Antes de ir a votar, ¡infórmese bien!.
Antes de ir a votar, ¡infórmese bien!.
Cuando la credibilidad se hunde
Por Sergio Muñoz R.
El país tiene hoy un gobierno que casi lo único que proyecta es precariedad. Las torpezas cotidianas de diversos ministros y del propio presidente no hacen sino confirmar que la conducción del Estado se encuentra hoy en manos de un grupo de dirigentes políticos que, simplemente, no estaban preparados para tan exigente tarea y que, por si fuera poco, enfrentan la coyuntura del plebiscito con mentalidad de trinchera, lo que no puede sino provocar enorme desconfianza.
Un mínimo sentido de las proporciones les aconsejaba actuar con prudencia frente al plebiscito, y preocuparse principalmente de resguardar la corrección del proceso electoral en el marco del respeto a la tradición de prescindencia de quienes gobiernan. Tal actitud habría revelado espíritu de supervivencia. Sin embargo, escogieron el camino del compromiso con un texto que en realidad es una plataforma de combate, cuyos redactores nunca consideraron necesario buscar un consenso.
¿Visión estratégica para enfrentar el plebiscito? Ninguna. Las encuestas son desfavorables hace rato, por lo que correspondía que evitaran los riesgos innecesarios. Pero, allí los tenemos, seguros de sí mismos, convencidos de que no pueden perder porque tienen “toda la razón”. Giorgio Jackson lo dejó claro: se sienten investidos de superioridad moral no solo respecto de los adversarios, sino de los propios aliados.
Los líderes del Frente Amplio saltaron a la fama con un aura de jóvenes incontaminados, encarnación de la pureza de ideales, superiores a la centroizquierda que lideró la transición, y superiores también a la izquierda leninista/castrista, representada por el PC. Todo les fue fácil. Avanzaron por el camino pavimentado por las fuerzas que reconstruyeron la democracia, lo que fue favorecido porque esas fuerzas bajaron los brazos y se rindieron ante estos jóvenes que parecían anunciar la renovación de las izquierdas. Boric y su gente llegaron rápido a las máximas responsabilidades políticas. Y ahí están ahora, sin saber bien lo que tienen que hacer.
En realidad, los líderes del FA carecían de un proyecto medianamente meditado, que fuera expresión de un esfuerzo por dar respuestas sustanciales a los problemas del país. Les gustaría que Chile fuera Noruega o Dinamarca, dicen ser partidarios de construir un Estado de Bienestar como los de Europa, pero se asociaron con el arcaísmo del PC, se ven a sí mismos como anticapitalistas y rinden culto a las viejas fórmulas del estatismo.
No hay en La Moneda verdadera conciencia de la realidad. Las marchas y contramarchas de Boric y sus cercanos no se explican solo por la impericia, sino principalmente por la visión distorsionada que tienen del país. ¿La mayor prueba? La adhesión irreflexiva que manifestaron hacia la Convención y el proyecto de nueva Constitución, y que los llevó a juntar su aprobación y la suerte del gobierno en un solo paquete. Es difícil concebir mayor desatino.
¿A dónde llevarían al país si, hipotéticamente, ganara el Apruebo? ¿Qué harían frente al previsible desbarajuste institucional, económico y social que sobrevendría? ¿Cómo se las arreglarían frente a los innumerables conflictos que provocaría la implementación de la plurinacionalidad y la creación de autonomías territoriales indígenas? ¿Se alcanzan a imaginar el maremágnum en el que estarían? Y, sin embargo, ese es el camino que, indolentemente, le están ofreciendo a Chile.
Ahora, Boric está tratando de poner de acuerdo a los dos bloques que conviven dentro de su gobierno para que se comprometan, antes del plebiscito, a introducir cambios al texto que La Moneda imprimió y repartió en miles de ejemplares. ¿Quiere decir que están dispuestos a imprimir un nuevo folleto en el que se explicará cuáles artículos ya no valen, y cuáles se incorporarán?
Se trata de una gigantesca burla a la fe pública. En la papeleta aparecerán las opciones Apruebo y Rechazo, referidas al proyecto de la Convención. No aparecerá una alternativa que diga “apruebo más o menos”, o “apruebo estos artículos, pero rechazo estos otros”, o “apruebo, pero no la apliquen todavía”. El intento de maquillar el producto solo creará una situación bochornosa para quienes han adherido incondicionalmente al proyecto, y han llegado a describirlo como la aurora de la justicia.
La votación del 4 de septiembre será en gran medida un pronunciamiento sobre el gobierno en momentos en que la credibilidad de Boric no deja de caer. Es evidente que los dirigentes del Partido Socialista ya se han dado cuenta de que se están rompiendo demasiados platos que ellos no quieren pagar. Probablemente, el PC buscará protegerse de los efectos de la posible derrota.
Es real la posibilidad de triunfo del Rechazo. Ello exige gran templanza de las fuerzas que lo respaldan. No deben tomar ninguna iniciativa que enrede las cosas. Es preferible que los senadores que están en campaña por el Rechazo frenen su creatividad respecto de las fórmulas para el postplebiscito, o sea, que no le echen pelos a la sopa. Habrá que preocuparse por la estabilidad y la gobernabilidad, que serán puestas a prueba en los tiempos que vienen. De algo debería servir la suma de errores de los últimos tres años.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por ExAnte, el domingo 7 de agosto de 2022.
Una chilena que piensa en su familia y país:
Una propuesta (constitucional) indecente
Por Roberto Munita
Finalmente, vio la luz el paquete de modificaciones al texto emanado de la Convención Constitucional que propone el oficialismo, o la parte de aquél que va por el Apruebo (porque no hay que olvidar que un número no menor de dirigentes de izquierda ha señalado, en público o en privado, que votará Rechazo el 4 de septiembre). Sobre el fondo de las propuestas se escribirá mucho en estos días —más de alguien deberá argumentar que son ideas cosméticas, insuficientes o falaces— así que prefiero centrarme en tres puntos fundamentales para comprender el debate.
Primero, el pliego presentado es un fehaciente reconocimiento de que la propuesta generada por la convención no puede ser considerada ni siquiera un texto decente. Si los cambios fueran menores, o meramente formales —como el famoso condoro en la norma de la carta de nacionalización— no habría sido necesario recurrir a la cocina, ni anunciarlos con bombos y platillos antes del plebiscito. Luego, este debe ser un baño de realidad, para muchos electores del Apruebo: si antes les dijeron que la propuesta constitucional “no es perfecta, más se acerca a lo que siempre soñé”, hoy dicha metáfora debe pasar rápidamente al cajón de las frases que envejecen mal.
Segundo, la propuesta puede ocasionar un problema aún mayor para el mundo del Apruebo: el paquete de medidas fue suscrito por presidentes de partidos tradicionales, pero ello no implica que necesariamente vaya a representar a la masa que apoyó la redacción de los 388 artículos. Los pueblos originarios y los constituyentes “del pueblo” pueden perfectamente golpear la mesa y oponerse con fuerza a estos cambios. Y al parecer lo están haciendo. Por algo el Presidente del PC dijo, apenas unas horas después de firmar el acuerdo, que “no podemos garantizar que vamos a hacer estas cosas, porque en esto tendrá que haber debate popular”. Este debe ser otro baño de realidad. Sin filtros.
Finalmente, la apertura de modificar el texto por parte de quienes hasta ahora lo defendían a rajatabla, nos hace volver el foco en la Convención. Ahora que hay bastante consenso en que el texto es defectuoso, cabe preguntarse cómo consiguió el apoyo de dos tercios de la Convención. Y la respuesta encierra una verdad incómoda: la Convención estuvo lejos de ser representativa del Chile real, y terminó siendo un mal chiste.
Es hora de enfrentar que la Convención Constitucional no buscó nunca un nuevo pacto social amplio y estable, sino que se convirtió en una cámara de eco de activistas que defendían ciertas causas, como el medioambientalismo, el indigenismo o el animalismo. Y esta falta de “visión global” es justamente lo que hoy le está pasando la cuenta. Es lógico que, en un cuerpo representativo, estén presentes ciertas minorías; pero aquí se convirtieron, dramáticamente, en supramayorías, dejando en una abatida minoría a los constituyentes que sí querían construir la casa de todos.
Este punto es importante, al final del día, pues es probable que gane el Rechazo y que después del 5 de septiembre tengamos que enfrentarnos a un nuevo proceso constituyente. Y en esto quiero ser enfático: no hay que tenerle miedo a democratizar una nueva institución, pero sí hay que exigir reglas distintas. Una nueva Convención o un comité de expertos pueden funcionar, siempre y cuando los activistas vestidos de independientes no se tomen el poder, y los pueblos originarios no estén sobrerrepresentados. De lo contrario, ya podemos augurar el resultado. La locura consiste en hacer lo mismo una y otra vez —reza una frase atribuida a Einstein— esperando resultados distintos.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el viernes 12 de agosto de 2022.
Vea lo que nos dice Agistín Laje:
https://youtu.be/NTZ253tH-QY