El sepelio del obispo y sus consecuencias



El sepelio del obispo y sus consecuencias

Hace pocas horas hemos sido testigos del sepelio de un reconocido sacerdote que ocupó el cargo de obispo. Un hombre valorado por muchos chilenos, que además era tío del presidente de la república.  Este solo hecho, transformo este rito tan humano y frecuente, como lo es un entierro más, en un acontecimiento politico.

Para el ciudadano común, que es observador pasivo pero crítico, de todo lo que ocurre con sus autoridades, obviamente obtendrá conclusiones simpáticas o antipáticas de lo que ve. Como decía Sócrates, después de los truenos viene la lluvia y pues, claro llego la lluvia poco después del funeral.   La causante principal, son las redes sociales, vía trasmisora en especial de los desacatos de las autoridades y que los matinales de TV usaran hasta que el rating merme.

En consecuencia, las autoridades deben estar conscientes de que las redes sociales son sus “auto espías” permanentes que graban partos, matrimonios, velorios o cualquier hecho que el incauto portador del iPhone considere para la posteridad. No obstante, esto tan repetitivo parecen algunas autoridades no entenderlo o quizás, poco les importa, ya que o incumplen la norma reiteradamente o incluso otro se graba introduciendo, a lo mejor descuidadamente, un dedo en sus partes pudendas.

El sistema de autoridad que rige a la democracia se define, según Weber, como un conjunto de preceptos por sobre los grupos de dominio. Eso significa que la norma está sobre las personas y punto. No cabe, entonces, matices de ninguna naturaleza y menos para quienes nos gobiernan. Estas consideraciones archiconocidas, para la situación actual, adquieren una particular y mayor relevancia.

Como en todos los actos de la vida, en el sepelio del señor obispo se vieron posturas que nos llevan a reflexionar sobre la institucionalidad y meditar sobre la vida y la muerte.

No hay duda de que las normas, en general, se estaban respetando. Pero…pasaron las torpezas que debieron ser evitables.

Una de ellas, fue la porfía de la comedida señora que ante el deseo del presidente de mirar a su tío obispo, abre la tapa del ataúd sin considerar las advertencias de que aquello no estaba permitido. La segunda, fue el error del mandatario que haciendo caso omiso se acerca al féretro. Pero, la más ridícula y que, sin duda, habría avergonzado al obispo, fue la señora que con gusto y estilo destaca lo bien que se veía en la urna adornado seguramente con sus paramentos morados. ¿Qué habría dicho el señor obispo con voto de pobreza, entre otros, que lo último que se destacaría en su paso celestial o, quizás a la “nada” que angustiaba a Heidegger, sería la elegancia de su traje?

Los funerales son actos rituales a observar sociológicamente, ya que dejan traslucir funciones latentes propias de las actitudes y debilidades humanas de los que quedan. Por ello, que observar las actitudes de las personas más allá de lo que dicen, es una buena fórmula para interpretar las conductas del ser humano. Mientras algunos lloran al que partió, otros hacen vida social y no falta los que no pierden oportunidad de mostrarse para que los deudos perciban que allí estuvo o, bien, encargar a alguien que deje su tarjeta.

Este funeral nos ha dejado enseñanzas y también deseos de los ciudadanos comunes que esperan ver que, alguna vez por todas, las autoridades respeten lo que ellos mismos juraron respetar. La disciplina y la convicción son fundamentales para fortalecer la institucionalidad y nadie duda de que en estos momentos eso es urgente. Esto es extensivo a todas las autoridades, incluyendo a las que son expresas en relativizar el respeto a la constitución.

Finalmente, es pertinente recordar una frase de Confucio (VIII,3) gran pensador chino que siempre nos recuerda su vigencia y, que es muy coherente con este trágico momento que estamos viviendo: “Quien no se corrige así mismo, no podrá poner orden en su casa”. (Red NP)

Jaime García Covarrubias