ALGO DIGNO DE SER CONMEMORADO



ALGO DIGNO DE SER CONMEMORADO

Por Humberto Julio Reyes

En tiempos en que no abundan las buenas noticias en el plano internacional, es gratificante recurrir, en nuestras memorias, a la solución satisfactoria de la más grave crisis vecinal que tuvimos que enfrentar durante el siglo pasado.

Digo en nuestras memorias debido a que, oficialmente, tanto la conmemoración de los 25 como de los 40 años del Tratado de Paz y Amistad con Argentina, actualmente vigente, pareciera haber tenido un perfil más bien discreto, en particular la más reciente, en la sede de la Santa Sede en Roma.

Puede haber diversas explicaciones para ello, más o menos aceptables, pero creo advertir que en ambos casos ha existido un ánimo de no reconocer debidamente a los artífices de la solución que evitó una guerra fratricida.

Naturalmente que me referiré a nuestros compatriotas, toda vez que sigue siendo materia de debate si existió la verdadera disposición de nuestros vecinos de llegar a un arreglo mutuamente aceptable o todo fue producto de las circunstancias, como lo fue la caída de su gobierno, a consecuencia de la guerra de las Falkland-Malvinas.

Reconocer, hoy en día, en tiempos de desinformación, la prudencia demostrada por el presidente Augusto Pinochet al dejarse asesorar en el manejo de la delicada crisis por un conjunto de destacados profesionales de las relaciones internacionales, encabezados por distinguidos cancilleres y dirigidos por un brillante camarada, el Brigadier General Ernesto Videla Cifuentes, no es fácil.

Experiencia, inteligencia, patriotismo, sabiduría y prudencia no son virtudes que se exhiban habitualmente, menos en estos días.

Si bien sería de justicia reconocer que evitar la guerra fue quizás la hora más gloriosa para nuestro gobernante, también lo fue para todos los que tuvieron alguna participación en ello, por modesta que fuese, desde los altos mandos hasta los grados más subalternos que estuvieron dispuestos a resistir la inminente agresión, otorgando así el necesario respaldo a nuestra diplomacia.

Una feliz coincidencia me ha hecho leer, justo en estos días que nos recuerdan lo sucedido tanto en 1978 como en 1984, la exhaustiva investigación del señor Iván Siminic Ossio, editada por la Academia de Guerra Aérea, con el significativo título, ”ROJO 1”.[1]

Al leer el testimonio de los pilotos que en esa condición de alerta máxima, sentados en sus aviones, cargados con su armamento para cumplir sus primeras misiones, esperaban la orden ¡Despegue, despegue, despegue!, sentí una mezcla de profunda emoción y agradecimiento a tantos compatriotas, militares y civiles que sin estridencias se prepararon para cumplir con su deber o que voluntariamente cooperaron al inmenso esfuerzo que significó redistribuir los escasos medios materiales para enfrentar una agresión que podía evolucionar hacia la hipótesis máxima.

Dicha posibilidad fue prevista oportunamente por los altos mandos institucionales, pero no encontró comprensión ni respaldo financiero de parte de las autoridades políticas de sucesivos gobiernos, pese a la experiencia de la crisis del islote Snipe (1958) que fue la campanada de alarma respecto a la debilidad de la defensa nacional, en el extremo austral en particular.

Viene al caso señalar que dicha debilidad se acentuó al estimarse que la HV3 había perdido vigencia y que los problemas limítrofes con Argentina pasarían a ser responsabilidad exclusiva del frente diplomático.

Lo sucedido en 1978 vino a dar la razón a quienes estiman, entre los que me cuento, que la hipótesis más probable y quizás única, sigue siendo la máxima y que para ella hay que estar preparados. Disuadir o rechazar al agresor que tome la iniciativa puede reducirla, pero no asumirla puede justamente aumentar la probabilidad de ocurrencia, como pudo haber ocurrido en ese año de haber sido exitosas las primeras operaciones argentinas.

Debe aprenderse de la historia, es mucho más barato que tener que improvisar ante una situación no prevista y asumir el costo descomunal de una guerra.

Para finalizar y no abusar del paciente lector, quisiera señalar que cuatro guerras se evitaron durante el Gobierno Militar:

  • La inevitable guerra civil que se produciría en 1973 si el Ejército no se sumaba al planteamiento de la Armada. Habría sido la repetición de 1891, pero mucho peor.

  • En 1975, al disuadir exitosamente la inminente agresión peruana.

  • En 1978, al respaldar a la diplomacia con claras señales y permitir el acuerdo que dio inicio a la Mediación Papal.

  • En 1982, al no tentarse a tomar partido contra una Argentina que, junto con dilatar la aceptación de la propuesta del Papa, había evidenciado su propósito de agredirnos si resultaba triunfante en su conflicto con Gran Bretaña.

Cuatro razones adicionales que no deben olvidarse y que debemos agradecer.

28 de nov. de 24

 

 A los guardianes del silencio

 

En las sombras de la historia, donde las palabras no llegan y los aplausos no resuenan, viven los militares, discretos por vocación y resignados por costumbre. Su labor es de esas que no buscan el reconocimiento ni el protagonismo, porque está tejida con los hilos invisibles del deber y la convicción.

Son los guardianes de la patria, siempre presentes, aunque casi nunca recordados; dispuestos, aunque rara vez celebrados.

El uniforme que portan no es solo tela y emblemas; es un juramento silencioso, una declaración de amor inquebrantable al suelo que los vio nacer.

Su lealtad no conoce matices ni condiciones, y su honestidad es un baluarte en un mundo donde las palabras suelen vaciarse de significado.

Mientras otros buscan la luz de los reflectores, ellos encuentran sentido en la discreción, en hacer lo correcto cuando nadie mira, cuando nadie lo exige.

Hay una ilegalidad, casi poética, en su entrega.

No porque rompan leyes, sino porque su nivel de compromiso desafía las reglas no escritas de una sociedad donde todo parece tener un precio.

Ellos son los que no piden nada a cambio, los que dan todo por convicción.

Sirven a una nación que, a menudo, no entiende del todo el sacrificio que implica estar siempre listos, siempre firmes, siempre en segundo plano.

Son dignos, no porque busquen serlo, sino porque no saben ser otra cosa.

En un mundo lleno de dudas, sus principios permanecen como roca en un río turbulento.

Pueden ser infravalorados, ignorados, incluso criticados, pero jamás pierden la brújula del honor.

En cada paso, en cada decisión, se percibe una disciplina que no se impone, sino que se elige; una fuerza que no se basa en el poder, sino en el carácter.

La sociedad, tan rápida para juzgar y tan lenta para reconocer, a menudo olvida que sobre sus hombros descansa una paz que parece dada por sentado.

Pero ahí están ellos, listos para actuar cuando haga falta, para defender lo que muchos ni siquiera saben que tienen.

Resignados, sí, porque saben que su labor no es entendida ni aplaudía, pero disciplinados, porque la satisfacción del deber cumplido es recompensa suficiente.

Son una contradicción hermosa: humildes, pero imprescindibles; invisibles, pero insustituibles.

A ustedes, militares, que encuentran gloria en el anonimato y fuerza en el servicio, les dedicamos este pensamiento.

Porque su amor por la patria, su buena fe y su lealtad nos recuerdan que todavía existen valores que no se negocian, principios que no se venden y almas que no se rinden.

Gracias por ser, en un mundo ruidoso, los guardianes del silencio.

[1] Primera edición septiembre 2021.