POLÍTICA Y GOBIERNO:
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Unidad en la oposición, una responsabilidad histórica
Por Beatriz Hevia
La elección de primera vuelta de este domingo dejó un mensaje claro: una amplia mayoría confió su voto en los distintos candidatos de oposición al gobierno del Presidente Boric y su continuidad representada por Jeannette Jara.
Si bien es José Antonio Kast quien disputará el balotaje, el resultado refleja que la ciudadanía vio en la oposición en su conjunto la mejor alternativa para encaminar a Chile hacia el orden, estabilidad y seguridad. Por lo mismo, la responsabilidad histórica no recae sólo en los republicanos, sino en todo un sector. Quienes somos oposición a este nefasto gobierno, a las ideas refundacionales y de izquierda radical tenemos el deber de ponernos de acuerdo en lo esencial y dejar atrás disputas pequeñas frente a las grandes emergencias nacionales.
La unidad, sin embargo, es más que una imagen o frases de buena crianza. Exige traducirse en una convergencia o compromiso programático en torno a soluciones que permitan resolver, en el menor tiempo y de la mejor manera, los urgentes problemas que afectan a los chilenos.
En seguridad, para recuperar el control del territorio y enfrentar al crimen organizado; en economía, para volver a crecer y generar empleos formales para que las familias chilenas puedan llegar tranquilas a fin de mes; y en políticas sociales, para asegurar que el esfuerzo de todos sea reconocido y apoyado donde realmente importa.
La unidad que necesitamos no es para ganar por ganar. Es para que Chile vuelva a mirar hacia adelante y deje atrás la espiral de violencia, estancamiento y frustración de los últimos años.
La segunda vuelta nos demanda acordar lo fundamental y demostrar que estamos a la altura de lo que los chilenos exigen. Una oportunidad para mostrarle al país que esta mayoría no sólo está para administrar, sino para impulsar con fuerza los cambios que Chile necesita y mejorar de verdad la vida de las personas. Pensando además no sólo en cuatro años, sino en una unidad que le dé estabilidad al país y los chilenos quieran volver a elegir.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el lunes 17 de noviembre de 2025.
Pequeños, pseudointelectuales y poco inteligentes
Por Magdalena Merbilháa
Esta semana ha seguido la polémica de “la pequeñez” evidente de algunos sectores de derecha que han puesto “condiciones” para apoyar alguno de los otros candidatos del sector en caso de no pasar ellos a segunda vuelta. Eso es no entender a quien se tiene al frente. No se puede ser tan “infeliz” de poner en riesgo a Chile por “gustitos” de intentar, cual niño chico, dejar a algunos fuera. Propio de la cultura del bullying. Por otro lado, la candidata de Chile Vamos insiste en “golpear” a quienes debieran estar en la misma vereda. Esta vez desde un video que francamente es vergonzoso. Pareciera ser que la candidata insiste en enterrarse y quedarse sin ninguna opción. Mientras tanto, la carrera actual parece claramente haber cambiado las posiciones, lo que ha puesto nerviosos a varios.
No han faltado los epítetos de “supuestos altos intelectuales” quienes, hablando desde el Olimpo, alertan del peligro del “candidato de última milla” haciendo alusión al terraplanismo y a las creencias anticientíficas de la supuesta “ultraderecha” mundial. Kaiser “los tiene locos”. Se advierte de una elección de dos extremos añorando un supuesto centro perdido. De hecho, Ignacio Walker afirmó que si Johannes Kaiser pasa a segunda vuelta, Jeannette Jara será Presidenta de Chile y contará con su voto. El nivel de ignorancia y falta de responsabilidad es total. Walker dice que Kaiser es una especie de “neonazi”, cosa que no es. Los Nazis eran estatistas y Kaiser es un libertario, es decir agua y aceite. Jara, por su parte, es abiertamente y completamente comunista y a Walker eso no le importa. Está dispuesto a votar por alguien que milita en un partido antidemocrático cuya aplicación en la historia han costado, al menos, 150 millones de muertos, es decir, los mayores violadores a los derechos humanos por lejos. Walker se dice democrático y cristiano, pero está dispuesto a apoyar a quien representa la antítesis de eso. La ignorancia y la estupidez son atrevidas.
Hay que comprender que el concepto de “terraplanismo”, es una invención panfletaria del siglo XIX del británico Samuel Birley Rowbotham. Esta idea fue comprada por ignorantes y ha servido para hacer mala prensa ideológica a la mal llamada Edad Media. No es un término que nadie serio pueda usar, ya que se construye desde una falsa premisa y ciertamente un pequeño error al principio termina por ser un grave error al final. Es un término ideológico que busca vilipendiar a quien piensa distinto ayer y hoy. El mundo medieval no era oscurantista, ni fanático como se ha intentado establecer. Hoy, frente a la reinauguración de la Catedral de la Notre Dame de París, no se nos puede olvidar que el llamado medioevo creó el arte más sublime de occidente, el gótico. Esos hombres supuestamente “oscurantistas” hicieron cálculos de ingeniería que aún asombran y lograron lo imposible, “tocar el cielo” con una belleza sublime. Esos hombres sabían que la tierra era redonda y no eran terraplanistas. El mito supone que el primer hombre moderno fue Colón, cosa totalmente falsa. Hay muchísimos mapas medievales con la tierra redonda y comúnmente se dibuja a Dios con un compás creando el mundo. Hasta donde sabemos, con un compás no se dibuja un triángulo. Muchos mapas medievales dibujan además hombres arriba y hombres abajo lo que implica una concepción esférica. Ciertamente no conocían muchas cosas, pero sí las esenciales. Eran coherentes, entendían la realidad en su verdadera dimensión y no desde su ombligo. Sabían que ellos no eran la medida de las cosas y aceptaban la existencia de un bien y un mal objetivo.
Teniendo eso en cuenta, el mal objetivo, analizado desde la aplicación de ideas en la realidad que han generado funestos resultados una y otra vez, la candidata comunista representa el mal a todas luces. Calificar la política de los acuerdo como buena en sí, es hacer un pésimo análisis de los que le ha sucedido a Chile. Fue el acuerdo de eliminar el binominal el que complicó e imposibilitó la buena política. Fue la Reforma Tributaria de Bachelet la que frenó el país y fue la reforma educacional la que destruyó la educación pública y complicó la vida de la educación subvencionada. Hoy, la educación es peor y la eliminación del mérito arrasó con la posibilidad de ascenso real. Estas reformas contaron con los votos de la “supuesta derecha”. No todos los acuerdos son buenos. Es el excesivo “buenismo” que muchos comulgan el culpable de tantos errores basados en “buenas intenciones” que le han costado tan caro a Chile. Son esos errores y falta de rumbo lo que hace que las personas busquen claridad y honestidad, lo que no es extremo, es normal. Ciertamente la derecha liberal se desdibujó, la Democracia Cristiana se perdió y quienes han hecho estos comentarios igualando los extremos son ejemplo de eso. El wokismo les nubló la mente y la estupidez no ayuda, es esencial volver a la cordura y dejar de maquillar la realidad, ya que ésta es real y se aparece a la corta o a la larga. Jara es un peligro a todas luces y evitar que llegue a La Moneda debe ser el principal objetivo de cualquiera que se diga democrático.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el martes 11 de noviembre de 2025.
Malas reglas, mal juego
Por Joaquín García-Huidobro
Presumo que buena parte de los lectores estarán de acuerdo conmigo: esta primera vuelta de las elecciones presidenciales ha terminado por ser una mala pichanga de barrio. El espectáculo no ha sido grato y nos lleva a preguntarnos: ¿de quién es la culpa? Lo más fácil es responsabilizar a los jugadores. Es verdad que algunos son bastante malos, pero me parece que buena parte del problema no está ahí, sino en las malas reglas que rigen este juego o en los ambientes donde se lleva a cabo.
Pensemos, por ejemplo, en los debates presidenciales, ese espectáculo circense donde muchos chilenos simplemente quieren ver el resumen al día siguiente para descubrir los episodios más ridículos. Parece que el objetivo central de los principales candidatos es tan solo evitar el ser transformados en un “meme”.
¿Qué sentido tienen esos debates de ocho candidatos?
Alguna vez yo mismo pensé que todos los que figuraban en la papeleta tenían derecho a participar de ellos. Este razonamiento es erróneo. El fin de los debates es ilustrarnos para que podamos elegir mejor. Los candidatos del 1% tienen derecho a presentarse a la elección, pero no corresponde que nos quiten un tiempo que es necesario para saber más a fondo qué piensan los que efectivamente podrán llegar a La Moneda, esos que tienen reales posibilidades de afectar de modo muy significativo la vida de los chilenos. Los debates no pueden ser una oportunidad para que determinadas personas tengan su minuto de fama, sino un medio para que los ciudadanos podamos ilustrarnos.
El modelo actual pone énfasis en los procedimientos más que en el sentido del debate, e impide que los periodistas hagan bien su trabajo.
El formato de nuestros debates constituye un serio obstáculo para que se lleve a cabo la tarea de deliberación que permite a los ciudadanos formarse una opinión fundada. Así planteados, estos debates no ayudan a la democracia, sino que la entorpecen. Buenos periodistas terminan por ser meros administradores del tiempo. “Le quedan 12 segundos”, dicen. Es una muestra de la racionalización técnica de la discusión pública.
Además, se presenta un problema adicional: ¿qué buscan medir los debates? Hoy no nos permiten determinar la calidad y viabilidad de las propuestas, sino, a lo más, medir la habilidad retórica de los candidatos, su capacidad para salir rápido del paso ante cualquier trampa. ¿Qué tiene que ver eso con sus aptitudes para gobernar?
Imaginemos, por un momento, un debate donde participan Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Gabriel Boric. Probablemente ganaría la retórica de Boric. Sin embargo, hasta sus adversarios de entonces reconocemos que Frei fue un buen presidente y dudo que en el futuro podamos decir lo mismo de nuestro actual gobernante.
Algo anda mal aquí, y de la amarga experiencia de estas elecciones, deberíamos aprender a corregirlo.
Los debates pueden ser de alguna utilidad, si se restringe a quienes son candidatos en serio. Además de ellos, necesitamos ver entrevistas en profundidad, donde el postulante pueda explayarse, pero sin ninguna posibilidad de eludir preguntas incómodas. Deben incluir muchas contrapreguntas, hasta que podamos discernir si sus propuestas son voladores de luces o están bien fundadas.
La calidad de las campañas depende, en buena medida, de las reglas que las regulan. ¿Quién influye sobre ellas? Algunas dependen de las diversas agrupaciones de prensa; otras, de las leyes.
Archi, Anatel y otras entidades semejantes deben ser conscientes de que su papel de mediación entre los postulantes y el público es algo muy serio. No pueden limitarse, como hasta ahora, a seguir el camino más fácil para evitar ser cuestionadas por quienes quedan fuera de los debates. Las decisiones sobre las reglas de los encuentros futuros deberían tomarse ahora, de manera anticipada e impersonal. No en cuatro años más, cuando es posible que tengamos de nuevo una multitud de candidatos presidenciales.
Otras reglas de las elecciones presidenciales dependen del Congreso. En marzo tendremos uno nuevo. ¿Es muy difícil pedirle que suba cuanto antes el umbral para las candidaturas presidenciales? Este no es un problema de izquierdas o derechas, de manera que debería ser fácil alcanzar acuerdos al respecto.
Otro tanto cabe decir respecto de la necesidad de derogar la prohibición de difundir encuestas quince días antes de las elecciones. Aquí, el acuerdo es amplísimo: fue una idea pensada para otras circunstancias, que no funciona cuando existen redes sociales. Urge cambiarla cuanto antes.
Todas estas son lecciones que podemos sacar a la luz de la actual campaña presidencial. Casi todos los sectores políticos deberían estar interesados en corregir estas deficiencias, porque de lo contrario este espectáculo se repetirá, empeorado, en las próximas elecciones.
Hemos visto un juego malo, porque las reglas son malas, pero también debemos pedirles a los candidatos que no trivialicen la discusión política. Más que sus codazos y pullas, nos interesa saber por qué quieren llegar a La Moneda, qué buscan llevar a cabo si llegan allí y si tienen los medios y la capacidad de conseguirlo.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 9 de noviembre de 2025.


