismos que lo habían mantenido en cautiverio por mas de una década. Lo ha tenido en Chile Tucapel Jiménez, cuyo padre fue brutalmente asesinado en el gobierno de Pinochet. Héctor Salazar, abogado de DD.HH. que defendió a quienes fueron víctimas en el mismo periodo, y Fernando Montes que hizo lo suyo al respecto. Lo Tuvo Delfina Guzmán, ex militante comunista y Benito Baranda. Ninguno de ellos patrocinador de la derecha chilena o de los atropellos a los DD.HH.
Coraje, voluntad política, capacidad de actuar conforme a lo que se cree y no a los efectos que pueden tener decisiones difíciles. Eso es lo que no tienen los señores políticos, y esa es la razón por la que ahora se discute – como si fuera discutible – si medidas humanitarias como el indulto se deben aplicar o no a todos los chilenos. Esa es, en último término, la causa de que la política no sea digna ni siquiera de un mínimo… de respeto.
Por Teresa Marinovic Vial