“Anatomía de la Revolución”

Crane Brinton

Esta obra fue publicada en 1938 durante Stalin en la URSS y Hitler en Alemania, sin que hubiera sido posible sacar todas las conclusiones de los totalitarismos del siglo XX, no obstante tiene versiones revisadas de 1952 y 1965 – debido a su éxito editorial aún se imprime. El autor basa su análisis en cuatro grandes revoluciones de la modernidad: la Revolución Gloriosa Inglesa que acabó con la monarquía absoluta en Inglaterra, la gran Revolución Francesa de 1789 a 1799 el conflicto social más representativo del fenómeno de la revolución con cambio completo del orden cultural, la Revolución Americana con el alzamiento de las trece colonias británicas a partir de 1765 que culminó con la declaración de independencia de los Estados Unidos en 1783 y finalmente La Revolución Rusa de 1917 que aún no concluía para la fecha de las ediciones de este libro. La finalidad de la obra es identificar regularidades en el fenómeno revolucionario –hechos que con formas muy semejantes se han repetido en las distintas revoluciones– y a partir de estas, elaborar un itinerario en el cual se desenvuelven. No obstante, discierne con mucho cuidado estas uniformidades, por cuanto toda revolución es única, tienen duraciones muy disímiles y las semejanzas se pueden dar con grandes elasticidades de tiempo y perfil. Crane Brinton es profesor de historia antigua y moderna de la Universidad de Harvard y está especializado en el estudio de Francia, Alemania, e Inglaterra de los siglos XVIII y XIX y muy especialmente en la Revolución Francesa. Este libro su principal obra, es el tratado sobre las revoluciones más citado y respetado. Veamos.

Las Sociedades se mueven en un ciclo que va de la fundación en un extremo a la revolución en el otro y se desarrollan en el intertanto mediante fuerzas conservadoras que siempre están tratando de restaurar el orden fundacional y progresistas que empujan el cambio de ese orden. Finalmente al final del ciclo, cuando deviene la decadencia y las fuerzas conservadoras y progresistas resultan exhaustas como para mantener el vigor de las tendencias y la dinámica del desarrollo, se desencadena la revolución. Esta consiste en el cambio de un orden cultural por otro, en el abandono del “Antiguo régimen” –término acuñado en la revolución francesa– por el nuevo orden social “revolucionario”. En este escenario aparecen cuatro tipos de personajes: son los fundadores, los conservadores, los progresistas y finalmente los revolucionarios. Estos últimos al final terminan siendo en alguna medida los fundadores del nuevo orden instaurado en el supuesto del triunfo de la revolución, lo cual tampoco es seguro por cuanto poderosas fuerzas en pugna representadas por conservadores y progresistas, pueden hacer fracasar la revolución o moderarla dirigiéndola a versiones de reforma que contiene elementos de restauración. Todo ha sucedido en la historia y nada está asegurado.

El hecho es que las revoluciones llegan en una fase madura del desarrollo y las cuatro que examina el libro encuentran a los países en plena prosperidad, habiendo superado muchos de los desafíos que enfrenta la civilización, tales como guerras, pobreza, educación y bienestar de su pueblo. Las revoluciones nunca se presentan en pueblos carentes, en la miseria, derrotados o con problemas graves sin resolver. De hecho Trotsky ha escrito “la mera existencia de privaciones no es bastante para provocar una insurrección; de lo contrario las masas siempre habrían estado en agitación” y “de mucho mayor importancia es la existencia de sentimientos de que las condiciones existentes limitan o perturban su actividad economica”. Pero “las revoluciones no se pueden hacer sin que esté presente la palabra justicia y los sentimientos que ella despierte”. Asimismo existe la constancia de que nunca son razones ideológicas las que desencadenan la revolución; se requieren motivos, causas prácticas y se requieren sobre todo, “antagonismos”. Durante los años anteriores a la revolución, se observará que las sociedades eran prósperas, sus gobiernos pasan por estrecheces monetarias crónicas, ciertos grupos estiman que el gobierno los perjudica y siempre se inician como una forma de protesta ante gravámenes o tarifas e imposiciones que aparecen como injustas. Los gobiernos del antiguo régimen siempre reaccionan reformando el gobierno, dándole la razón a los primeros insurrectos y apaciguando la situación cediendo, pero esto nunca tiene resultados por cuanto la percepción de decadencia que tienen los revolucionario no se cambia con unas cuantas medidas y por el contrario les proporciona una sensación de seguridad y de encontrarse en la razón.

Una observación excelente que hace John Kenneth Galbraith en su libro “La época de la incertidumbre” es que las revoluciones nunca las ganan los revolucionarios: siempre las pierden los gobiernos del antiguo régimen, que al estar en decadencia son una puerta podrida donde los revolucionarios dan de patadas botándola a pedazos. Nunca las revoluciones se realizan contra un Estado en forma, con sus instituciones fuertes y prestigiadas, con jóvenes al mando y robustos liderazgos, por el contrario son sociedades cansadas, con gobiernos decadentes, dirigencias vetustas, divididas e ineptas y con privilegios injustos como la monarquía de Luis XVI o el gobierno zarista y más tarde el gobierno corrupto e ineficiente de Fulgencio Batista en Cuba.

Entonces comienza la revolución. A los brotes de insurrección sigue un periodo que puede ser muy largo que se le llama “el abandono de los intelectuales” – aquí es cuando las clases dirigentes, políticas, económicas, los banqueros, el clero y todas las formas de autoridad son derribadas en su prestigio y su derrumbe gradual va implicando la desafección de las personas cultas, las cercanas al mando, de los universitarios y sus profesores, entran los estudiantes a la crítica social y el conflicto se traduce en rencillosidad que llega hasta el interior de las familias. Es sorprendente el fracaso de los gobernantes para utilizar con éxito la fuerza de que disponen para controlar la violencia que comienza a emerger. Sale el lumpen, la delincuencia y los aprovechadores a las calles, los agitadores largamente perseguidos y preparados los organizan y les dan motivos, compañeros y dirección de lucha y el fracaso de su contención no es más que otro signo de la inepcia del gobierno, que además no cree encontrarse en verdadero peligro. Sin embargo ningún gobierno ha sucumbido hasta que pierden el dominio de sus Fuerzas Armadas o la capacidad de utilizarlas de manera efectiva. Los revolucionarios nunca han sido una mayoría, siempre fueron muy pocos y todos contaron con el levantamiento social. Hay algunos extremos como por ejemplo la revolución cubana que comenzó con el Asalto al Cuartel Moncada y terminó en desastre, luego se reorganizó en el exilio para regresar en el Granma que naufragó a su arribo y solo sobrevivieron 15 personas que fueron posteriormente “los comandantes” históricos de la revolución. ¿Hubiera sido posible que 15 revolucionarios decididos derrotaran un ejército en forma?, hubieran podido los “sans-culottes luego del asalto a la Bastilla derrotar un ejército como el francés que era el más grande y poderoso de europa?, hubiera podido Lenin y Trotsky con una minoría bolchevique decidida hacer la guerra al Zar? – imposible si no hubieran contado con la masiva desafección popular de sus gobiernos y un desmoronamiento total de las instituciones, con deserción del ejército y de las clases dirigentes.

La revolución cuando vence vive un periodo que se le llama de “luna de miel” con el pueblo. Todos son entonces revolucionarios, adoptan las vestimentas informales, la barba o los símbolos libertarios jóvenes y desenfadados de los líderes de la revolución, se entonan sus himnos, se celebra en las calles y se vive una corta transición del viejo orden al nuevo, donde primeramente gobiernan los sectores más moderados de la revolución, quienes tienen nociones del trabajo de gobierno y pueden mantener el abastecimiento a la población y el país más o menos en marcha. Pero esto dura poco, pronto los revolucionario encuentran todo esto “insuficiente” para sus ideales y comienzan a salir de las sombras los verdaderos dirigentes revolucionarios, quienes siempre supieron hacia dónde se dirige el nuevo orden, se radicalizan y desplazan a los moderados, comenzando la limpieza ideológica. Se lleva a la guillotina o al paredón a los moderados, se exilia a los viejos dirigentes, se escarmienta a la población y se aprecia que con urgencia hay que hacer trabajar a las masas so pena del hambre y la revuelta del populacho al cual no se le ha resuelto ningún problema que blandieron en las barricadas y la guerra revolucionaria. “Vagos, vagabundos, la chusma, la canalla, la gentuza, pueden haber sido reclutados con éxito para la lucha callejera y la quema de propiedades; pero positivamente no hacen ni dirigen las revoluciones, ni siquiera las proletarias”. Entonces hay que armar el mecanismo de la dictadura: centralizar completamente el poder, someter y dirigir con revolucionarios las fuerzas armadas y organizar la policía política: la Cheka, el NKVD, la Stasi o el G2 en Cuba.

Así comienza la etapa siguiente de la revolución: “El Terror”. Primero se masifican los vejámenes públicos, se humilla a los contrarios, se realiza lo que el término mapuche designa como podrir, dejar como una carroña: “se funa” – se identifican los enemigos de la revolución, se organizan tribunales leales a la revolución y se arman los juicios sumarios que permite la limpieza de los tibios, los desertores de la revolución y finalmente los inocentes que pueden ser ejemplos testimoniales de quien está al mando. El  gobierno de Robespierre durante el Terror Jacobino en Francia, fue característico con sus carretas llevando criminales e inocentes a la guillotina, o también en la Rusia de Lenin y luego con mayor intensidad con Stalin en juicios y ejecuciones sumarias y el exilio en el Gulag, los campos de concentración, donde se deja morir o se reeducan los elementos recalcitrantes que tienen salvación posible. En el Terror también se aprecia una regularidad revolucionaria consistente en cambiarle el nombre a las cosas. La Plaza Luis XV se convirtió en la plaza de la revolución, San Petersburgo se pasó a llamar Leningrado y Volgogrado se denominó Stalingrado. Nuestro modesto ejemplo es el cambio revolucionario de Plaza Baquedano a Plaza Dignidad – no podíamos ser menos. A los compatriotas se les pasa a llamar “compañeros” a monsieur siguió “citoyen” en francia. Durante el Terror o el “gobierno de la virtud” se experimenta el máximo fervor revolucionario fanático, que al tomar formas religiosas y verse en competencia con las religiones formales, comienza asimismo la persecución religiosa y se le termina designando como “el opio de los pueblos”: el revolucionario es siempre un ateo que no acepta nada más allá qué sí mismo y la utopía revolucionaria: ni Dios ni eternidad. Pero esto no es posible para las masas que siempre despojadas y sin resguardo humano ninguno, no les resulta posible renunciar a sus creencias – la religión y la fe siempre es salvada por los pueblos y nunca por las elites que en realidad son las primeras en abandonarla. Por estas razones surgió la sentencia de Voltaire “si Dios no existiera, tendríamos que inventarlo”.

Pero los pueblos se agotan del terror y comienzan a dar señales inquietantes de no querer más sangre ni desolación, no pueden ya siquiera obedecer y se galvanizan a la violencia la cual ya tampoco sirve para someterlos. La revolución entra en la crisis. El desabastecimiento cunde, la ruina se enseñorea y el fervor revolucionario no es solución para ninguno de los crecientes problemas que aquejan a la nueva clase dirigente que por lo demás ya se ha asentado y asegurado los privilegios revolucionarios – surge el revolucionario etiqueta roja, la izquierda caviar y la revolución se convierte en una teoría especulativa pero que no resuelve problemas reales sino que los agrava. Aqui es cuando se entra en lo que en las revoluciones se ha llamado “Termidor”. Este es el mes que en la nueva denominación revolucionaria de los meses en francia, designa el mes en que comienza el verano: el mes caluroso del griego “termis” – calor.

“La lenta sucesión de hechos y retorno a tiempos más tranquilos y menos heroicos es conocido por los historiadores franceses como reacción termidoriana” – si la revolución es una fiebre, el termidor es la convalescencia. Los exiliados regresan y se suman a la burocracia con sus nuevas experiencias del extranjero, se abren las cárceles y se libera presos políticos. Parece una fase más amable pero en realidad es solo aparente: el Termidor se caracteriza por la llegada de un tirano – es la fase final de la revolución que Hannah Arendt en su magnifica obra “Origenes del Totalitarismo” llama “la etapa del culto a la personalidad”. Toda revolución termina en el culto a la personalidad: en Francia llegó Napoleón que se erigió ni más ni menos como Emperador, el Inglaterra fue Oliverio Cromwell, en Rusia Stalin y en Cuba Fidel. Además la personalidad del tirano, máximo dirigente todopoderoso, exige la figura del “cabeza de turco” donde poner todas las culpas y todas las fallas y fracasos de la revolución– en Francia fue Robespierre quien tras su caída representó los horrores del Terror y el símbolo de lo más siniestro y más extremo del fervor de una revolución que se había salido de madre. En Cuba fue Batista pero también Huber Matos y algunos otros defenestrados indispensables en toda revolución que se respeta. Afortunadamente las revoluciones tienen para los tiranos que las cierran, una abundante e interminable fuente de “cabezas de turco” a las cuales difamar, culpar y poner en la picana para exhibir a las masas y ocultar sus propias fallas.

Al final las revoluciones terminan y las sociedades no vuelven a ser las mismas – mucho de los ideales revolucionarios se quedan para siempre al menos aparentemente y por otra parte el hombre de la calle vuelve a ser más o menos lo mismo que era antes de la revolución, “en algunos aspectos muy importantes, el medio ambiente de los hombres cambia con una lentitud casi comparable a los cambios que estudian los geólogos” y “Nuestras revoluciones parecen haber cambiado más ampliamente las ideas de los hombres, que sus costumbres.


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