Queremos un mejor país
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Por qué es tan mala la propuesta
El Estado soy yo
Juan Pablo Zúñiga H. |
Uno de los tantos cuentos de los Hermanos Grimm trata de un pájaro de pequeño tamaño que, mediante triquiñuelas y embustes quiso alzarse como el rey de las aves. Dicha historia se titula “El reyezuelo”.
Nuestro país parece haber entrado en una especie de portal dimensional que nos llevó a un universo paralelo, en el cual existe un mundo mágico, muy real en la mente de nuestros gobernantes pero que al resto de los mortales no nos hace el más mínimo sentido. Tal como el personaje del cuento citado, contamos con un reyezuelo que, con amenazas primero y un juego de seducción y embustes después, embrujó la mente de jóvenes incautos (y de mucho viejo necio), para poder gritar a los cuatro vientos ¡rey soy yo! y plantarse en el Palacio de la Moneda.
Una vez en el poder, nuestro reyezuelo y su séquito han mostrado ineficacia gestora, pobrísima articulación política, paupérrima capacidad de organización y coordinación, nulo conocimiento de la conducción de una nación y un servilismo a los propósitos de la sombra del mal que, desde el siglo XX nos asola desde el descaro y desde las sombras: el Partido Comunista. Por lo tanto, y como ya nos han demostrado a lo largo de estos pocos meses, es este el espíritu del gobierno.
Es por lo anterior que, si nos detenemos un instante a pensar racionalmente, todas las actitudes despóticas que nos chocan del gobierno, son perfectamente normales para ellos pues se rigen -en lenguaje marxista- por dinámicas que escapan a las “lógicas burguesas”. El caso más evidente de ello han sido las recientes declaraciones del presidente Boric sobre que, de ganar el rechazo, en vez de respetar el Artículo 142, tácitamente no aceptarán la continuidad en vigencia de la constitución y llamarán a un nuevo proceso constituyente. Como mucho tirano que inspira al gobierno, no dudan en hacer uso y gárgaras de la democracia para luego saltarse las reglas del juego.
Las tiranías son cosa seria, y si lo son de inspiración marxista, son absolutamente letales. Por ello sorprende el nivel de encanto en las mentes de nuestros connacionales que en una fascinación sin igual parecen añorar a gritos que se hagan realidad sus sueños de revolución que resultan exquisitos a la mente del que vive sin un propósito, pero que lee los viejos postulados desde su acogedor sofá. Así, con una algarabía que clama por su ídolo que “todo lo ha de cambiar” y que lo ensalza a niveles mesiánicos, no es de extrañar que el presidente, cuál Luis XIV que se consideraba el representante de Dios en la tierra, clame en sus declaraciones y acciones: ¡L’État, c’est moi!
La sugerencia de los Sres. Bermúdez y Jackson de acelerar la puesta en marcha de la nueva constitución (de ser aprobada) mediante decretos, es una clara señal de la tiranía democrática en que nuestra nación se encuentra sumida. No nos confundamos: aunque el Sr. Boric, en sus delirios mesiánicos, crea píamente en la máxima del monarca francés -y, de paso, cuente en su corte con la Srta. Karamanos, una versión chilensis de María Antonieta- en realidad, el que puede arrogarse la declaración “el estado soy yo” es el PC.
Sin embargo, tienen un gran pero: las Fuerzas Armadas. Ellos lo saben. No por nada desde el primer día de gobierno, la tarea número uno fue montar un ministerio de defensa dominado por comunistas, y no de cualquier tipo, sino con especialistas en vínculos con la inteligencia de la dictadura castrista, y, con ello, peligrosos nexos chavistas y sus colaboradores del régimen iraní y sus tentáculos fundamentalistas. Sin embargo, la historia nos muestra que en el pasado ya intentaron infiltrar las FF. AA sin éxito. De manera que, de darse la hipótesis que ya está en avanzadas etapas (sí, la guerra civil), existe la posibilidad de una intervención que lleve a la nación a volver a los cauces de la civilidad, el orden y el respeto del estado de derecho.
En el cuento del “reyezuelo”, ante el desprecio de las demás aves y temeroso de perder su cabeza, el plumífero personaje se transformó en la burla de todos, debiendo ocultarse para, de cuando en cuando, gritar “¡rey soy yo!”. El presidente se encuentra en una terrible encrucijada en donde, de ganar el rechazo, obtendrá el desprecio nacional no solo por el texto propuesto, sino por todo lo que él y sus secuaces representan; de ganar el apruebo e implementar a la fuerza la nueva carta magna por decretos, encontrará en la población una resistencia que hará de la convivencia nacional una tarea imposible.