Monumentos ultrajados

Monumentos ultrajados
Hace un tiempo fue la estatua ecuestre de Pedro de Valdivia, cuando la cubrieron de bolsas negras para representar la cantidad de basura que producía la comuna de Santiago. Luego le tocó al general Baquedano, cuyo monumento fue rodeado de telas que simulaban témpanos, las que además cubrían la tumba del soldado desconocido. Poco después se jugó un mundial de fútbol-calle, casi encima de la cripta que guarda los restos de Bernardo O’Higgins; aunque ya debiéramos estar habituados a estas irreverencias hacia el Padre de la Patria, porque en ese mismo espacio (la Plaza de la Ciudadanía) han funcionado todo tipo de ferias y exposiciones. Es de imaginarse la justificada queja que presentaría el pueblo mapuche si esa fuera la tumba de un lonco.
Para qué hablar de los ultrajes a nuestra bandera nacional, que este año cumple doscientos años de existencia, y que vemos por todas partes rayada con distintas consignas y utilizada sin el mínimo respeto. Cada vez son más los chilenos que usan nuestra bandera como un letrero.
Después de este resumido catálogo de recientes ultrajes, quizá no nos debiera llamar la atención el hecho de que, en Arica, hayan decapitado los bustos de los principales héroes de la toma del Morro: el coronel Pedro Lagos, el teniente coronel Juan José San Martín, el mayor Luis Solo de Zaldívar y el teniente Ricardo Silva Arriagada. Dudo mucho de que este acto haya sido de ariqueños: ellos tienen gran cariño por la historia de su ciudad.
Los monumentos a héroes y personajes relevantes de nuestra historia son levantados para rendir homenaje a esas ilustres figuras que contribuyeron a la nación desde distintos ángulos. Pero además de ese justo tributo, esas estatuas cumplen con un propósito didáctico: el de enseñar a través del bronce la historia de la patria. Los monumentos y estatuas son erigidos para que se plasme en nuestros ciudadanos -y especialmente en nuestros niños- el recuerdo de quienes contribuyeron a forjar la nación.
Este modo de protesta parece ser una creación nacional, pues los otros pueblos del mundo respetan y hasta veneran a sus insignes antepasados. ¿Alguien puede imaginar que en Buenos Aires o en Caracas se mancillaran las estatuas de San Martín o de Bolívar?
El ataque a las efigies de nuestros propios héroes no solo implica un rechazo a lo que representan y a quienes se eligió en su oportunidad conmemorar, sino que además es un ataque a nuestra propia identidad de chilenos y a los valores que alguna vez quisimos destacar, como dignos de ser replicados en el tiempo por nuestros ciudadanos. Es renegar de nuestras tradiciones y despreciarlas, como si hubieran perdido su significado.
Gral. (R) Marcos López Ardiles
Academia de Historia Militar