POLÍTICA Y GOBIERNO:



POLÍTICA Y GOBIERNO:

Se los dice Frei:

 

Y los números hablan por sí solos:

 

 

Recuperar nuestras instituciones

Por José Tomás Hargous Fuentes 

Este mes conmemoramos nuestras Fiestas Patrias. En esta tribuna hemos reseñado en otras ocasiones cómo nuestro 18 de septiembre es expresión de la continuidad y el cambio en nuestra historia institucional, puente entre nuestro período hispánico, como parte de una monarquía múltiple y compleja, y nuestra vida como república emancipada.

En ese 18 de septiembre el Conde de la Conquista convocaría el cabildo abierto para resguardar en estas tierras la autoridad del monarca cautivo por Napoleón, jurándole lealtad. Esa autoridad, encarnada originalmente en los Presidentes de la Real Audiencia, será traspasada a los Presidentes de la República a partir del período que sucedió a la Batalla de Lircay y hasta nuestros días.

En la actualidad nos encontramos, como en 1830, 1925 y 1973, en una profunda crisis, de confianza en las autoridades y en las instituciones. Afortunadamente han quedado atrás los años de borrachera octubrista –revolución– y pareciera que la ciudadanía anhela una restauración del orden, anhelo septiembrista –tradición, es decir, reforma en continuidad– que no es unánime en una clase política que en su mayoría sigue tentada por el noviembrismo –reformismo–.

Nuestros candidatos presidenciales encarnan plenamente esos tres modos de aproximarse a la actual crisis. El fantasma que recorre Chile, autor de la revolución de octubre, se abraza a Jeannette Jara para seguir destruyendo nuestras instituciones, aún con altas probabilidades de pasar a la segunda vuelta. El noviembrismo pareciera estar representado por una Evelyn Matthei que nuevamente se instala entre los candidatos competitivos, pero aún a mucha distancia de donde se encontraba a principios de año.

Finalmente, el septiembrismo, que busca aunar a las fuerzas del Rechazo en 2022, se encuentra entre los partidos agrupados a nivel parlamentario en el pacto Cambio por Chile, pero dividido en sus apuestas presidenciales, entre José Antonio Kast y su Fuerza del Cambio –hasta ahora el candidato con más opciones de llegar a La Moneda– y Johannes Kaiser y su proyecto Defiende la Verdad –que recuerda a La Pura Verdad de Kast en 2017–, que sigue amenazando con superar a Evelyn Matthei.

Ya en plena campaña electoral nos encontramos en los minutos fundamentales del partido. Como Churchill, Kast sólo nos puede prometer “sangre, sudor y lágrimas”, un Gobierno de Emergencia. Pero sólo con ese esfuerzo –encabezado por la Fuerza del Cambio pero que requiere que todas las fuerzas de bien de este país– podremos recuperar nuestras instituciones.

 

 

Un gobierno de emergencia

Por Gonzalo Rojas Sánchez 

En estos días celebramos los 215 años del proceso de autonomía que nos llevó a la independencia nacional, desde la primera Junta de Gobierno, en 1810, hasta la declaración de 1818.

Una de las constantes de ese proceso, tan heroico como lleno de altibajos, fue considerar la situación como una auténtica emergencia. Así lo expresaron los tres primeros reglamentos constitucionales. De manera dramática, el de 1814 se refería a “las críticas circunstancias del día”. Nuestros primeros padres percibían que había una situación de insoportable dependencia, y que la emergencia asociada a su ruptura requería de medidas excepcionales.

Volvamos al presente. ¿No estamos acaso hoy viviendo en Chile unos tiempos en que se manifiestan graves dependencias y, por eso mismo, se hace necesario afrontar el próximo gobierno bajo el criterio de una evidente emergencia?

Las dependencias que hoy padecemos pueden dividirse en dos grupos. Por una parte, las que provienen del exterior. En esa dimensión están las influencias de un globalismo que nos impone descriterios sobre la vida, la familia, las etnias, la sexualidad, el medio ambiente y la educación, tendencia a la que se suma la otra vertiente foránea, cual es la presencia en Chile de una significativa proporción de inmigrantes que atentan contra nuestras costumbres y, sobre todo, contra la paz social, mientras otro grupo ha venido a buscar efectivamente el asilo contra la opresión y a trabajar en paz y con calidad profesional.

A esas dependencias de origen foráneo se suman otras. Son las que desde dentro han generado quienes, desde Bachelet al Frente Amplio y el PC, no han trepidado en darle al Estado un volumen, un papel y una presencia simbólica propias de un supuesto mesías. Pero, al mismo tiempo, ha quedado en evidencia que ese falso mesías se encarna en miles de funcionarios que engañan y roban mediante sus licencias falsas, que se conciertan con fundaciones para privarnos a todos del producto de nuestros impuestos, que se expresan como burócratas que demoran indefinidamente las autorizaciones que les corresponde otorgar, solo para darse importancia y justificar sus cargos. Nos hemos ido haciendo dependientes de estas y tantas otras formas de corrupción y mediocridad. Las sufrimos a diario.

Por todo eso, y por mucho más, se hace necesario un gobierno de emergencia nacional, apoyado por un Congreso que, desde una mayoría, asuma su tarea de colaboración con el Poder Ejecutivo.

Un gobierno de emergencia ha de sustentarse en tres pilares básicos. En primer lugar, en la convocatoria de las mejores personas disponibles para todas las tareas ejecutivas, personas que permitan recuperar la independencia de nuestras instituciones; en segundo término, en la convicción más absoluta del nuevo Presidente sobre la necesidad de afrontar momentos muy difíciles con prudencia y fortaleza, sabiendo que podría volver a desplegarse un proceso que intente frustrar nuestra independencia nacional; y, finalmente, en la proposición de una legislación que efectivamente revierta las dependencias y libere las fuerzas de la creatividad.

Es de tal magnitud la crisis nacional, la dependencia de males tan graves como extendidos, que la tarea va a ser titánica. Recuerdo una vez más a Havel, quien frente al desafío de reconstruir la antigua Checoslovaquia después de sus tristes años bajo el marxismo, afirmaba que recuperar “un orden basado en la responsabilidad libremente asumida frente a, y por parte de la sociedad en su conjunto, aún no ha sido construido; tampoco pudo haberlo sido, ya que desarrollar y cultivar esa clase de orden requiere muchos años”.

Es lo que nos convoca.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el miércoles 17 de septiembre de 2025.

 

Lenin de Tagua Tagua

Por Cristián Valenzuela 

Eduardo Artés volvió a hacer lo que mejor sabe: lanzar amenazas disfrazadas de profecías y después hacerse el ofendido cuando alguien lo toma en serio. Primero dijo con desparpajo que un gobierno de Kast o Kaiser “no va a durar nada”, que “la calle no lo va a dejar” y que él mismo estaría ahí, codo a codo, “con el pueblo”. Luego, cuando lo encararon, reculó con un argumento risible: el problema no es lo que dijo, sino que el resto del país sufre de “comprensión lectora deficiente”.

Lo que hay aquí no es un error semántico ni un malentendido. Es la vieja estrategia de la izquierda dura: amenazar primero, victimizarse después y culpar al receptor por no entender las “profundidades dialécticas” del mensaje. Es el mismo manual que se usaba en los años 60 en Moscú o en La Habana: democracia mientras ganen ellos, revolución permanente cuando pierden.

Artés se presenta como un líder popular, pero en realidad es apenas un remedo de dictador tropical. Un Lenin de San Vicente de Tagua Tagua, cuna original del eterno bolchevique; un Fidel de utilería, un Maduro de bolsillo. Un revolucionario versión fruna, que con suerte ha logrado 100 mil votos en una elección, pero que se arroga el derecho a decirle a Chile qué gobiernos pueden durar y cuáles no.

Lo cómico —y a la vez peligroso— es que este discurso no es un accidente individual. Artés es el extremo gritón de lo que muchos comunistas piensan en silencio. Lo que él lanza sin pudor, otros lo callan para no espantar votantes. Jeannette Jara, el rostro amable del PC, representa esa misma matriz ideológica: la de un partido que jamás renunció a la idea de que la democracia es solo un medio, nunca un fin. La diferencia es que Jara sonríe mientras promete gobernar y Artés grita mientras anuncia que jamás dejará gobernar.

Pero no nos engañemos: es la misma partitura. El Partido Comunista sabe que su candidata no ganará en la moderación, sino en la polarización. Y Artés, con su caricatura soviética, cumple la función de correr el cerco, de mostrar crudamente lo que el PC oculta. La amenaza de caos, de fuego y de calle es parte de ese libreto, aunque venga envuelta en el lenguaje “profético”.

Porque en el fondo, Artés no es un político: es un fantasma bolchevique, un fósil de museo ideológico que insiste en recitar la Internacional con voz engolada mientras el mundo ya pasó a otra página. Su “pueblo” son cuatro nostálgicos de comité, su revolución cabe en un mimeógrafo carcomido y su destino político no es La Moneda, sino una vitrina polvorienta junto a los panfletos amarillentos del MIR.

Puede gritar, puede amenazar, puede disfrazar sus delirios de análisis social, pero lo único que consigue es recordarle a Chile por qué el comunismo nunca fue alternativa, solo tragedia. Y si algún mérito tiene, es este: cada vez que abre la boca, deja en claro que bajo la sonrisa de Jara y el maquillaje del PC late la misma pulsión autoritaria de siempre.

Lo irónico es que mientras acusa a otros de “comprensión lectora deficiente”, es él quien lee mal la realidad. Chile no quiere revoluciones a la cubana, lucha de clases ni camaradas de partido único. Los chilenos quieren orden, quieren paz, quieren progreso. Lo suyo es nostalgia: un panfleto marxista desfasado, con olor a tinta vieja y consignas de museo.

Al final, Artés se disfraza de líder popular pero queda en evidencia como lo que realmente es: un candidato antiimperialista de caricatura, atrapado en un país que ya no compra consignas de barricada. Lo suyo no es valentía política, es un show de amenaza encubierta. Y la burla final es que intenta convencernos de que todo fue un malentendido semántico.

No, señor Artés: lo entendimos perfectamente.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera el miércoles 24 de septiembre de 2025.