¡Qué difícil resulta ser optimista en el Chile de hoy! Sí, hay analistas que ya veían venir toda esta debacle hace una década. El asunto es que ya estamos en ella y a veces parece no haber una salida plausible. Por ello, a veces me pregunto cómo podemos reiniciar el sistema.
Se acercan las elecciones para el segundo asalto de la gran pelea de la noche donde se enfrentan políticos y la ciudadanía, siendo la constitución el gran trofeo. Entre tanto ajetreo constitucionalista, el desgobierno ya quedó en segundo plano. En realidad, el 4 de septiembre fue un torpedo imparable a la línea de flotación del gobierno que, ante la imposibilidad de amagarlo, recibió de lleno un bombazo de la ciudadanía que los dejó imposibilitados de realizar sus famosas transformaciones profundas, quedando relegados a un segundo plano, desde el cual se las ingenian perfectamente para hacer sus cretinadas y contratar a más y más compadres, amigos, parentelas, amantes, familia de los amantes, etc.
Como las izquierdas son disciplinadas y de tiro largo –sí, reconozcámosles eso como un cierto mérito–, obviamente que no iban a tener primera sin segunda, y aquí estamos con un segundo intento constitucional en curso. ¿Y si lo pierden de nuevo? Está claro que es una posibilidad que barajan, más aún, Elizalde dio señales de que están conscientes que hay una gran chance de que pierdan. Siendo así se nos abren una serie de escenarios:
4.1. La izquierda intentaría un tercer proceso constituyente: Saben que el país se les vendría encima y arriesgan que literalmente sean sacados a patadas de la moneda y que las proyecciones de carrera política a futuro de tanto jovenzuelo terminarían de golpe y porrazo.
4.2. La izquierda se divide y Boric queda solo con una doble oposición: El gobierno habría recibido entonces el segundo torpedo que acabaría por hundirlo, obligándolo, por un asunto de sobrevivencia, a llamar a esos “viejos transaqueros concertacionistas” que tanto desprecia, para ayudarlo a terminar su mandato.
De continuar la escalada de desorden, terrorismo, violencia, inmigración y polarización, la alternativa de los acuerdos es remota, casi imposible. Con ello, y con un gobierno derrotado, con oposiciones de ultraizquierda que forzarán las cosas desde el caos con sus tropas en las calles para acelerar los cambios y con una ciudadanía que en su gran mayoría no quiere revoluciones sino vivir y trabajar en paz, tenemos la tormenta perfecta.
Qué ironía más grande: El señorito de barbas que deseaba encarnar al Sr. Allende está muy cerca de conseguirlo: palabreando de lo lindo, dividiendo al país, destruyendo la economía y la seguridad social y, finalmente, terminando solo. A estas alturas, tal vez hasta él se pregunte: ¿y dónde estará el botón para reiniciar el país?
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