Mauricio Rojas: Carta abierta a Marco Enríquez-Ominami sobre las desventuras del idealismo

Mauricio RojasLa reciente publicación del libro “Diálogo de conversos”, escrito por el Sr. Rojas que perteneció al MIR en su juventud, junto al escritor Roberto Ampuero, ex PC. Parece un momento oportuno para recordar pasajes de una extensa carta que escribió al Marco Marco Enríquez-Ominami y que fuera publicada por diversos medios el 17.10.2014. Ella, por su extensión ha sido resumida en sus aspectos principales. Rojas quien perteneció al MIR, que fue diputado en Suecia y que hoy es miembre de la Fundación para el Progreso, conocio a Migu el Enríque, su fundador, y padre de Marco Marco Enríquez-Ominami, diciendole “Espero que estas líneas te ayuden a comprender mejor a tu padre y a quienes nos dejamos llevar por la tentación de la bondad extrema. No es una excusa por lo que hicimos, pero sí un intento de explicarlo que, a mi juicio, le debemos a Chile”,escribe quien fue parte del MIR y luego se a lejó del marxismo para siempre.

 

Estimado Marco:
He visto la reciente entrevista en CNN donde dijiste que habrías sido mirista y calificaste al MIR como “un movimiento intelectualmente preclaro, brillante”. No es la primera vez que te expresas de esa manera. Así, por ejemplo, en una entrevista de julio de 2013 decías: “Yo habría sido mirista cien veces, porque creo que era una forma de entender la política muy fascinante, de mucha lucidez”. No se trata, por lo tanto, de un desliz ni de una pose, sino de algo sobre lo que has reflexionado largamente cosa nada extraña siendo tu padre la figura sin duda más prominente de lo que fue el MIR.
Es por ello que te escribo, pero no solo por ser quien eres sino por todos aquellos jóvenes que te escuchan pronunciarte de esa forma acerca de un movimiento que fue uno de los grandes responsables de la entronización de la violencia política en Chile y la destrucción de aquella democracia que personas como tu padre tanto despreciaron y tanto hicieron por hundir. Me cuesta entender que se pueda considerar como intelectualmente preclara una propuesta política que propugnaba la así llamada dictadura del proletariado y la insurrección armada contra la democracia, como lo hizo el MIR desde su fundación a mediados de los años 60. O usar calificativos como brillante, lúcido y fascinante para referirse a un movimiento que se inspiraba en regímenes dictatoriales como el de Cuba, China, Vietnam o Corea del Norte y que tenía por ícono a Lenin.

01.04.10 Entrevista del Diario La Tercera a Marco Enriquez Ominami ex-candidato presidencial. Foto:Nadia Perez/ La Tercera/

Entiendo tu dilema personal. Es también el mío, pero en cierta medida aún más cercano ya que yo fui mirista e incluso llegué a conocer a tu padre, que estuvo un par de veces en nuestra casa de la calle Catedral. Conversaba con mi abuelo  en ese Santiago de comienzos de los años sesenta, que pronto vería llenarse sus calles de jóvenes como tu padre y como yo, deseosos de revolución. Mi abuelo insistía en la soberbia y yo lo miraba como una reliquia del pasado. No alcanzó a ver como su Chile tan querido se hundía en una lucha fratricida que terminaría desquiciando a su pueblo y destruyendo su antigua democracia. Yo sí lo vi y, además, puse mi granito de arena en esa triste obra de destrucción. Ni cambiamos el mundo ni liberamos a nadie. Terminamos como mártires o como víctimas. Pero también podríamos haber terminado como verdugos, como lo han hecho todos aquellos que han llegado al poder inspirados por la idea de la transformación total del mundo y la creación del hombre nuevo.

miguel-enriquez

A esta triste certidumbre llegué hace ya mucho tiempo, cuando luchaba contra mí mismo a comienzos de los años 80 en aquella hermosa y apacible ciudad del sur de Suecia llamada Lund. Es precisamente ese sueño deslumbrante el que un día nos lleva, como dijo Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, a “purificar, purgar, expulsar, deportar y matar”. Es la soberbia en acción, la hybris del bien o la bondad extrema que nos lleva a su contrario. De ello me hablaba mi abuelo al final de su largo peregrinar, pero su nieto tuvo que recorrer un largo camino para entenderlo.
El  comunismo– está dada por su capacidad de atraer a aquellos sin los cuáles esos movimientos no llegarían muy lejos, a saber, a los altruistas e idealistas o, para decirlo de otra manera, a aquellos que se van a entregar a la causa de la revolución con la devoción de un santo, enque se trata de seres –como tu padre y mi madre– que se hacen revolucionarios para hacer el bien pero terminan –si tienen la oportunidad– haciendo un mal espantoso.

El marxismo, usando un lenguaje seudocientífico, mediante el cual el plan redentor de la Divina Providencia se convierte en las “leyes de la historia”, impulsadas por el desarrollo incontenible de las fuerzas productivas y finalmente descubiertas por Marx y el “socialismo científico”. Así, la victoria del comunismo no es concebida como un acto antojadizo de voluntad –si bien requiere de ella en la forma de esa violencia revolucionaria que Marx y Engels llamaron “la partera de la historia”– sino como la conclusión necesaria e inevitable de la historia de la humanidad.
Este fue el marxismo que me “robó el alma” cuando yo era muy joven, esa fue nuestra fe, una religión atea deslumbrante que nos invitaba a jugar a ser dioses. Por ella nos convertimos en revolucionarios profesionales, en “bolches”, como decíamos en esos tiempos con tanto orgullo.

Pero es justamente allí, en esa entrega total y sublime, donde se enturbian definitivamente las aguas cristalinas de la utopía y Maquiavelo aparece, donde la bondad extrema del fin puede convertirse en la maldad extrema de los medios, donde la supuesta salvación de la humanidad puede hacerse al precio de sacrificar la vida de incontables seres humanos, donde se puede “amar” al género humano y despreciar a los hombres de carne y hueso. Che Guevara lo expresó con claridad en su célebre Mensaje a la Tricontinental: “qué importan los peligros o el sacrificio de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad”. Y por ello mismo nos instaba a transformarnos en una “fría máquina de matar” a fin de poder materializar el sueño revolucionario del hombre nuevo.

. Ya en 1901, Lenin en el cuarto número de su periódico clandestino (Iskra), escribió: “En principio nunca hemos rechazado, ni podemos rechazar, el terror”, y después del golpe de Estado que lo llevó al poder en 1917 hizo justamente del terror su arma fundamental de opresión .
Esto fue lo que entendí un día, pero lo entendí no como un problema de otros o de una categoría especial de seres singularmente malos, sino como un problema mío y de los seres humanos en general. Vi todo ese potencial de hacer el mal que todos, de una manera u otra, llevamos dentro y vi como yo mismo podía transformarme en un ser absolutamente amoral y despiadado respecto del aquí y el ahora con el pretexto de un más allá y un mañana gloriosos.
Así pude reconocer en mí al criminal político perfecto del que tan certeramente nos habla Albert Camus en El hombre rebelde: aquel que mata sin el menor remordimiento y sin límites ya que cree hacerlo a nombre de la razón y el progreso.

Y me asusté de mi mismo y me fui a refugiar en el pedestre liberalismo que nos invita a la libertad pero no a la liberación, que defiende los derechos del individuo contra la coacción de los colectivos, que no nos ofrece el paraíso en la tierra sino una tierra un poco mejor, que no nos libera de nuestra responsabilidad moral sino que nos la impone, cada día y en cada elección que hacemos.
Espero que estas líneas te ayuden a comprender mejor a tu padre y a quienes nos dejamos llevar por la tentación de la bondad extrema. No es una excusa por lo que hicimos, pero sí un intento de explicarlo que, a mi juicio, le debemos a Chile. De otra manera seguiremos construyendo mitos nada inocentes y contando medias verdades.
Saludos cordiales,
Mauricio Rojas

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