Pueblo, negacionismo y chorlitos

Por Fernando Claro Economista Magíster en Economía de la Universidad Católica de Chile

La aparición de la posverdad permitió la normalización de la palabra «mentira». Ahora se puede acusar a la gente de mentirosa, incluso a los políticos. Antes era imposible, era una insolencia. La llegada de Trump también hizo lo suyo, pero al revés. Que este sujeto presidiera el país más poderoso del mundo permitió matar algo más duro que un mono porfiado: la idolatría al término «pueblo». Antes, criticar al pueblo era una herejía. Cualquiera que intentase siquiera cuestionarlo era inmediatamente insultado. Ni imaginar cuando había una buena persona al frente.

Hoy, en cambio, y gracias a Donald, se puede inmediatamente retrucar: «¡El pueblo votó por Trump!». Y hasta ahí nomás llega el buenismo. Y ahora último, las ganas del pueblo de cerrar fronteras migratorias —y comerciales— siguen con la tendencia.

Esto último hizo nuevamente aparecer la histeria del buenismo irreflexivo. Lo curioso es que no hay ninguna política real sobre la cual pronunciarse, pero más curioso es que antes eran ideas de izquierda. Regular fronteras, tanto comerciales como migratorias, eran cruzadas de izquierda porque comercio y migración eran vistos como frutos del capitalismo. Ahora parece que cambió la cosa. Pero bueno, esta hipocondría sigue y empieza a dar acá en Chile uno de los frutos que ya han explotado Trump y tantos otros: el «decir las cosas por su nombre». Ya apareció una diputada declarándose pinochetista. Una diputada que no entiende que la soltura con que dice eso se explica simplemente por haber estado sentada a un lado de la mesa y no del otro. Y sólo por suerte, por nacer a ese lado. Es parecido a lo que le ocurre a Carmen Hertz y a quienes buscan criminalizar a los negacionistas y los que «inciten al odio».

No se dan cuenta de que un día se puede invertir la mayoría y a la misma Carmen Hertz la pueden encerrar por cuestiones mucho menores, como decir que en Chile «todo lo que se expropió eran latifundios que no producían absolutamente nada». Hasta Rodrigo Hinzpeter dijo que está bien castigar la negación de «verdades formalmente establecidas por entidades estatales». ¿Existirá una cuestión más peligrosa que el Estado estableciendo verdades que permitan castigar a quienes no las sigan? ¿Tan mala memoria tienen estas personas? Además, así como este mismo tipo de «buenas personas» aparecen criticando a los medios por mostrar ataques terroristas en Londres y olvidar los de África, ¿no será igual de malo entonces negar las violaciones de cualquier otra dictadura y otro tiempo?

Imaginemos que Hertz y Hinzpeter sean buenos para usar la expresión «¡Cabeza de chorlito!». Luego vamos a tener animalistas buscando castigarlos por incitar el odio y ofender a tan nobles pájaros como el chorlo chileno o el chorlito cordillerano, que no tienen nada de tontos, pero que la cultura popular, con esos dichos, ha menospreciado.

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