¿Nueva constitución…se justifica y necesita realmente???



¿Nueva constitución…se justifica y necesita realmente???

En momentos decisivos para Chile

Mons. Juan Ignacio González E.

Queridos hermanos y hermanas de la Diócesis de San Bernardo:

1. En pocos días más deberemos tomar decisiones trascendentales para Chile. Los Obispos hemos iluminado, desde el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia, sobre los temas esenciales del proyecto de nueva Constitución. Hay entre ellos algunos que son directamente contrarios a la enseñanza cristiana, como la introducción del aborto o interrupción del embarazo (art 61.2), la muerte digna (art.68), que implicará aprobar la eutanasia. En otros aspectos, se desconocen derechos esenciales de los padres, como el que tienen respecto a la educación de los hijos. Se impone una concepción acerca de la sexualidad que es contraria a la enseñanza de la fe cristiana (art. 40). No se considera el derecho a la objeción de conciencia, especialmente en el caso del aborto y se introduce una visión errada y única del hombre y la mujer, fundada en la ideología de género, que es anticristiana. En otras materias hemos señalado que cada ciudadano es libre para escoger sus opciones.

2. Fijemos nuestra atención en el tema del aborto y la eutanasia, los más graves y contrarios a la ética cristiana de la propuesta constitucional. Es evidente que la posición que una Constitución asuma ante ellos es un aspecto esencial para juzgar el valor ético de la misma en su totalidad. El aborto y la eutanasia son siempre un atentado grave contra el 5to. mandamiento de la ley de Dios. Un cristiano no puede nunca darle su apoyo. Hacerlo constituye una grave ofensa al Creador y un pecado gravísimo, como enseña el libro del Éxodo: “no quites la vida del inocente” (23,7) y Jesús recuerda en Mt. 5,21.

3. Nos enseña la Iglesia que: “el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. En el caso pues de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto” (San Juan Pablo, Evangelium vitae, 73). Todo ciudadano tiene en sus manos impedir que el aborto y la eutanasia sean consagrados en la misma Constitución de nuestra Patria.

4. Algunas personas se preguntan acerca de cómo proceder ante esta disyuntiva: mientras hay materias con las que están de acuerdo en el texto propuesto, no lo están con la inclusión del aborto y la eutanasia. Otros, señalan que, en realidad, ellos nunca se prestarían para colaborar o amparar el aborto en la legislación que vendría después y que, por tanto, la norma establecida no los alcanza o afecta. Como Obispo de la Iglesia Católica tengo la obligación ante Dios de señalar a los fieles que dicho razonamiento es errado y contrario a las enseñanzas de la Iglesia. Dar su voto a un texto que consagra directamente como un derecho el aborto y la eutanasia es cooperar al mal moral y ayudar a su difusión.

5. Hay elementos esenciales de ética cristiana que no pueden ser vulnerados voluntariamente a cambio de afirmar otros valores, por positivos que éstos se consideren. Un principio fundamental para dilucidar esta posible duda es aquel que señala que no es lícito colaborar en algo objetivamente malo para obtener un bien; es decir, el fin no justifica los medios. Tampoco es lícito razonar diciendo que, por estar en contra del aborto y la eutanasia en toda circunstancia, se queda exceptuado o exculpado moralmente de las consecuencias que luego se sigan de aprobar un texto constitucional que los establece. El aborto y la Eutanasia no pueden ser transados o intercambiados por otros bienes, incluso objetivos, que pueden estar contenidos en el proyecto de nueva Constitución.

6. Llegan en la vida de los cristianos momentos en que el testimonio y la coherencia pueden adquirir una exigencia heroica, cuyas consecuencias puede traernos males y críticas, pero que, ante los ojos de Dios, son motivo de alabanza, alegría y fidelidad. Pidamos al Señor y a Nuestra Madre del Carmen tener el coraje y la sabiduría para defender las verdades esenciales sobre la dignidad de la persona humana. Dios es el único testigo íntimo de nuestras decisiones y El mismo nos tomará cuenta de ellas al final de nuestros días.

Nota: Esta carta pastoral fue publicada originalmente en la web de la Diócesis de San Bernardo, el domingo 28 de agosto de 2022.

Entrevista Cambio21. Ricardo Navarrete, exsenador, exembajador y expresidente del Partido Radical contraviene decisión de su colectividad: “Votaré Rechazo para evitar que se profundice la polarización en el país” :

https://cambio21.cl/politica/entrevista-cambio21-ricardo-navarrete-exsenador-exembajador-y-expresidente-del-partido-radical-contraviene-decisin-de-su-colectividad-votar-rechazo-para-evitar-que-se-profundice-la-polarizacin-en-el-pas-63112b22cd49b02bb346441c

Alea iacta est

Juan Pablo Zúñiga H.

La suerte está echada”. En estos momentos -y lo digo con la más alta solemnidad- estamos a horas de ser parte activa del futuro de Chile, a horas de jugarnos el porvenir de la nación y, sin duda, el momento más importante de la historia de nuestro país en los últimos 130 años. Cada uno de los votantes seremos una pieza clave que ha de determinar o el duro trabajo de reconstruir el país y proseguir nuestro andar como pueblo, o el tiro de gracia a la República para adentrarnos de lleno en el peligroso terreno por el que hemos transitado hace años y cuya única certeza es el enfrentamiento inminente.

A esta hora ya no hay más nada que decir. Los argumentos de todo tipo -políticos, matemáticos, morales, sociales, filosóficos y espirituales- que han emanado desde los que amamos nuestro país y cuyo futuro no estamos dispuestos a lanzar en la ruleta rusa de un nuevo experimento social totalitarista, ya están en el espacio público y en el fuero interno de cada ciudadano que dio oídos a palabras sabias. Así mismo, las explicaciones de nuestros rivales -muchas rayando en la locura, el delirio y la abierta obscenidad que atenta contra todo parámetro de mínima decencia- que apuntan a una apuesta que en la realidad carece de incertidumbres y goza de la certeza del desastre inminente, también están encima de la mesa de la historia.

Por lo tanto, es poco lo que se puede decir hoy. Sin embargo, permítase un minuto de reflexión antes de ir a emitir su sufragio. El 20 de enero de 1961, John F. Kennedy acuñó aquella célebre frase que nos insta a preguntarnos no en lo que nuestro país puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por nuestro país (“Ask not what your country can do for you, ask what you can do for your country”). Desde mucho antes que se desatara la revolución en curso -digamos 10 ó 20 años atrás- pregúntese ¿cuánto he hecho por Chile? ¿he servido a otros compatriotas? ¿cuál ha sido mi rol en la transmisión de mis principios y tradiciones como chileno a las generaciones siguientes a la mía? Y desde que estalló la insurrección en aquel infame octubre de 2019, ¿qué he hecho por cambiar el curso de mi país? ¿he sido responsable en mantener la civilidad o me he dedicado a inflamar más aún el clima de polarización? Y desde un punto de vista práctico, cuando se habla de la batalla cultural, ¿realmente me interesa? ¿me he dedicado a leer, estudiar, informarme y formarme, o más bien me he transformado en un activista de celular, mandando mensajes, videos y caricaturas inútiles que en nada cambian el parecer de mi interlocutor?

Las respuestas a dichas preguntas son suyas. Yo ya tengo las mías y el papel que he jugado en esta historia. Por minúsculo que sea, es mi historia y se hace parte de la de mí país. La cuestión fundamental es ¿estoy satisfecho y con la consciencia tranquila respecto de la parte que he tomado en la historia contemporánea de Chile?

Cuando entremos este domingo a la cámara secreta a emitir nuestro sufragio, cada uno de los votos será, o una piedra para sentar las bases del país que queremos y debemos reconstruir, o una estocada más al alma nacional con una daga simbólica que tendrá grandes chances de convertirse en una de verdad para estocarnos en una fatal guerra fratricida. Recuerde, sus actos y palabras -aunque no lo parezca- tienen un impacto en la sociedad.

La emoción del momento lleva a cometer torpezas inadvertidas en el presente, pero el desastre se arrastra hacia el futuro. De la misma manera, una decisión sabia, llena de amor ágape, es decir, amor sacrificial, de entrega por el prójimo y, en este caso, por el bien común, nos puede salvar de la tragedia. El amor de entrega no es emocional ni pasional, es racional. Vote con la razón. Vote con entrega. Vote pensando en el bien común. Vote pensando en cómo proyectar hacia el futuro nuestros siglos de historia y nuestras tradiciones. Una “raya” mal hecha hoy, nos puede costar la aniquilación definitiva.

“¡Es la cultura, estúpidos!”

por Gastón Escudero P.

La elección presidencial de los Estados Unidos de 1992 parecía ganada para George Bush cuando, en un audaz movimiento, el estratega de la campaña demócrata decidió enfocarla en los temas cotidianos de la gente, como la economía. Sorpresivamente, Clinton ganó la elección. Y uno de los slogans de la campaña, “¡Es la economía, estúpido!”, se popularizó.

En este otro lado del mundo y 30 años después, la derecha “no da pie con bola” porque cree que la clave es la economía, pero se equivoca: es la cultura. Veamos.

El marxismo clásico postuló que la sociedad era estructuralmente opresora, esto es, se organiza sobre instituciones impuestas por una minoría para explotar a la mayoría. La base de la organización social estaría conformada por la propiedad privada y las relaciones de producción, sobre las que se levantan las demás instituciones: primero la política y luego la cultura (la religión, la filosofía, el arte, los valores morales, etc.), las que perpetúan las desigualdades y la explotación. La solución sería la revolución del proletariado que permitiría a la clase obrera usar el poder político para terminar con las relaciones de producción, redimir a los hombres y construir una sociedad sin clases.

A comienzos de los años 90, la caída de los regímenes comunistas europeos obligó a los marxistas a reenfocarse. Introdujeron en su relato el axioma de que la sociedad cristiana occidental, fruto de siglos de evolución cultural, estaría plagada de formas de explotación y, para remediarlo, los cambios ya no había que hacerlos en el nivel económico-político sino en el nivel cultural. La revolución consistiría en que los oprimidos de las distintas clases sociales tomen conciencia de su calidad de tal, formen alianzas y gradualmente vayan inyectando en la sociedad sus valores para apoderarse del Estado burgués y, desde allí, destruir −“deconstruir” es el concepto que acuñaron, algo así como “desmantelar”− la concepción de mundo de la clase dominante y así imponer su “hegemonía cultural”.

Para ello, los marxistas se encargaron de crear en el imaginario popular tantos grupos oprimidos como fuera posible: pobres, mujeres, minorías sexuales, minorías étnicas o raciales… La cantinela de la desigualdad fue desarrollada, enseñada y elevada a categoría de decálogo en universidades, primero, y en escuelas después, mientras los medios de comunicación se hacían eco del discurso deconstructivo. Cundió entonces la victimización entre los jóvenes, buscando identificarse con cualquier grupo supuestamente oprimido para culpar a las estructuras y a los “privilegiados” de sus fracasos, reales o imaginarios. La así llamada “ideología woke” viene ser el resumidero donde todas las corrientes de la deconstrucción se han amalgamado.

En Chile, los valores de la cultura cristiano occidental están plasmados en los arts. 1 y 19 de la Constitución de 1980: sociedad basada en las libertades de las personas, familias y cuerpos intermedios, con Estado subsidiario. Aquí radica el espectacular desarrollo social experimentado en los últimos 47 años. Pero en las últimas tres décadas el país importó el neomarxismo (bajo el rótulo de “progresismo”) y lo dejó crecer como un cáncer con la complicidad, al menos pasiva, de la derecha, que entregó a la izquierda el terreno cultural creyendo que bastaba con la economía para satisfacer las aspiraciones del espíritu humano. La explosión del estallido delincuencial de 2019 constituye precisamente manifestación del odio −disfrazado de “demandas sociales”− a la cultura cristiano occidental, inculcado en las nuevas generaciones por tiempo suficiente, pero la derecha sigue sin comprender que su deber en esta hora crucial es dar la lucha cultural.

La izquierda de hoy es la más radical que haya existido en la historia. No le interesa apropiarse sólo de los medios de producción, eso es un detalle: quiere acabar con la distinción hombre – mujer, el matrimonio, la familia tradicional, la crianza de los hijos por sus padres, la religión y la moral cristianas, y también la libertad económica. Viene por todo. Frente a ese ataque, la única actitud moralmente aceptable que cabe es la defensa irrestricta de nuestra cultura patria, al costo que sea.

 

 

Encrucijada

Por Joaquín Fermandois 

¿Por qué arribaron tantos inmigrantes venezolanos a Chile, quizás medio millón? Hay un marco histórico al que muchas veces se ha aludido, esto es, la endógena inestabilidad republicana de la región que parece nos acompañará todavía largo tiempo. Hay otro elemento, vinculado con el anterior, la historia venezolana. Quedémonos con lo más próximo de esta última. Tras dos intentos fallidos de golpe de Estado, Chávez, transformado en caudillo popular, se hizo de la presidencia por elecciones, pero movió al sistema llamando a plebiscito más allá de la Constitución de entonces. De esta manera pudo construirse en 1999 una Constitución a imagen y semejanza, de 398 páginas, donde hallamos de un cuanto hay. Junto con la ecuatoriana del 2008 y sobre todo la boliviana del 2009, ha sido la fuente inspiradora de nuestro proyecto que plebiscitaremos en pocos días más. ¿Es el mejor punto de referencia?

El modelo más impactante es el de Hugo Chávez y sus consecuencias, que por cierto no provienen solo de la Constitución, pero esta fue el instrumento que le permitió reconfigurar a su país. Su resultado más dramático, los casi 6 millones de emigrantes. En estos días, es bueno que observemos en cada venezolano radicado en nuestro país a una víctima de aquella Carta. Nosotros aportaremos con la Constitución N° 253 de la historia latinoamericana desde 1810. ¿De dónde viene esta propensión a redactar leyes y reglamentos en sustitución del pensar y practicar ante la realidad de las cosas? Supongo que de un sustrato larvado de nuestro inconsciente cultural y de nuestra alma, aquella que afloró en un género universal, que tiene sus notas sentimentales tan típicas, en la radio y la telenovela. Es la mentalidad de soap opera que empapó nuestra Convención en su práctica cotidiana y en la redacción del documento. No se explica de otra manera que entre los centenares de artículos uno se encuentra con joyas de opereta, como el 165, que promete que los empleados públicos se guiarán por “los principios de eficiencia, eficacia, publicidad, buena fe, interculturalidad, enfoque de género, inclusión, no discriminación y sustentabilidad”. Pobrecitos, menuda tarea será digerir una revoltura como esta.

Es del tipo de indicaciones más inocentes —y bobaliconas— del texto. El problema central es que no se trata de una Constitución apropiada que sea comparable con las que realmente han asistido en consolidar a las verdaderas democracias que existen. Estamos frente a un programa de gobierno —en su versión original era terriblemente explícito hasta que a último momento, ante el peligro de perder el Apruebo, fue maquillado—, que está abierto a toda posibilidad. Será presa de cualquier férula que con no demasiada dificultad se apodere de él, por la facilidad que confiere a un centro de poder de subordinar a una sola voluntad política a los tres poderes del Estado. Sencillamente, no se trata de un proyecto de Constitución, sino de un manifiesto que legitima la movilización permanente. ¿Reglas de convivencia política, separación de poderes, posibilidad de desarrollo económico para financiar proyectos sociales sensatos y otros gastos ilimitados? Brillan por su ausencia.

Hasta donde sabemos, la balanza está pareja. Si gana el Apruebo, no se debe desmayar. Habrá que sostener un equilibrio político hasta donde se pueda, para desbaratar cualquier aventura institucional, o para negociar llegado el caso. Si gana el Rechazo, el material está disponible: el carácter constitucional de las verdaderas democracias; la trayectoria constitucional de Chile; y, gusten o no, asumir algunos aspectos del proyecto eventualmente rechazado.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el martes 23 de agosto de 2022.