Memoria histórica

Memoria histórica
Según el diario El País, el gobierno de Macri calcula en 1.300 los lugares públicos dedicados a la memoria de Néstor Kirchner que habría que cambiar, empezando por el Centro Cultural que lleva su nombre (también exhibía sus mocasines), ubicado en el antiguo Correo, a pasos de la Casa Rosada. Una tremenda tarea que, en algunos casos, significa devolverles su nombre antiguo; tanto más si se la contrasta con la propuesta comparativamente más recatada del Municipio de Madrid que tiene en la mira a 200 calles con denominaciones franquistas, o lo que pasa con el aún más moderado ayuntamiento de Santander: sólo 24 calles falangistas quieren obliterar allí, logran eso y se quedan tranquilos.
Está también lo de los monumentos. Con calles y lugares basta una inyección de cosmética nominalista, Botox histórico; en cambio, tratándose de estatuas, le lleva derribamiento, decapitación u horca, robo, posible fundición y la inevitable humillación si se las sustituye.
Las de Colón, blanco preferido. Al Almirante lo sacaron de su pedestal en el Parque Colón de Buenos Aires en cinco minutos en 2013. En 2004 lo tumbaron de la Plaza Venezuela en Caracas tras un “juicio histórico” (su paradero actual, desconocido). Y la CUP, el partido separatista catalán inspirado en nuestra Unidad Popular, anhela (des)hacer otro tanto echándose el monumento a su memoria en Barcelona aun habiendo nacionalistas que reclaman como catalán a Colón; también a Santa Teresa (no de Ávila sino de Pedralbes), a Cervantes (El Quijotehabría sido traducido del català al español), incluso a Erasmo de Rotterdam.
La vía chilena a la memoria histórica sigue cauces parecidos. Sólo una memoria vale: la muy muscular revisionista en contra. Intentaron cambiar el nombre del cerro Santa Lucía a “Welén”. Tras 134 años después de Nietzsche, Camila Vallejo, en un arranque teologal de la cual no la sabíamos capaz, se entera que Dios “ha muerto” queriéndolo reemplazar por el “Pueblo” para que presida en la Cámara. La idea de Roberto Ampuero de crear otro museo de la memoria a cargo del período 70-73 recibe una capotera “flash mob” por ese nuevo “eco de Lourdes”: las redes sociales.
El gobierno de Obama desclasifica documentos que atribuyen el asesinato de Orlando Letelier a Pinochet y quod erat demonstrandum, la “Historia” habría hablado. Al tacho, eso sí, el hecho de que los Estados Unidos haya sido juez y parte cuando, junto con emitir esos documentos, iniciara un juicio en Chile contra el gobierno militar: el caso Letelier.
Luego, la Cámara pone su huevo de oro condenando al “gobernante más violento y criminal que haya tenido Chile en su historia”, y todo ello gracias a la CIA, esta vez confiable. Si no llegan a botar su estatua es porque aún no la hay.
En el fondo, se apodera de la memoria histórica una especie de ciencia ficción viral histórica. Siendo gente más crédula que pensante, creen que viajando atrás, al pasado, a veces de turistas, lo pueden cambiar o borrar a su antojo. “Todo es perfectible”, dice Pepe Piñera.
Por Alfredo Jocelyn-Holt