“ACOMPAÑANDO A UN OFICIAL HERIDO POR UN TERRORISTA”.

“ACOMPAÑANDO A UN OFICIAL HERIDO POR UN TERRORISTA”.
El fallecimiento del Brigadier Gerardo Urrich G. Militar Prisionero Político en Punta Peuco, deja historias que deben ser conocidas por la juventud:
“Estoy escribiendo los últimos capítulos de este libro y hay una vivencia que debió enfrentar un oficial de élite que he considerado no puede excluirse de este primer recuento de anécdotas de mi General, que estoy teniendo el arrojo de poner en sus manos para su lectura y consideración.
En mis años de cadete tuve por suerte conocer al Teniente de esa época, Gerardo Urrich González. Transcurrieron muchos años, y no tuve la suerte de haber coincidido en comunes destinaciones Institucionales, pero con un recuerdo muy grato, nacido desde la Escuela Militar, por más de cuatro décadas, siempre disfruté las ocasiones en que nos encontramos y podíamos hacer más de alguna reminiscencia, hablar de amigos comunes, de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestro gobierno, de nuestros camaradas de armas. En ocasión reciente y a raíz de hacerle saber mis intenciones sobre esta publicación, me narró detalladamente la experiencia vivida por él después de un cobarde ataque terrorista que lo tuvo por siete meses al borde la muerte en el Hospital Militar. Me caló tan hondo y de tal manera su relato, que me permití solicitarle si me lo podía hacer saber por escrito. He creído necesario transcribir textualmente lo recibido de su puño y letra de esos momentos que debió sufrir y en que nuestro General Pinochet tuvo un trascendente protagonismo.
“Mientras me desempeñaba en un organismo de inteligencia, me correspondió cumplir una misión de vigilancia en un lugar determinado, con la simple tarea de observar si transitaba por allí un vehículo cuyas características detalladas me fueron informadas. En caso que así ocurriera, debía informar telefónicamente el sentido en que se desplazaba y cuantas personas lo tripulaban.
Poco después de comenzar a cumplir la misión, el vehículo señalado pasó por el lugar en que me encontraba y estacionó a corta distancia de mi posición, bajando una persona de él y quedándose el conductor en el automóvil.
Pasé una vez más cerca del vehículo para observar a quien lo conducía y luego me dirigí a un teléfono público para informar sobre esta materia y cuando ya estaba próximo al teléfono, fui agredido por tres individuos que me disparaban desde no más de diez metros, con fusiles AK-47 y también por el conductor que abandonó rápidamente el automóvil y me disparaba con una pistola desde otro ángulo.
Naturalmente y conforme a mi formación militar, me tendí en un instante en la calle y respondí a la agresión con mi pistola.
Todo cesó en menos de un minuto, me levanté y observé que uno de los individuos a los que me había enfrentado yacía inmóvil en el suelo.
Me protegí apoyándome en la muralla más próxima y me revisé para verificar si había sido herido ya que no sentía nada especial hasta ese momento y pude comprobar que tenía una herida en el vientre. No me había percatado que no era la única herida, que me significó 18 perforaciones en los intestinos y tres en la vejiga, además, eso lo supe en el hospital, tenía perforado el pulmón derecho y otro proyectil me había herido en el brazo.
Llegó entonces un carabinero que controlaba una casa próxima al lugar en que me encontraba, me identifiqué y le dije que como yo estaba herido, iba a hacer un llamado telefónico, luego me iría al Hospital Militar y que pronto llegaría personal de inteligencia para hacerse cargo de la situación.
La misión que cumplía ese día tenía una duración breve, sólo una hora y luego sería relevado.
Al punto de control yo había llegado en mi vehículo particular con mi esposa y dos hijos a quienes más temprano, habíamos llevado a un control dental.
Los disparos efectuados habían sido oídos por mi esposa, a quien dejé en el auto con mis hijos y ella vino hacia el lugar donde me encontraba. Le dije que tenía una herida y que se fuera en el auto a la casa y yo iría luego de pasar al Hospital Militar, al que me iría en un taxi.
Así lo hice. Tomé un taxi y al sentarme y apoyar la espalda en el respaldo del asiento, sentí que estaba empapado, a la vez que una verdadera poza de sangre crecía en el piso del automóvil. Pocos instantes después, sentí que me debilitaba rápidamente y le expresé al taxista que no creía que llegaría vivo al hospital, que buscara la forma de ubicar a mi esposa y darle un último mensaje para ella y mis hijos y que además, le hiciera presente que deseaba ser enterrado conforme al rito de la Iglesia Católica. Luego no supe más y desperté en la Guardia médica del hospital, reconociendo al Dr. Patricio Silva que me atendía, mientras el capellán del establecimiento me decía que me encontraba muy mal y que me ofrecía la extremaunción, la que acepté y me fue dada mientras el Dr. Silva y enfermeros me llevaban en carrera por los pasillos al pabellón quirúrgico y el sacerdote, también al trote, me imponía los óleos en la frente.
En el pabellón un equipo muy numeroso de médicos me esperaba, dirigidos por el Dr. Rodrigo Vélez, a quien le debo el haber sobrevivido. Dios lo puso en mi camino.
Los hechos que relato ocurrieron a partir de las 11:00 horas de aquel sábado 2 de noviembre de 1974.
Desperté, desnudo sobre una cama en la UCI del hospital y pregunté que día y hora era. La enfermera de nombre Ana María Capurro, a quien le agradezco haberme acompañado, como ángel guardián, muchas noches de intensos dolores, me dijo que eran las 23:30 horas del sábado. Seguidamente me dijo que iría a avisar a alguien que yo había despertado.
Me observé el cuerpo mientras ese alguien llegaba, y pude observar que de diferentes partes salían ocho mangueras o sondas y se oía un ruido monótono en la pieza. Al volver la enfermera, le pregunté qué era ese ruido y me dijo que eran motorcitos eléctricos que permitían a través de las mangueritas, que ingresaran por algunas y por otras salieran diferentes fluidos.
Le dije entonces que ojalá no hubiera un corte de luz, pues de lo contrario de nada habría servido estar más de ocho horas en pabellón.
En ese momento, ingresó a la habitación el Director del Hospital Militar, el Coronel de sanidad, Dr. Yupanqui quien me señaló que otra persona había esperado mucho tiempo para verme despierto y de inmediato ingresaron varios oficiales presididos -¡Oh sorpresa máxima para mí!- por el Sr. Comandante en Jefe del Ejército y Presidente de la República, mi General Pinochet, quien ordenó que salieran todos de la habitación. El Director del Hospital con la idea de estar presente para cualquier necesidad se mantuvo en la pieza y dirigiéndose a él le ordenó:
-¡Usted también!
Quedamos en la habitación sólo él y yo.
Se acercó a mí, me felicitó y cual un padre, me acarició la cabeza, me apretó la mano y me manifestó sus infinitos deseos y ruegos a Dios porque yo sobreviviese, expresando luego que oficiales así eran necesarios en la lucha contra el enemigo implacable.
Difícil resulta expresar los sentimientos que me provocaron sus palabras. Valga decir que me sentí totalmente reconfortado y con fuertes deseos de sobreponerme, ganas de vivir y continuar mi carrera militar con mayor pasión aún.
Antes de retirarse esa noche, mi General Pinochet hizo entrar al personal médico, incluido el Director, a la pieza en que me encontraba, y les dijo con voz autoritaria:
“Señores médicos, este es el primer enfermo de Chile desde hoy y hasta que salga caminando de aquí por sus propios pies, yo lo necesito y mi orden es: Este enfermo no se muere, y UD. Yupanqui (el Coronel Director) y sus subalternos me responden a mí por ello”.
No fue ésta la única vez que vino mi General Pinochet sino varias más, en los 7 meses que debí permanecer en el hospital, sometido a varias operaciones, una de ellas sin anestesia en que tuvieron que cortarme trozos de dos costillas para activar el pulmón perforado.
Valga también expresar a tanto personal médico y enfermeras mi profundo agradecimiento por sus infinitas atenciones, que se las doy, una vez más, desde lo más profundo de mi alma.
No podría terminar este relato sin hacer presente también, que las atenciones de mi General Pinochet se vieron acompañadas por la visita que hizo la distinguida Primera Dama de la Nación a mi esposa, esa misma noche del sábado, lo que yo supe por ella en su primera visita, al día siguiente.
Esa era la calidad humana del matrimonio Pinochet-Hiriart. Así era mi General, de esa talla de hombres, de conductor de hombres, al que los soldados siguen no porque tiene más grado, sino porque conducen y mandan tocando el corazón de sus subalternos”.
*Nota del Autor:
No podría dejar de reafirmar, al término de este capítulo tan descarnado y tan revelador, que nos grafica el cruento terrorismo que azotaba a nuestra Patria, la responsabilidad y participación que recayó en miembros de las Fuerzas Armadas y de Orden para combatirlo, la presencia y conceptos que daba en esos años nuestro Presidente de la República y Comandante en Jefe del Ejército. Lo verdaderamente insólito es que el oficial que protagonizó estos hechos, que logró sobrevivir por un triunfo de la esperanza, de la tecnología médica y de la fe que Dios representa, desgraciadamente, por las persecuciones políticas de que son objeto los militares, por un fallo judicial fue llevado a la cárcel de Punta Peuco, lugar donde compartimos juntos nuestros presidio con un puñado de militares que, por orden del Estado, debieron enfrentarse con aquellos que, preparados militarmente en el extranjero, eligieron voluntariamente ser protagonistas en una lucha armada contra las fuerzas regulares de la nación.”
AJC