MISERIA MORAL

Por  Gonzalo Ibañez Santa Maria.

No de otra manera puede calificarse el discurso de Sebastián Piñera en el último encuentro de la empresa, ENADE, que recién tuvo lugar, organizado por ICARE. Como se estila en este tipo de encuentros, el discurso de cierre fue pronunciado por el presidente de la República, en este caso Sebastián Piñera. En él, repasando lo que ha sido la situación del país durante los últimos dos años se quejó amargamente: “Me preocupa el afán de algunos por demoler y arrasar con todo nuestro pasado, sin saber cómo y con qué lo quieren reemplazar”. Más adelante acusó que la crisis que afecta al país no proviene tanto de la fuerza con que es atacado sino de la debilidad con que es defendido: “¿Cómo es posible que los 30 años posteriores a la recuperación de la democracia, con todas sus luces y sombras, hoy cuenten con tan pocos defensores entre quienes fueron los que lideraron y condujeron cuatro de los seis gobiernos del período”?*

Todo eso está muy bien, pero lo que faltó de manera absoluta -como es, por lo demás, costumbre en Piñera- fue un acto de mínima autocrítica, porque si a alguien corresponde se le hagan las acusaciones que él enuncia es precisamente a él mismo. Su afán primordial, desde luego, ha sido el demoler nuestro pasado negando toda legitimidad al pronunciamiento militar de 1973 y negando después todo lo bueno que hizo el gobierno que siguió a ese pronunciamiento. Si al término de este, pudieron comenzar los treinta años cuyos logros Piñera no se cansa de alabar, fue porque ellos fueron precedidos por 17 años enteramente dedicados a reconstruir un país arruinado por las aventuras ideológicas a las que fue sometido durante las décadas precedentes. Pero, eso Piñera lo desconoce de manera absoluta. ¿Qué de extraño tiene, entonces, que se busque retornar al régimen marxista de Allende?

Piñera esconde una gran hipocresía, similar a la que esconden Lagos, Insulza, Francisco Vidal y otros prohombres de la vieja Concertación: ellos han querido presentar como obra propia lo que no es sino obra del gobierno militar. ¿Cómo, entonces, defender lo que se construyó sobre la base que dejó armada el gobierno militar, si se abomina de éste? Por eso, hoy Piñera cosecha los frutos de amargura y descomposición cuyas semillas él con tanto esmero sembró.

Lo que hoy sucede en Chile no es obra del azar ni brota por generación espontánea. Es la consecuencia de un discurso mentiroso acerca de la historia de Chile durante los últimos cincuenta años y, en especial, acerca de los años que van de 1970 a 1990. Y de esa mentira, Piñera ha sido uno de los principales agentes, tal vez el principal. No ha estado solo, por supuesto. Desde luego, el marxismo no ha cejado en su intento de revancha contra la decisiva derrota que entonces le propinó la acción de nuestros militares. Pero también lo han acompañado tantos que obsecuentes adulaban a los militares mientras estaban en el poder, para volverles la espalda no más lo dejaron. Los conocemos.

Son ellos, con Piñera a la cabeza, los que deben responder primeramente por la grave situación por la que atraviesa Chile.

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