Control constituyente



Control constituyente

No será gratis.

Por Ricardo Brodsky

Ex-ante

Miembros de la Convención Constituyente de los que se espera que sean articuladores de cambios consensuales, insisten en bajar el perfil a las extravagancias que han venido aprobando las comisiones, entre las que se encuentra una que convierte al poder judicial en una suerte de servicio público y otra que elimina al Senado de la República.

Dicen, “en el pleno todo se arregla, hay que tener confianza”.

Pero no es buena idea engañarse a sí mismo. Es en las comisiones donde deben construirse los acuerdos ya que el pleno con gran esfuerzo de sus miembros apenas alcanzará a votar las normas que se proponen, sin tiempo ni ánimo para argumentos y réplicas.

El punto es que nociones que son impensables en una constitución moderna y democrática empiezan, sino a ganar terreno, al menos a instalarse con visos de legitimidad. La censura a las opiniones sobre la historia del país, a través de la figura del negacionismo; poner en manos del gobierno la evaluación de los jueces y su correspondiente pérdida de autonomía agravada por la pérdida de la inamovilidad; el decrecimiento económico a través de la revisión de los tratados internacionales, la salida del CIADI, la nulidad general de los derechos de agua y permisos de concesiones y la expropiación de las faenas mineras;  y la más extravagante amnistía para delitos que aún no se cometen, son verdaderas invitaciones a prolongar la crisis política y social que supuestamente los constituyentes debían canalizar abriendo un nuevo horizonte de justicia y libertades para Chile.

Pero la verdad es que más que canalizar la crisis, la Convención, a través de estos acuerdos mayoritarios en las comisiones podría estar sembrando un temporal quizás mayor que el vivimos en 2019.

Está claro cuál es el método de la Convención. Lo vimos en la renovación de su mesa directiva. No es el diálogo para construir acuerdos, es, por el contrario, la exacerbación identitaria hasta llevar a la asamblea al borde del abismo y, entonces, forzar un acuerdo en una “oscura cocina” bajo la intransigencia y la amenaza del fracaso, ciertamente todo esto no de cara a ciudadanos que miramos la construcción de “la Casa Común” con creciente aprensión.

El tiempo apremia y en vez de ir cerrando acuerdos razonables que tengan en cuenta los ánimos de renovación pero también la historia constitucional y política del país, siguen avanzando propuestas fantasiosas que probablemente no alcanzarán una adhesión de dos tercios.

Es difícil realmente que los chilenos y chilenas aprueben una Constitución inspirada en una ideología que busca aislarnos del mundo y retroceder en el túnel del tiempo. La primera víctima de tan proyecto serían las instituciones de la democracia y ciertamente también el lenguaje que, en vez de comunicarnos, busca remodelar la sociedad a través de conceptos que la corrección política obliga a usar so pena de caer en la furia de los activistas de las redes sociales y de comunidades bien pensantes.

Todo esto ocurre en un contexto de orfandad de liderazgo escalofriante y un peligroso e ingenuo paternalismo. ¿No será hora de que, atravesando las fronteras ideológicas, los colectivos con tradición política y sus líderes de opinión al interior de la Convención busquen a sus pares y encaucen el desmadre?