“Valparaíso en el suelo”

“Valparaíso en el suelo”
Gonzalo Bofill y Juan Pablo Rodríguez: “Nadie está libre de su cuota de responsabilidad en esta tragedia. Llegó el momento de que la clase política democrática, el Poder Judicial, las iglesias, los empresarios, los sindicatos, la prensa, los empleados públicos y las organizaciones sociales nos comprometamos con nuestro Chile republicano…”.
Así titulaba El Mercurio de Valparaíso durante estos días. Y no puede ser descrito de otra forma.
Los inagotables disturbios han arrasado con nuestro patrimonio material, cultural y moral. Quizá peor que cualquier terremoto. Sí, porque cuando se saquea y destruye el almacén familiar de una vecina porteña, no solo se vienen abajo los puestos de trabajo, sino que sueños y esperanzas —quizás lo más preciado que puede tener un ser humano—. Cuando se incendia el edificio de El Mercurio de Valparaíso, no solo se ataca su importante labor, sino que también casi 200 años de memoria colectiva.
Valparaíso está en el suelo, y a estas alturas casi nadie puede sostener lo contrario. ¿Pero cuándo comenzó todo esto?
Durante estas semanas han quedado en evidencia las precarias condiciones con que un sinnúmero de chilenos, desde hace muchos años, debe lidiar en su día a día. “Por ti, mamá, que te llamaron a la operación cuando te velábamos”, decía uno de los miles de carteles que inundaron las plazas de nuestro país.
Hemos podido comprobar la profunda desconexión existente entre la élite y la ciudadanía. Una clase política más preocupada de peleas de pasillo que de enfrentar el drama de muchos de nuestros abuelos, que deben vivir con una pensión de 120 mil pesos mensuales.
Ahora bien, el conflicto que está sacudiendo a este país no es una crisis del modelo —como algunos ideologizados políticos nos quieren hacer creer—, sino una crisis humana.
Hoy el objetivo de llegar a ser un país integralmente desarrollado está más lejos de lo que pensábamos. La condición no es solo económica, se requiere de una sociedad educada, que respete las personas, las instituciones y alcance un nivel cultural que le permita disentir desde la paz social.
Vivimos tiempos de una crisis moral que, lamentablemente, cruza a toda nuestra sociedad. Nadie está libre, las iglesias, los empresarios, los políticos, las organizaciones sindicales y los empleados públicos. Todos aquellos que se han visto envueltos en situaciones de corrupción, colusión y abusos. Y el Poder Judicial, también asolado por la corrupción y por un creciente activismo, se ha mostrado errático y débil frente a quienes han venido destruyendo y saqueando nuestra alma colectiva. Hace tiempo los estudios y encuestas de P!ensa dan cuenta de un profundo malestar ciudadano, pero nunca pensamos que explotaría a través del planificado y destructivo formato que hemos visto.
La crisis de autoridad es profunda. Urge recuperar el respeto por las instituciones, pero para eso es imprescindible que estas sean respetables. Y aquí no se libra nadie, tampoco la prensa, cuya búsqueda del impacto y del rating le ha hecho perder objetividad y profundidad en el análisis de nuestra realidad. Lo que está en el suelo no es el modelo, son nuestras virtudes, valores y principios.
Aun con todo lo vivido, no pocos políticos siguen más preocupados de su propia agenda que de los problemas reales de la gente. Más preocupados de un cambio constitucional que de uno cultural. Más preocupados de ganar que de dialogar.
Culpar a la institucionalidad será siempre más fácil que una reflexión y autocrítica que nos obligue a reconocer nuestros errores y a enmendar la forma como hacemos una nación más justa, donde todos —especialmente los que más sufren— puedan vivir mejor. Debemos dejar de culpar al otro —sea este un adversario político, una Constitución o un modelo— y comenzar a trabajar por todos los chilenos. Dejar de mirar la paja en el ojo ajeno y ponerse manos a la obra.
Nadie está libre de su cuota de responsabilidad en esta tragedia. Llegó el momento de que la clase política democrática, el Poder Judicial, las iglesias, los empresarios, los sindicatos, la prensa, los empleados públicos y las organizaciones sociales nos comprometamos con nuestro Chile republicano, con la reconstrucción de nuestro patrimonio material, cultural y moral.
¡Llegó el momento de que estemos a la altura de este gran y necesario cambio que debemos generar para vivir en paz social y armonía!
Hacemos votos para que todos los chilenos de buena voluntad promovamos con nuestras acciones un clima que permita restablecer el orden público y la tranquilidad para vivir. Luego, perfeccionar nuestra democracia y tratar de traducir en soluciones concretas los principales anhelos ciudadanos. Sin egoísmo y sin demagogia. Somos la inmensa mayoría.
¡Se nos acabó el tiempo, Chile lo demanda a gritos, hoy!
Gonzalo Bofill V.
Presidente
Juan Pablo Rodríguez O.
Director ejecutivo
Fundación P!ensa